Incendio

"En el Priorat no tenemos agua ni para los vecinos, ni para los campos ni para apagar incendios"

Los Bomberos han tenido que recurrir al agua de las piscinas municipales para hacer frente a los incendios que han quemado en la comarca

Incendio forestal en el Priorat
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Barcelona"Nos utilizan como imagen de postal, pero estamos abandonados". Así de contundente se muestra Julia Viejobueno, vecina de La Figuera (Priorat). El jueves por la tarde presenció en primera persona y con los nervios a flor de piel la columna de humo proveniente del incendio declarado en Cabacés, cerca del Parque Natural de la Sierra de Montsant, mientras, simultáneamente, los Bomberos trabajaban en otro fuego forestal que se había declarado en Porrera. Las palabras de Viejobueno resumen la sensación que predomina entre los vecinos de la comarca: son los grandes olvidados.

"El incendio ha acentuado carencias que sufre el Priorat y que hace tiempo que se arrastran. Faltan inversiones e infraestructuras", remarca al ARA el alcalde de Cabacés, Jaume Pujals. "Los pantanos están vacíos y las balsas contra incendios también", añade. "El fuego ha destapado muchas problemáticas, y la sequía es la principal", coincide Marina Garzón, vecina de Falset y ganadera. Tal y como señala Garzón, la sequía endémica que sufre el municipio sigue viva tres años más tarde. De hecho, los helicópteros de los Bomberos han tenido que recurrir al agua de las piscinas municipales para hacer frente al fuego. "No tenemos agua ni para los campos, ni para los pueblos ni para apagar incendios", denuncia Viejobueno.

El Priorat es una comarca de aproximadamente 10.000 habitantes que cuenta con dos prestigiosas denominaciones de origen vitivinícolas: la DO Montsant y la DOQ Priorat. Esto convierte el viñedo, pero también el olivo, en el principal motor económico de la comarca y, por tanto, el agua es un recurso indispensable. Sin embargo, a pesar de las lluvias de principios de septiembre, los tres embalses de la comarca –Siurana, Guiamets y Margalef– se encuentran bajo mínimos. Sin ir más lejos, en el pantano de Siurana las reservas se sitúan en un agónico 0,98%. "Es una cifra ridícula. Nos vemos totalmente desbordados", lamenta Garzón.

Sonia Blasco, enóloga y vecina del Priorat, también comparte el desánimo. "Arrastramos tres años muy complicados, durante los cuales prácticamente no ha llovido. Los campesinos y las bodegas estamos luchando mucho por seguir adelante –lamenta–. Estamos perdiendo patrimonio de viñas muy viejas, y un pequeño campesino esto no puede soportarlo".

El 7 de mayo, con las reservas de agua de los pantanos en clara subida y el sistema Ter-Llobregat por encima del 25% de su capacidad, el Govern va decidir levantar la fase de emergencia por sequía. Pero el escenario no era –ni es– lo mismo en toda Catalunya. Entonces, las reservas de los embalses del Camp de Tarragona no llegaban al 5%, y cuatro meses después, la situación no es mucho más esperanzadora. Ante la carencia crónica de lluvias y las reservas en caída, los municipios han tenido que activar restricciones y medidas excepcionales para garantizar el suministro a la población. Medidas que van desde cortes intermitentes de agua hasta el abastecimiento en camiones cisterna.

"Hay vecinos que se han tenido que lavar los dientes con garrafas de agua porque era turbia –explica el vecino Albert Blay–. Cada año la cosecha es peor, no se puede regar y nadie hace nada", añade . La situación se ve especialmente agravada porque, a corto plazo, la Generalitat no contempla ninguna infraestructura que pueda resolver el problema, sino que las soluciones pensadas para el sur del país no llegarán hasta dentro de tres años. "A todo esto hay que sumar que los bosques están hechos una chapuza desde los temporales Gloria y Filomena. El paisaje es desolador", explica Josep Llambrich, responsable de enoturismo en el Mas d'en Gil.

El alcalde de Cabacés se muestra más tajante: "Exigimos medidas integrales por parte de la administración. Queremos garantizar el consumo de agua de boca y de riego", subraya. Blay, a su vez, defiende que hay que "escuchar al campesinado", mientras que Blasco pide "hechos y no promesas". "Los campesinos no van a sobrevivir, y los viñedos, tampoco", sentencia. Sin embargo, para Llambrich, también vecino de la comarca, el incendio puede suponer un punto de inflexión. "Ahora quizá se echa un cabezazo y estas problemáticas se ponen sobre la mesa", dice.

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