Emergencia social

Cumplir años en la calle

Una mujer sintecho sopla las velas de sus 43 años en un banco del centro de Barcelona

Vanessa, frente a la tarta de fresa celebrando su cumpleaños, en la plaza Vila de Madrid.

BarcelonaUna dulce melodía cantada por dos monjas sobresale en el revuelo que hay en la Plaça Vila de Madrid, en el corazón del Gòtic de Barcelona, en un mediodía caluroso. En un rincón, en torno a un par de bancos individuales, un grupo está sin duda de celebración. Hay una mujer que escucha a las religiosas mientras mira emocionada lo que parece un pastel, pero que en realidad son fresas dispuestas de tal modo para tener forma de pastel. La otra pista de que esta reunión es una fiesta improvisada es una vela con el número uno de color blanco. “¿Un uno?”, pregunta la mujer. "Es por el año que sumas de más", le responde otra, que le ha traído el regalo. Efectivamente, es la celebración de un cumpleaños, el de Vanessa, que el 11 de septiembre cumplió 43 años, más de la mitad de ellos en la calle.

A los 18 Vanessa empezó a vivir en la calle y desde entonces ha estado yendo y viniendo, con alguna temporada en casa de su padre o en residencias u hostales, aunque la mayoría de veces completamente al raso. Es la historia repetida de muchas personas que suman años sin un techo digno con el que protegerse. Y más, en el caso de las mujeres, expuestas más que los hombres, a sufrir violencia.

Dice que con más de dos décadas en la calle ha visto de todo, pero Vanessa no quiere entrar a detallar ningún drama, concentrada como está en tener un momento de disfrutar con la mezcla de acidez y dulzura. “Es demasiado, demasiado para mí”, se excusa sobrepasada por la atención, mientras coge una de las fresas, la mete en un plato de plástico desechable donde hay nata montada de bote y se la come con deleite. El detalle de las fresas ha sido idea de la voluntaria, que hace tiempo que conoce a Vanessa, que como diabética tiene que controlar sus niveles de azúcar si no quiere acabar en urgencias. Ni en un día de fiesta se ha podido dejar ir y hartarse de los dulces que la apasionan. Se tiene que cuidar, se consuela. Para los 42, la voluntaria le llevó un pastel en serio, pero que no pudo ni probar, así que este año ha optado por las fresas. El grupo, junto con la pareja sentimental de Vanessa, charlan ajenos a todo lo que hay a su alrededor en ese momento en el que la terraza se llena para el turno de la comida y la gente entra y sale de las tiendas de la zona.

Foto a cambio de comida

A las dos religiosas las conoció cuando un día, cansada de dar vueltas, las encontró sentadas en la plaza del MACBA y unos guiris empezaron a bromear con su hábito. La “incomodidad” que sintieron la cambiaron por la practicidad de aceptar “una foto a cambio de comida para Vanessa”. Dicho y hecho, Vanessa aún recuerda cada mordisco. "Me llevaron hasta una panadería y no sabía qué elegir, había de todo".

Lleva cinco años con su pareja, un joven, que no quiere dar su nombre públicamente, que como Vanessa también arrastra una biografía dura. La mitad de sus 32 años los ha pasado dando tumbos sin un puesto fijo. Dice que lo ha pasado bien, y subraya que ninguno de los dos ni bebe ni se droga. ¿Cómo es la vida en pareja en la calle? “Nos enfadamos mucho, ¿eh?”, responde Vanessa, cogida de la mano de su novio. Se conocieron en el comedor de la vecina parroquia de Santa Anna. "Me la gané diciéndole que el mar es salado porque ella se ha llevado toda la dulzura", confiesa en un ataque de romanticismo.

Desde hace años están en una lista de espera para un piso social que los saque de la calle, les dé un poco de tranquilidad de espíritu y de intimidad. Esto, y que con un techo se ahorrarán buscar cada noche los cartones que la brigada de la limpieza les tira por la mañana, en una rueda que nunca acaba. “Vane es fuerte, vitalista”, la califica una de las religiosas. “Lucha por vivir”, concluye.

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