Emergencia social

"Aún duermo en el suelo como cuando estaba en la calle, no me suelo la cama"

La adaptación a vivir en un piso no es fácil después de años de estar al raso

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José Luis Miralles sentado en su nueva cama, que aún no ha estrenado.

L'HospitaletTodavía no ha dormido ni una noche entera en cama, aunque hace poco más de tres meses que le dieron las llaves del piso. Por el momento se encuentra más cómodo con el saco y la esterilla en el suelo. “Apenas empiezo a tumbarme a ratos, para acostumbrarme a ello”, relata José Luis Miralles, un hombre de 56 años que ha pasado los últimos 18 años sobreviviendo en la calle. A principios del mes de enero el equipo de la fundación Arrels que le acompañaba le comunicó que tenía un “regalo” para él. Del Paral·lel, donde se había instalado la última temporada, le llevaron en coche hasta un piso del barrio de la Torrassa, en L'Hospitalet. Se sorprendió mucho cuando le hicieron entrar y le dieron unas llaves: “No podía creerlo: un pasillo enorme y dos habitaciones para mí. ¡Si yo podría vivir en la cocina o en el baño!”, se exclama sentado en una de las sillas del comedor, donde nos explica que sus dos telas les ha dado alguna “de las buenas personas” que se ha encontrado por el camino y que, además, ya tiene apalabrado un sofá viejo para completar el mobiliario, todo nuevo de trinca.

El caso de Miralles es, en parte, atípico, porque Arrels prepara las personas sin hogar que atiende para que vuelvan a vivir bajo un techo, sobre todo si llevan años viviendo al raso. Por eso dispone de varias plazas en el Piso Cero, donde sólo se puede acostarse y descansar de 20 a 8 horas, así como de viviendas compartidas. Pero Miralles siempre había rechazado esa opción porque le asustan el ruido, la suciedad y los malos hábitos de sus eventuales compañeros. Se autocalifica de “muy curioso”, en el sentido de pulido y, efectivamente, el orden y la limpieza reinan en esta planta baja.

Unos huevos fritos

Acostumbrado, a la fuerza, a permanecer 24 horas en la calle, ahora que tiene las llaves de su propio espacio prefiere estar solo, “tranquilo” en casa, mirando la tele o cocinando. La cocina, como el baño, son sus dos habitaciones “preferidas”, las que le han hecho más ilusión incorporar a su rutina. La cocina porque, al fin, puede comer lo que quiere. "En la calle se come muy mal, porque al mediodía vas a un comedor social y por la noche pasas con un bocadillo o lo que te den los vecinos", explica. Antes de ir a la calle había trabajado de cocinero y se apresuró a ofrecernos unos boquerones caseros, a la vez que nos adelanta el menú de almuerzo: un bistec, “quizás con una salsa de queso”. La primera comida bajo techo fue un sencillo par de huevos fritos con patatas rubias que le parecieron mejor que un menú con estrellas.

Miralles haciendo café en su cocina nueva de trinca
Miralles comprando en una frutería de barrio

Como Miralles, Arrels da techo a 267 personas en distintos modelos de vivienda. El paso de la calle a un piso a menudo cuesta y requiere un período de adaptación a las nuevas rutinas y obligaciones como la limpieza, el pago de las facturas y el alquiler o el hecho de tener que ir a comprar lo que se necesita para vivir en condiciones dignas. Para facilitarle este paso, Miralles recibe cada semana la visita de trabajadoras de Arrels y mantiene también actividades como la del grupo de teatro.

Tras el desgaste físico y emocional de los años callejeros, hay que volver a encajar y, de hecho, desde la entidad explican que es muy usual que a las personas que se alojan en un piso les cueste dormir a oscuras , acostumbrados a hacerlo bajo la luz de las farolas o incluso que se dejen las llaves dentro porque antes no las necesitaban. En el caso de Miralles, de las primeras noches en el piso recuerda que le extrañaba el silencio casi sepulcral, sentía su propia respiración. Tanto es así que abrió las ventanas para que entrara el ruido de la noche y poder notar en la cara el aire de enero. La salida de la calle le ha dado tranquilidad y mejoró su calidad del sueño: ha podido "cerrar los dos ojos" y dormir unas horas de un tirón sin miedo a sufrir robos, agresiones o las molestias de los peatones que pasan por el lado sin respetar el descanso ajeno. "Al raso duermes con un ojo cerrado y el otro abierto para ver por dónde te llegará el mal", explica.

Esperando la ley

Tras casi dos décadas viviendo en la calle, Miralles relata cómo en los últimos años se ha hecho "más duro". Lo corroboran las encuestas, que apuntan que sólo en las calles de Barcelona sobreviven al menos 1.400 personas, sin contar las que están en asentamientos informales, pero si se toma el sinhogarismo estrictamente como la situación de vivir en condiciones indignas, se calcula que son 18.000 en toda Cataluña, un 80% más que en 2016. Las entidades que atienden a este col ·lectivo vulnerable (formado por extranjeros sin documentación, pero también por autóctonos) llevan años reclamando una estrategia catalana para hacer frente a esta problemática y, de hecho, el final abrupto de esta legislatura ha hecho descarrilar el debate de la propuesta de ley que presentaron diversas asociaciones (Comunidad de San Egidio, San Juan de Dios Servicios Sociales, Raíces Fundación, Cáritas Cataluña y Asís Centro de Acogida). Los promotores de la iniciativa han insistido en que la aprobación es "inexcusable para llenar un vacío y acabar con el sufrimiento". Precisamente, el eje de la propuesta radica en las viviendas dignas y en el derecho de los sinhogares a tener en ducha, lavandería y transporte.

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