PANDÈMIA

Enfermeras jubiladas se autoorganizan y vacunan el 80% del Hospital de Sant Pau

Un equipo de mujeres retiradas lidera la campaña de vacunación

Gemma Garrido Granger
4 min
Núria Guàrdia, amb el casquet blau, supervisant el punt de vacunació de l’Hospital de Sant Pau.

BarcelonaEn un pequeño cubículo en la planta -2 del Hospital de Sant Pau de Barcelona, tres enfermeras preparan meticulosamente las jeringuillas y los viales para la vacunación del covid. Son metódicas y denotan una gran seguridad en sus movimientos. Con cuarenta años de experiencia y una vocación incuestionable, son profesionales consumadas que, a pesar de estar jubiladas, se han formado para volver a la que ha sido su casa durante décadas para vacunar a sus ex compañeros. “Los queremos liberar de otra responsabilidad y de hacer más horas extras”, explica Núria Guàrdia, al frente del proceso.

En el Sant Pau ningún profesional en activo está vacunando: un total de dieciséis enfermeras retiradas hacen turnos de manera voluntaria para hacerlo. Administrando cuarenta dosis cada hora, ya han conseguido vacunar el 80% de la plantilla en tan solo una semana. Las manos de estas enfermeras, referentes para muchos de los sanitarios, son más valiosas que nunca en medio del crecimiento de la presión asistencial. Todos se están dejando la piel ininterrumpidamente desde hace meses. “Ellas, que han sido jefas, maestras y compañeras, nos entregan su tiempo otra vez. Todos confiamos plenamente en ellas”, asegura el responsable de riesgos laborales, Rafael Padrós.

Los sanitarios van pasando por el punto de vacunación y todos sonríen por debajo de la mascarilla cuando salen. Sienten que el final de la pesadilla esta cada vez más cerca y la prueba la llevan inyectada en el brazo. Como la enfermera Marina Esteve o la técnica en curas auxiliares Carmen Alcalá, que se sienten algo más aliviadas. Las dos califican de “honor” que sus ex compañeras hayan hecho el esfuerzo de volver para vacunarlas. “Me siento útil para ellos y ellas, que lo están pasando tan mal”, explica Glòria Casajús, una enfermera de 63 años que se había prejubilado justo antes de que estallara la epidemia. Vacunar, dice, es su “granito de arena” para luchar contra el virus en su hospital.

Un chat de WhatsApp

La creación de este grupo pionero en Catalunya nació precisamente de un intercambio de mensajes entre Casajús y el director de enfermedades infecciosas del centro, Joaquín López-Contreras. “El 3 de enero me felicitó el año y yo, que veía que la vacunación no avanzaba, tuve una catarsis -relata Casajús-: «¿Cómo puede ser que no estemos vacunando? ¿Por qué no contáis con las jubiladas?»”, le respondió indignada.

“Automáticamente le cogí la palabra y en 48 horas habíamos consultado a la dirección y nos habíamos asesorado legalmente”, dice el médico. El Colegio de Enfermeras ofrece una póliza gratuita hasta junio para las profesionales retiradas que se reincorporan para hacer tareas relacionadas con el covid. Y supieron que no solo Casajús estaba dispuesta a vacunar: una decena de enfermeras jubiladas ya se habían mobilizado en paralelo para pedir información. Todas querían colaborar. “Son como las madres: nunca dimiten”, elogia López-Contreras.

Solo necesitaron un grupo de Whatsapp que pronto empezó a echar humo: ya son casi cuarenta miembros, a pesar de que solo una decena están poniendo vacunas. “Se nos abrió el cielo: es nuestra casa, conocemos el entorno y tenemos habilidades. Sabíamos que era una estrategia segura y factible”, resume Casajús. El equipo está muy implicado y es muy proactivo. “Cada día recibo una llamada con mejoras que podríamos implementar para agilizar los circuitos”, ejemplifica Padrós.

“Principiantes” a pesar de la experiencia

La cola de trabajadores que esperan su turno para recibir la vacuna es interminable. Guàrdia, Casajús y el resto de enfermeras se organizan en grupos de tres y en dos turnos -de 7 a 14 y de 14 a 21 horas- cada día de la semana. “Todas tenemos un rol indispensable: una reconstituye la vacuna; otra carga las dosis y otra las administra”, detalla Guàrdia.

Pero vacunar de covid no es coser y cantar, explica la enfermera: hay que planificarse y, sobre todo, formarse. Las particularidades de la vacuna de Pfizer han alterado el protocolo convencional y las ha obligado a olvidar lo que habían hecho siempre para no dañar la preparación. Han tenido que reaprender a vacunar. “Sentirse una enfermera principiante a los 63 años, después de 36 de ejercer, no es agradable”, admite Casajús.

Las enfermeras tienen muchos tics o manías, como golpear con la uña el frasco de la vacuna, y nada de esto se puede hacer con la de Pfizer. Se tiene que manejar con mucho cuidado y una gran responsabilidad. “Es lo que todo el mundo ha estado esperando, no podemos fallar o desaprovechar el producto”, explican. Cada vial da para cinco dosis, pero con las sobras se puede obtener una sexta. Conseguirla y evitar el desperdicio depende de la habilidad de la enfermera y del ritmo de preparación: si se hace despacio se puede extraer. Ellas lo obtienen el 98% de las veces.

Una vez descongelados los viales, hay que templarlos con las manos y hacer diez movimientos suaves para sacar el frío residual del interior. “Nunca se sacude, podríamos estropearla”, puntualiza Guàrdia. Después se añade el suero fisiológico y se vuelve a mover para integrar el preparado. “El primer día dormí poco y me movía con inseguridad. Tardé dos horas en librarme de los temblores”, reconoce Casajús. Ahora ya son expertas y están preparadas para la segunda ronda de vacunación.

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