Feminismos

Escraches contra las mujeres que abortan legalmente

El gobierno español quiere que se castigue el acoso frente a las clínicas autorizadas

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Dos voluntarios de de la campaña desplegando el cartel anti aborto ante una clínica acreditada en Sant Gervasi

Barcelona“Soy el relevo de la una”. Una chica muy joven, móvil colgado en el cuello y rosario azul en la mano, llega al lugar en el que una asociación pro vida (anti derechos, para entidades a favor de los de las mujeres) se concentra diariamente frente a una clínica acreditada para practicar abortos. Y en silencio, la joven empieza la letanía, a ratos con los ojos cerrados y la mascarilla en la barbilla, que dejan al descubierto el ritmo de la oración. A su lado, Guillermo García, que está a punto de acabar su turno, no tiene ningún problema en explicar la motivación que lo ha llevado a gastar parte de sus vacaciones en pasarse una hora “rogando”. Está plantado con un cartel con un bebé sonriente y con la leyenda “Mamá, ayúdame a vivir. Mami, te quiero” y también lo acompaña un rosario, en este caso de color marrón, que guarda para explayarse. Asegura que tiene “muy buenas amigas” que “desgraciadamente” han tenido que abortar y por eso dice que sabe que el paso de las mujeres que entran en el centro médico “no debe ser fácil ni cómodo”, pero rechaza categóricamente que su presencia incomode a las pacientes antes de atravesar la puerta de la clínica.

La iniciativa forma parte de la campaña 40 Días por la Vida, que se hace simultáneamente en varias ciudades españolas para acabar con las interrupciones del embarazo y protestar por la propuesta presentada por el PSOE para reformar el Código Penal y castigar con la prisión, precisamente, las acciones que acosan a las mujeres que van a abortar. En Barcelona hay unos 300 voluntarios inscritos, que se alternan durante 12 horas diarias, y que cubren dos clínicas abortistas situadas a escasos cien metros de distancia la una de la otra.

Una mujer, de unos setenta años y que como la chica del inicio de la información no quiere dar su nombre, responde que no hacen nada malo porque las plegarias se permiten y no molestan a nadie porque su acción es “pacífica y silenciosa”. También tiene una historia personal de un aborto espontáneo “de un embarazo muy y muy deseado” que casi 50 años después todavía le hace daño. “Estamos aquí para ayudar a estas mujeres”, afirma, y añade que la ayuda puede ser convencerlas para cambiar de parecer para que conozcan “las alternativas” o “acompañarlas si finalmente abortan”. Las “alternativas”, continúa, son tener el hijo y “darlo” porque hay muchas parejas, como su propio hijo, que quieren adoptar. Ni García ni la mujer atienden que ninguna de las mujeres que llega para interrumpir el embarazo les ha pedido este apoyo ni ningún ruego y mucho menos su opinión. De hecho, la actual ley obliga a las mujeres a guardar tres días de reflexión desde que hacen la primera visita para el aborto hasta que se hace la intervención, un plazo que para Sílvia Aldavert, coordinadora de la Asociación por los Derechos Sexuales y Reproductivos, es una muestra de cómo las instituciones maltratan e infantilizan a las mujeres, puesto que en ninguna otra operación se fija un periodo de meditación.

Para el joven García, su misión se centra también en “dar a conocer las opciones y alternativas”, que, a su parecer, no se explican porque “la sociedad ha asumido el aborto”. La interrupción voluntaria del embarazo es legal en España desde 1985 y desde 2010, además, es una prestación gratuita, a pesar de que un tercio de las mujeres opta por la sanidad privada y no siempre tienen un centro autorizado en su demarcación.

A pesar de que la campaña actual de ruegos ha ganado atención mediática por el hecho de que coincide con la propuesta socialista de castigar los escraches, este tipo de acciones han sido constantes a lo largo de los años. Lo sabe Vicente Sanchis, gerente de la clínica Dalmases –una de las afectadas–, que denuncia que las concentraciones añaden “más angustia y estrés” a las pacientes, que, ya de por si, acostumbran a vivir todo el proceso con miedos. “Son mujeres que llegan con la decisión de abortar meditada y tomada y cuando se encuentran con los concentrados se preguntan si no pueden ejercer libremente su derecho personal”, relata.

En octubre de 2018 la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAIE) hizo una encuesta entre 300 mujeres que querían abortar y nueve de cada diez admitían haberse sentido acosadas y, por el contrario, solo un 1% se sintieron ayudadas. En todos los casos, el acoso no tuvo el efecto deseado, puesto que las mujeres continuaron con su voluntad de abortar libremente. 

Sanchis dice que en muy pocas ocasiones han tenido que llamar a los Mossos d'Esquadra, pero que en cualquier caso tampoco pueden hacer nada porque, por lo general, no se producen enfrentamientos y los concentrados no impiden la entrada a las clínicas. “Saben perfectamente cómo actuar”, expresa el gerente, que afirma que detrás de los escraches hay una “buena organización” en donde unos se limitan a las plegarias y otros se encargan de dar a las mujeres trípticos con información contra el aborto o muñecos que simulan ser fetos. ¿Quién hay detrás? No se sabe, pero hay quien apunta a grupos ultras de los Estados Unidos, de larga tradición acosadora frente a los centros acreditados, hasta el punto de que las clínicas cuentan con vigilancia y voluntarios que acompañan a las mujeres. "No somos una organización", explica García, que asegura que entre los voluntarios los hay de todas las ideologías e incluso algún agnóstico que tienen en común que todas las vidas "merecen ser vividas". Lo interrumpe otro joven con vestido oscuro. "Me uno un rato", consigue decir a manera de presentación antes de pedir disculpas por el sonido del móvil. "Perdonad, pero lo tengo que coger, que es trabajo".

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