"¿Por qué tengo que incordiar a mis hijos para obtener el certificado covid?"
Entidades denuncian el "maltrato" que sufre la gente mayor para acceder a los trámites digitales incluso cuando son obligatorios
BarcelonaComo cada viernes dos amigas hacen cola en la cafetería después de haber hecho la ruta de una hora andando para mantener las piernas "y la cabeza" en forma. El ritual es el de siempre, pero en la mano hoy llevan el certificado covid, que este viernes estrena obligatoriedad en la restauración, gimnasios y residencias de gente mayor. Rosa Casas y Núria Garcia tienen 72 y 75 años, son totalmente independientes, pero, como un grueso importante de la gente mayor –"ya puedes llamarnos viejitas", dicen–, la necesidad de obtener este código QR para continuar haciendo una vida normal les ha resultado una preocupación añadida. "A mí me lo ha hecho mi hija en un momento que pudo venir a casa, porque si bien lo intenté no lo conseguí", se queja Garcia, que dice que "le enfada" tener que "incordiar a los niños" para que le solucionen la papeleta. A Casas la ayudó su "marido", que había hecho un "cursillo de internet" para gente mayor.
No muy lejos de la cafetería, el sol empieza a calentar los bancos de una plaza que durante todo el día es un punto de reunión de gente mayor. Hay quién está de cháchara y hay quién descansa entre paseo barrio arriba, barrio abajo. A la pregunta de si tienen el certificado covid, disparidad de respuestas. La mayoría dicen que todavía no. "A mí no me interesaba ese papel porque no voy a los bares y mucho menos pienso ir al extranjero", razona Julián Rodríguez, de 90 años y sin smartphone ni ordenador con conexión a internet en casa. Los hijos le dijeron que se lo descargarían, pero con las noticias del "lío de las colas" –en referencia al bloqueo del sistema del departamento de Salud que obligó a aplazar una semana la obligatoriedad del documento– todavía no lo han hecho. "Viven fuera y quizás mañana vienen, pero no tengo nada de prisa", admite. Quien sí que lo tiene es José Ruiz, 88 años y con las mismas circunstancias que el Julián. Explica que aprovechó una visita al CAP para preguntar si se lo podían imprimir y que, a pesar de que la administrativa refunfuñó, se lo acabó haciendo.
Alejados del mundo digital
"A los viejos cada vez nos ponen más difícil ser activos y valernos por nuestra cuenta", responde Gabriel Mas, que a sus 84 años dice que se lo ha hecho solo porque entre los del casal de abuelos y los hijos le han enseñado a ser "autónomo con el móvil". Con todo, se queja de que le cuesta porque las teclas y la pantalla del ordenador son tan pequeñas que hace que muchas veces se equivoque de una sola letra y tenga que volver a empezar el proceso. "Con el certificado no entendía eso de recuperación o enfermo. No está bien explicado para los viejos, no".
Sònia Cortada vive en Barcelona y explica que en el Empordà le esperan unos cuantos familiares octogenarios para descargarles el certificado, porque intentó hacérselo remotamente pero "fue un drama por teléfono con tantos datos y números". Consciente de los problemas de la tecnología, Marisa Garcia ha optado ya hace meses por tener en su móvil los datos personales de sus padres y de un tío sin hijos que vive solo –todos entre 79 y 85 años–. "Así estoy al tanto de sus citas y me ha sido fácil bajarles el certificado", apunta. Su madre, Maria Sabaté, lo tiene clarísimo: "Como no entendemos los móviles, tenemos a la hija de secretaria", dice riendo.
Son víctimas de la llamada brecha digital, el agujero que la pandemia ha hecho más grande, al pasar a virtual la inmensa mayoría de los trámites: desde los bancarios hasta pedir hora en el ambulatorio, solicitar una ayuda social o comprar una entrada para un espectáculo. No es estrictamente un problema de la gente mayor, sino también otros grupos que se han quedado al margen del aprendizaje de la tecnología o bien no disponen de dispositivos con internet. El 23% de la gente de entre 64 y 75 años no hace uso de los servicios digitales básicos porque no los sabe usar. De los 75 años para arriba no hay datos oficiales, pero desde la fundación Firagran aseguran que el porcentaje se podría elevar hasta más de un 60%.
La Federació de Associacions de Gent Gran de Catalunya (Fatec) denuncia que la virtualidad de los trámites es básicamente "un maltrato" para el colectivo, que suma 1,5 millones de personas de más de 65 años. "Pedir el certificado covid obligatorio sin dar un servicio es la guinda del pastel en este maltrato y olvido que sufrimos", afirma el portavoz de la entidad, Enric Ollé, que apunta que Salud tendría "que enviar el documento a casa o facilitar poder ir al CAP a por ayuda". En una reunión telemática esta semana con 50 casales, la Fatec ha pedido que se ayude a las personas que quieran hacer trámites online, como descargar el certificado.
Petición de Argimon
Por el contrario, el conseller de Salud, Josep Maria Argimon, ya advirtió que la atención primaria ya sufre una sobrecarga de trabajo y no puede hacerse cargo de estos trámites y apeló a usar familiares y amigos. El problema es de la gente que no tiene red, señala Núria Gibert, teniente de alcaldía de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Sant Cugat del Vallès, que en pandemia decidió abrir un "programa de acompañamiento digital" para dar respuesta a una "demanda" detectada en la gente mayor y las personas sin habilidades digitales. Cada día una unidad móvil donde hay un administrativo con un ordenador y una impresora se desplaza a uno de los barrios y atiende a los afectados por esta brecha digital para hacerlos todo tipo de gestiones, ahora también el certificado covid . "Si no tienen móvil, se les imprime en papel", apunta la también regidora de Gente mayor, que critica que los responsables de la Generalitat "desconocen la realidad del país" al migrar los trámites relacionados con derechos básicos al mundo virtual "sin haber hecho una transición planeada".
También la investigadora de la UOC Mireia Fernández-Ardèvol afirma que la pandemia ha incrementado “todavía más” las desigualdades y ha hecho que la gente mayor sin competencias digitales se haya quedado “todavía más apartada del sistema”. “Hay iniciativas desde el sector público para atacar esta problemática, pero hace falta buscar un diseño universal (de dispositivos y aplicaciones o webs) que también sea apto para la gente mayor. La tecnología siempre está pensada para gente con competencias digitales, pero nunca para la gente que no las tiene, y esto crea desigualdades graves”, dice Fernández-Ardèvol. “Normalmente solo pensamos en la gente mayor para solucionarles problemas. Tendríamos que cambiar esta mentalidad y empezar a pensar en ellos desde un inicio, adaptando los dispositivos, las webs y las aplicaciones para que las puedan usar sin problema desde el inicio”, dice la investigadora de la UOC.