XXI: EL SEGLE DE LA NEUROCIÈNCIA

El pulpo o el experimento más atrevido de la evolución

Los pulpos tienen comportamientos análogos a los de los mamíferos

Toni Pou
4 min
El pop o l’experiment més agosarat de l’evolució

BarcelonaImaginaos, durante solo un segundo, esta historia tan poco original: un chico en crisis existencial conoce a una chica y establece una relación con ella que le cambia la vida. Ahora imaginaos que la chica no es humana sino un pulpo. Este giro de guion tan sencillo pero a la vez tan grotesco, que probablemente no se verá nunca en Hollywood, se puede ver ahora en Netflix. Lo más interesante, sin embargo, es que la situación no se produce en ninguna película ni serie de ficción sino en un documental que narra una historia real. Porque aunque parezca increíble, en Lo que el pulpo me enseñó (My octopus teacher) el realizador sudafricano Craig Foster explica su relación con un pulpo con el que se vio cada día durante casi un año y con el que estableció una clara dependencia emocional. Más allá de eso, que ya es desconcertante, uno de los méritos principales de la pieza es conseguir que el espectador llegue a percibir algunas escenas de contacto hombre y pulpo como sensuales.

Si en el entendimiento del espectador se han asociado por primera vez las palabras pulpo y sensualidad es porque el documental está muy bien construido visualmente y narrativamente, pero sobre todo porque se basa en la relación de curiosidad y confianza genuinas que se establece entre el hombre y el pulpo. A través de esta relación, se presenta a los pulpos como unos animales curiosos, astutos, creativos, tiernos y juguetones. Y, claro, como todos estos adjetivos emanan de una cierta capacidad cognitiva, la pregunta que se hace todo el mundo es hasta qué punto son inteligentes estos animales. Investigar la inteligencia no es nada fácil, menos aún si no es humana. Sí se puede, sin embargo, estudiar cómo son y qué hacen los pulpos. Y aquí es donde empiezan las sorpresas.

Houdini en el acuario

Una de las aficiones más habituales de estos animales es escaparse de un acuario de noche para arrastrarse hasta otro acuario, escalar, introducirse en él, capturar peces y volver al acuario inicial, como si no hubiera pasado nada. "¡Parecen Houdini!", dice en tono de broma Ángel Guerra, experto en pulpos del Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo del CSIC. Además de fugarse, algunos pulpos en cautividad se han dedicado a estropear las luces de los acuarios disparando chorros de agua con el sifón, hasta que los investigadores los han tenido que liberar por pesados. Otra cosa que hacen con facilidad es abrir recipientes con tapones de rosca, incluso desde dentro, para conseguir comida.

Los pulpos también reconocen a personas. En un laboratorio de Nueva Zelanda había uno que cogió una fijación con una investigadora hasta el punto de que siempre que pasaba por el lado del acuario el cefalópodo le espetaba un chorro de agua en la nuca. Curiosamente, no lo hacía con nadie más. Para comprobar esta capacidad visual, científicos canadienses hicieron el experimento de asignar los roles de policía bueno y policía malo a dos investigadores diferentes. Siempre vestidos con el mismo uniforme, el bueno alimentaba a los pulpos y el malo los increpaba con un bastón de pinchos. Al cabo de un tiempo, los pulpos manifestaban comportamientos diferentes en función de cuál de los dos se les acercara, aunque se mantuvieran inmóviles delante del acuario y siempre con una indumentaria idéntica. Eso significa, por lo tanto, que los pulpos tienen memoria y capacidad de aprender cosas.

Los pulpos también tienen temperamento. "En el acuario he visto a pulpos tímidos y a pulpos osados", asegura Guerra. "Y cuando buceas en el mar -añade- te das cuenta de que, en general, son curiosos y se acercan". También juegan. En Lo que el pulpo me enseñó hay una escena en la que el pulpo blande repetidamente los tentáculos hacia un grupo de peces pequeños sin intención de cazar a ninguno. El espectador diletante no puede más que atribuir la acción a algún tipo de divertimento. Los científicos, sin embargo, lo han comprobado en el laboratorio: hay veces que los pulpos manipulan una y otra vez un objeto sin que tengan ninguna intención de comérselo o utilizarlo para esconderse o protegerse, como hacen con piedras y conchas de otros moluscos. Y he aquí, de paso, otra de las capacidades de este cefalópodo: utilizar herramientas.

La aparición de dos mentes

Todo esto lleva a pensar que los pulpos, que son primos de las ostras, los mejillones y las almejas, tienen, como mínimo, la inteligencia de un mamífero como un ratón. Y esto es posible gracias a un sistema nervioso formado por la misma cantidad de neuronas que tiene un perro, pero con una estructura y un funcionamiento muy diferentes. El 10% de las neuronas de los pulpos se sitúan en un cerebro central, mientras que un 30% forman los dos lóbulos que utiliza para la visión. El 60% restante se reparte entre las ocho patas, de tal manera que cada extremidad puede explorar el mundo con autonomía. Cada una de las más de mil ventosas de estas patas tiene más sensores de gusto que la lengua humana y más de diez mil neuronas. También tiene sensores táctiles y olfativos. Este sistema nervioso descentralizado y tan diferente del de los vertebrados, pero que acaba ejerciendo funciones similares, ha emergido de un proceso evolutivo desconectado del que dio lugar a los vertebrados como las aves y los mamíferos. El antepasado más reciente que compartís, lectores, con un pulpo es un gusano plano de pocos milímetros que vivió hace 600 millones de años. Esto significa que, en la línea de lo que insinuaba Darwin en la última y abrumadora frase de El origen de las especies, el tiempo y el azar han dado lugar dos veces a la mente y que los animales inteligentes se pueden clasificar en dos grupos: los cefalópodos y los demás.

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