"¿Cómo quieres que no haga botellón, si me han robado los dos mejores años de mi vida?"
Un encuentro de jóvenes en Can Cuiàs que casi acaba con un incendio en Collserola
Montcada y ReixacLaura cumplió los 18 años hace un par de días. Ha celebrado el aniversario con los amigos en una discoteca de Sant Cugat donde se puede bailar sin mantener ninguna distancia de seguridad, pero al poco de media noche el local ha cerrado. Es viernes y hay una macrofiesta en la UAB y, como todo el verano, botellones en las playas de Barcelona, pero ellos han decidido volver a su barrio, que por algo hoy es fiesta mayor en Can Cuiàs (Montcada i Reixac).
No se ve fiesta por ninguna parte. De hecho, a la una de la madrugada por las calles del barrio solo hay jabalíes. Pero todo el mundo sabe dónde tiene que ir: la fiesta está en la montaña y hay unos 400 jóvenes de entre 16 y 21 años. Muchos son del barrio, pero también hay chicos de Torre Baró y de Ciutat Meridiana. “Si no hubiera restricciones no sé cómo habría celebrado mis dieciocho años… Ni me lo he planteado”, dice Laura resignada. En este botellón de la zona norte no hay lateros y todo el mundo ha venido con todo lo que necesita para pasar la noche: vasos de plástico, cubitos, alcohol, tabaco y algunos porros. Incluso hay uno, Rober, que se acabará convirtiendo en héroe anónimo, porque ha traído agua.
“¡Fuego, fuego! ¡Hay fuego!”, “¿Quién ha sido el imbécil?” Es la segunda vez en pocos minutos que alguien intenta provocar un incendio, y la broma ya no hace nada de gracia. El fuego se extiende rápidamente y mucha gente huye montaña abajo. Una decena de jóvenes se adentran en la montaña y luchan contra las llamas intentando pisarlas. “No le eches el cubata, que todavía quemará más”, dice uno. No sopla ni un poco de aire, pero la vegetación está muy seca y las llamas empiezan a subirse por las ramas y ya llegan a los tres metros de altura. Un valiente las intenta apagar con las manos. “Deprisa, agua, agua”, grita todo el mundo. Cuando parece que el fuego gana la partida y que el botellón de fiesta mayor acabará con un incendio en Collserola, llega una maravillosa garrafa de agua de cinco litros. “¡Viva los bombeeeeeros!”, gritan entre risas los jóvenes que se habían quedado mirando el espectáculo desde bajo. Con el fuego apagado, los que lo han conseguido lo celebran y los que habían huido vuelven. Sigue la fiesta.
“Empecé la cuarentena con 16 años y ahora tengo 18. Me han robado los dos mejores años de mi vida. ¿Cómo quieres que no haga botellón?”, dice Marcos. “Si cierran las discotecas tenemos que hacer algo, no?”, añade otro, dejando claro que no hay ninguna otra opción.
"Hay que poner orden al ocio nocturno"
Consultado por este diario, el psicólogo y pedagogo Jaume Funes lamenta que la sociedad “no haya sido capaz de ofrecer una alternativa a las discotecas para que los adolescentes se puedan relacionar”. Y recuerda que “durante la pandemia la felicidad máxima era no estar encerrado en casa”, de forma que es comprensible que con el levantamiento del toque de queda los adolescentes y jóvenes quieran estar en la calle. Sobre los botellones, insiste: “No quedan para beber. Se encuentran para relacionarse y estar juntos, y también beben”. Funes reconoce “la dificultad de gestionar la necesidad que tienen los adolescentes de salir y estar juntos con el derecho al descanso de los vecinos” y propone aprovechar el contexto actual: "Quizás es la ocasión para intentar cambiar que el deseo de los adolescentes sea acabar haciendo lo mismo que hemos hecho los mayores. Hay que poner orden al ocio nocturno. Ahora es el caos del negocio".
Más allá de la falta de opciones para relacionarse entre ellos, en estos barrios hay también una fuerte problemática social: “Hermano, que aquí no hay trabajo. Que estamos muy mal. Que nos obligan a delinquir. En Torre Baró solo hay multas y prisión y familias de diez personas que viven en pisos de 20 metros. Aquí hay mucho sufrimiento”, dice Xavi. Es de origen portugués, tiene 20 años y 11 causas pendientes, dice. “Ponlo en tu diario, hermano, ponlo que quede claro: queremos trabajo, trabajo, trabajo, trabajo y trabajo. ¿De acuerdo?”
A las tres de la mañana, una patrulla de la Guardia Urbana pasa justo por debajo de la montaña y descubre la fiesta. "¡La poli, la poli!", grita un chico. Pero nadie se mueve. Saben que los agentes no bajarán del coche ni tampoco pedirán refuerzos. La policía no tiene suficientes efectivos para frenar todos los botellones, y los que se celebran en estos barrios no son la prioridad.