"¡Ya era hora de que nos vacunaran!"

Salud empieza la vacunación de los sinhogar con la monodosis Janssen

La Fundación  Raíces vacuna sinhogar

BarcelonaExplica que recibió la noticia de que había una vacuna contra el coronavirus para ella con un “¡Ya era hora!”, porque asegura que no estaba segura de que “'se acordasen de la gente de la calle”. Por edad, a Concepción Fuentes –21 años en la calle con sus padres cuando era pequeña y los últimos ocho en un piso de la Fundació Arrels– le tocaría vacunarse con los de la generación que están entre los 40 y 49 años, pero no se decidió a dar el paso hasta que hace unos días la ONG la avisó de que convertía su sede del barrio del Raval en un punto de vacunación efímero. “Estoy contenta porque nos ponen la Janssen, que yo no quería la AstraZeneca”, afirma, mientras hace cola esperando que le toque su turno.

Tomas y Matteo, italianos que viven a la intemperie en el centro de Barcelona desde hace años, se han acercado hasta el centro con poca información sobre qué se encontrarán una vez dentro. “Solo sé que es un pinchazo y basta”, acierta el segundo de los hombres. Amigos de hace años, han pasado el confinamiento “sin miedo a contagiarse” ni preocupados por la vacuna. Sencillamente, coinciden en que ni se lo habían planteado. Como tampoco Luigi, también italiano, de 47 años, a pesar de que tiene tarjeta sanitaria y se visita periódicamente en la sanidad pública. “Confío plenamente en ellos, que saben qué se tiene que hacer”, dice, señalando la entrada de Arrels, donde aterrizó cuando los ahorros le volaron y se vio obligado a buscarse unos cartones para dormir en la calle. De aquello ya hace ocho meses. En su vida anterior, explica que vivía bien, de un sueldo del sector turístico que completaba con lo que se sacaba de realquilar a través de Airbnb dos habitaciones del piso de 1.200 euros que hacía años que tenía alquilado en el centro de la ciudad. “Al principio fue muy duro verme en la calle, pero ahora ya sé dónde ducharme, encontrar lugar para la comida o la ropa”, afirma.

Giorgio Ossola, de 50 años, sale de la sala de vacunación señalándose el brazo izquierdo de la inyección. “Ahora ya tengo internet con el virus Gates”, dice. También era de los que pensaban que tardarían en vacunarse por la pereza de pedir hora, pero, como en Arrels todo han sido facilidades, se ha decidido como un gesto “de responsabilidad hacia los otros”, más que por él.

Dificultades para pedir cita

En la estrecha calle de la Riereta, esta mañana de jueves soleado la expectación es muy grande, entre los usuarios de Arrels que llegan para vacunarse o hacer uso de otros servicios y los numerosos periodistas y fotógrafos que cubren esta simbólica vacunación de las persones sintecho, un colectivo que tuvo que pasar los duros meses de confinamiento a la intemperie o en infraviviendas sin condiciones higiénicas o de espacio y que ha sido de los últimos en disponer de dosis. Las autoridades sanitarias han esperado a tener garantías de suministro de la vacuna Janssen, que tiene la ventaja de que es monodosis y, por lo tanto, evita hacer un seguimiento para que las personas completen la doble vacunación. Para el director de la Fundació, Ferran Busquets, la vacunación de los sinhogar tiene que ser una oportunidad para que estas personas “entren en el sistema de salud pública”, que no siempre lo tienen fácil.

Durante el día, los que sobreviven en las calles, en naves ocupadas o de realquiler en habitaciones se tienen que buscar la vida para ducharse, comer o conseguir ropa, y como estos servicios no siempre están cerca, esto los obliga a andar muchos kilómetros a lo largo de la jornada. Por eso Busquets señalaba como “éxito” que si la montaña no va a Mahoma sea el sistema sanitario el que "se acerque" a los sinhogar, víctimas de lo que la pandemia ha puesto en evidencia: de las dificultades que una gran parte de la ciudadanía tiene para acceder a un ordenador o un móvil con internet para hacer trámites que cada vez se hacen más virtuales en perjuicio del trato presencial.

En Cáritas, que este jueves ha presentado la memoria anual, también han notado cómo la mitad de las familias a las que atienden no tienen capacidad para pedir una prestación económica a la cual tienen derecho, pero tampoco para coger hora para ir al médico o vacunarse por la falta de dispositivos tecnológicos o de conocimientos para hacerlos funcionar. Para borrar esta brecha digital, asociada a la pobreza pero también a personas mayores a las que la virtualidad hace dependientes, entidades sociales se esfuerzan en hacer cursos de formación digital para dar conocimientos básicos del mundo online.

Dos enfermeras del CAP del barrio se han instalado en la cocina de la ONG para administrar la vacuna. Han pasado 62 de los ochenta usuarios que aceptaron cita, pero el departamento de Salud replicará el dispositivo mañana viernes en el hospital de campaña de Santa Anna, en el barrio Gòtic de la ciudad, y está en contacto con otras entidades sociales para administrar más vacunas. "Si hay muchas opciones al alcance, la gente se irá vacunando", dice Busquets, que ve en la vacuna "una preocupación menos para la dureza de la calle".

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