La energía se conserva, y dominar su transformación ha sido clave en la evolución humana, siempre ligada al progreso tecnológico y del conocimiento. El paro energético masivo reciente nos ha golpeado para hacernos dar cuenta de lo dependientes que somos y de lo frágil que es una infraestructura crítica como la eléctrica.
Transformar la energía química de combustibles fósiles en eléctrica ha demostrado ser insostenible. Ante la crisis climática se impulsan por todas partes las fuentes renovables, pero a menudo sin debate suficiente sobre política energética y bajo las presiones de un mercado que busca rendimiento inmediato. El paro nos dice que no hemos reflexionado lo suficiente, y urge hacerlo.
A escala estatal, se ha hecho evidente que el dominio de fuentes renovables debe ir acompañado de una capacidad de regulación de la que hoy no se disfruta (conversión de solar y eólica en hidráulica, acumulación en sistemas de baterías...) y en Cataluña la situación requiere un nivel adicional de discusión que incorpore la previsión de la previsión de la generación. Cataluña es la principal productora de energía del Estado, produce alrededor del 15% del total, pero es también la principal consumidora, con más del 17%. Cerca del 60% de esta producción proviene de las tres nucleares en funcionamiento (Vandellòs 2, Ascó 1 y 2) y alrededor del 80% se produce en la Catalunya Sud.
Claro que hay que hablar de ello. La ratio producción-consumo está suficientemente equilibrada, pero ¿qué pasará cuando toque cerrar definitivamente las centrales nucleares? ¿Cuál debe ser el mapa futuro de generación de energía renovable? ¿Y cómo se debe almacenar esta energía? Esta es la discusión que el paro eléctrico masivo ha puesto sobre la mesa.