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Benedetta Tagliabue: “Me enamoré cuando me di cuenta de que estaba loco”

Arquitecta

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Benedetta Tagliabue y Enric Miralles.

La primera vez que Benedetta Tagliabue escuchó el nombre de Enric Miralles fue mientras estudiaba arquitectura en Nueva York. “Teníamos una revista y mis compañeros habían ido a Barcelona a entrevistarlo. Me dijeron que era un arquitecto increíble y que sería el mejor del mundo”. Un día, Tagliabue vio que Miralles impartía una charla en la Universidad de Columbia y pensó que iría a conocerlo y le llevaría la revista. 

“Años después me confesó que la revista le había parecido horrible, pero no me lo había dicho porque yo sí que le había gustado”. Miralles y Tagliabue tenían una amiga en común, y fue esta amiga quien envió una postal al arquitecto para que la próxima vez que volviera a Nueva York cenara con ellas. Dicho y hecho. “Vino a cenar y abrió la puerta con tanta fuerza que casi la rompió. Tengo el recuerdo de una entrada que decía: «Estoy aquí»”. 

Después de cenar, andando hacia el norte de Manhattan, Miralles explicó a Tagliabue que el día de antes lo habían envenenado en un restaurante chino y que qué suerte que había cenado con ellas. “Le dije que, puesto que vivíamos cerca, viniera a comer a mi casa. A partir de aquel día ya no me lo quité de encima: llegaba por la mañana para almorzar, venía a comer y a cenar”, explica Tagliabue. Y, entremedias, paseaban por la ciudad. “Que Enric Miralles te explicara Nueva York era increíble, entrar con él a Central Park era entrar en un mundo muy especial”. Fue al cabo de unos años que Tagliabue descubrió de dónde sacaba Miralles todo aquel tiempo para ella. “Reunía a los estudiantes por la mañana y les ponía algún encargo: «¡Volveré por la noche y quiero que esté hecho!». Al final se quejaron de que el profesor no estaba nunca. Claro, estaba conmigo”. 

Tagliabue dice que se enamoró de Miralles cuando leyó su tesis doctoral. “Lo habían suspendido y yo tenía curiosidad por saber por qué”. Cuando la leyó, lo entendió. “Lo que había hecho era todo sacado de un trabajo académico: era un trabajo poético, lleno de dibujos. Pensé: “Este señor está completamente loco, me encanta”. 

Entonces empezó una relación que los llevó a encontrarse en diferentes países de Europa. “Él me avisaba de que estaba en alguna ciudad y yo volaba enseguida, muchas veces sin ni siquiera hacer la maleta”. Finalmente, Tagliabue se mudó con él a Barcelona. “Estuvimos 10 años juntos antes de que se muriera. Siempre fue intenso, siempre con desesperación. Y ahora entiendo por qué. Sin saberlo, el tiempo que teníamos para pasar juntos era muy poco”.

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