Sílvia Soler: “Cuando nos casamos prácticamente no nos conocíamos”
Escritora
La escritora Sílvia Soler y Pedro se vieron por primera vez un verano de los años 90 en Mallorca. “Nos conocimos de la manera más cutre del mundo –dice Soler–. Resulta que los dos estábamos en la playa más fea de Mallorca, el Arenal: en mi caso porque teníamos poco dinero y en el suyo porque era andaluz y no conocía Mallorca”.
Una noche, Soler y las dos amigas con quienes viajaba decidieron entrar en una discoteca porque el portero era catalán. “El local era muy cutre y estaba lleno de extranjeros. De repente escuchamos a unos andaluces supergraciosos y empezamos a hablar. Uno de ellos era Pedro y así fue como nos conocimos”.
La relación empezó como una amistad y se fue haciendo cada vez más íntima. “Yo lo fui a visitar una Semana Santa en Andalucía y él me vino a ver a la Garrotxa. En aquella época ni siquiera usábamos correo electrónico, así que nuestra relación creció por carta y después por teléfono. La cosa se empezó a poner seria, estábamos muy presentes en el día a día del otro y pensamos que lo teníamos que resolver”. Pedro, explica la escritora, lo tuvo muy claro: “Lo dejó todo, vino a Catalunya y nos casamos. ¡Si sumábamos todos los días que habíamos estado juntos, no llegábamos ni a un mes!”
El viaje de novios lo hicieron a Mallorca, puesto que les apetecía recorrer juntos la isla donde se habían conocido. “Un día, mientras nos comíamos una caldereta, hicimos una apuesta. Yo le dije que era probable que nuestro matrimonio durara poco: cuando nos casamos, prácticamente no nos conocíamos. Él dijo que pasarían 25 años y seguiríamos juntos”. Fue entonces cuando hicieron la apuesta: si seguían juntos en 25 años, tendrían que volver a Mallorca y Sílvia tendría que invitar a Pedro a la caldereta. “Cuando cumplimos 25 años de casados, la familia nos regaló un viaje a Mallorca y pagué la caldereta”, rememora Soler.
La comida, la cultura y los paisajes los han mantenido unidos todos estos años. También el sentido del humor y el hecho de que los dos sean muy sociables. “Somos mucho de invitar gente a casa, de organizar fiestas, de mezclar a gente que no se conoce y de crear grupos nuevos. Somos buenos anfitriones”, asegura. Algunas de sus fiestas, de hecho, se han convertido en tradiciones marcadas en los calendarios de mucha gente. “Durante más de doce años organizamos lo que denominábamos la fiesta de San Pedro. Venía mucha gente, unas 60 o 70 personas, y nos lo pasábamos muy bien”. Al final, asegura la escritora, “la fórmula de un matrimonio feliz es que cada uno encuentre su fórmula”.