37 'premios Nobel' de física se concentran en un pequeño pueblo alemán para inspirar a las nuevas generaciones
630 jóvenes científicos de 90 países asisten al encuentro anual que se celebra en Lindau
Lindau (Alemania)Con tres preguntas le basta. Primero escucha atentamente durante cinco minutos la búsqueda de una joven investigadora en astrofísica. Aunque él es experto en enfriamiento por láser, a continuación hace dos preguntas, escucha las respuestas y, finalmente, lanza una tercera pregunta del tipo "¿Y si pruebas de hacer esto y lo otro?"
La cara de la joven investigadora cambia. Se ilumina. No con la luz de las estrellas lejanas que estudia, ni con la de los fluorescentes de la sala, sino con esa luz que va por dentro pero que se trasluce a la mirada, porque en realidad no es una luz, sino una serie de nuevas conexiones neuronales que certifican que acaba de descubrir algo que no sabía. "No se me había ocurrido –dice–. Gracias".
Esto ocurre a las siete y diez de la mañana en una salita de un hotel de Lindau, un bucólico pueblecito en la orilla alemana del lago Constanza que cada año acoge un encuentro con decenas de premios Nobel (este año son de física) y cientos de jóvenes científicos de todo el mundo. El experto en láseres es Bill Phillips, galardonado en 1997 por atrapar y enfriar átomos con láseres, un hombre especialmente simpático y ocurrente que, inmediatamente después de la conversación iluminadora, hace una promesa: "Todo el mundo que, en cualquier momento de la semana, se me acerque y me haga una pregunta tendrá un premio". Y levanta la mano para mostrar el galardón: una tarjeta con la nueva definición de las unidades de medida (según, metros, kilos...), que gracias a la física cuántica ya no dependen de patrones como una barra o una esfera custodiados en una caja fuerte de París, sino que toman como referencia constantes fundamentales de la naturaleza.
18 horas de ciencia al día
Los días son largos en Lindau. Empiezan a las siete ya menudo acaban tocada la medianoche. Todo lo que ocurre está diseñado para fomentar la conversación, la actividad que, según el añorado Jorge Wagensberg, más impacto puede tener en el conocimiento de una persona; más que la lectura, más que una clase magistral. Desde el desayuno, de pie y seguido de una mesa redonda hasta los paseos en pequeños grupos por la orilla del lago, pasando por incontables charlas, debates, almuerzos, cafés, encuentros casuales o buscadas y una salida en barco que muchos golpes termina en karaoke.
Este espíritu de intercambio es, justamente, el que impulsó a dos médicos alemanes a idear el evento en 1951, con el objetivo de que la ciencia teutona reconectara con la escena internacional después de la guerra. Empezó gracias al mecenazgo de la familia real sueca, los Bernadotte, que todavía son uno de los principales patrocinadores, ahora con la cara visible de la condesa Bettina Bernadotte. Una condesa que, aparentemente, tiene poca condesa. Asiste a muchas de las sesiones científicas y, por ejemplo, durante uno de los descansos, hace cola como cualquiera para una taza de té. Cuando llega a la jarra de agua caliente, recoge los envoltorios de plástico esparcidos sobre el mantel, los deja en el bote que hace de basura y lo coloca ligeramente. Después de observarla, no puedo evitar alinear la caja de los tés con la nueva posición del bote. La condesa levanta la mirada e intercambiamos una sonrisa de complicidad y amor por la simetría.
Algo parecido ocurre con los premios Nobel. Tienen una especie de aura que los sitúa en un estrato distinto al resto, como si fueran seres puros de luz y conocimiento. Pero todo el mundo coincide en que no es así. Al menos los que acceden a venir a Lindau. "Más allá de la parte científica, lo que más me ha impactado es el factor humano de los premios Nobel –explica Adrià Canós, un investigador en ciencia de materiales en la Universidad de Graz (Austria) que ha asistido al encuentro–. Son personas sorprendentemente humildes que me han aportado consejos de todo tipo", añade.
Uno de los premios Nobel con mayor capacidad de producir este tipo de consejos y, en general, auténticas perlas sobre cualquier tema es Steven Chu, que compartió el premio Nobel de 1997 con Bill Phillips y fue secretario de Energía del gobierno de Barack Obama entre 2009 y en el 2013. Cada vez que abre la boca suelta un par o tres. Experto como es en el sector de la energía, en una mesa en torno a un café rumia en voz alta que, si tanto se dice que ya tenemos la tecnología para hacer la transición energética pero que falta voluntad política, es que quizá la tecnología no es suficientemente madura. Y su consejo a la hora de acometer cualquier reto es empezar por lo más difícil, de modo que si tienes que fracasar lo hagas rápidamente y puedas pasar a otra cosa.
Cenas junto al lago
Para Alba Vika Sánchez Bernal, que ha terminado un máster después de licenciarse en física y matemáticas en la Universidad de Barcelona y que también está en Lindau, "lo más interesante es que puedes hablar con los premios Nobel en pequeños grupos". "Está siendo una de las mejores experiencias científicas de mi carrera y una experiencia vital sin precedentes", constata Marc Botifoll, otro joven científico asistente que apenas ha terminado el doctorado en el Institut Català de Nanociència y Nanotecnología. premios Nobel genuinamente interesados en mi trabajo es un honor; me acuesto cada día sintiéndome un privilegiado", asegura.
Esta proximidad es posible gracias, en gran parte, al programa social del encuentro. Una noche, por ejemplo, hay una cena cercana del lago. En la cola de las bebidas, Brian Schmidt, premio Nobel en 2011 para descubrir la aceleración en la expansión del universo gracias a la observación de supernovas distantes, se debate entre el vino blanco y el rosado. Tras dudar unos instantes, se decanta por el blanco, un moscato de la zona. Si es capaz de elegir las supernovas adecuadas para medir la expansión del universo, es capaz de elegir un buen vino, pienso. Así que me decido también por el moscato.
En las tablas, Anne L'Huillier, premio Nobel en 2023 para generar pulsos de luz ultrarrápidos, dice que le gustaría que hubiera más mujeres en física y que siente el peso de la responsabilidad de inspirar a las chicas jóvenes, pero que quiere que se deje de hablar de hombres y mujeres y se hable sólo de física, porque entonces querrá decir que hay igualdad.
Mientras paseo por la orilla del lago pienso si no podríamos, aunque sea modestamente, a nuestra escala, reproducir este evento con tanto potencial inspirador para las nuevas generaciones de científicos. Tenemos premios nacionales de investigación (y podríamos invitar a algunos premios Nobel). Tenemos jóvenes investigadores. ¿No podríamos juntarlos una vez al año en un formato similar?
La acidez del moscato alemán me distrae. Mala elección –un fracaso rápido; Chu estaría orgulloso–. Parece que no es lo mismo seleccionar supernovas que un buen vino. Voy a buscarme uno rosado mientras pienso qué puedo preguntar a Bill Phillips. Algo sobre el segundo, tal vez. ¿Por qué es la unidad que está definida con mayor precisión? Quiero volver con mi tarjeta del nuevo sistema de unidades en el bolsillo.