Los animales salvajes cambian para adaptarse a los entornos urbanos
Desde hace un tiempo, parece que cada vez es más habitual encontrar animales salvajes adentrándose en zonas urbanas en busca de alimento y, en algunos casos, incluso de refugio. Uno de los ejemplos más conocidos es el de los jabalíes en Barcelona, que a menudo se pueden ver paseando por la noche por barrios como Sarrià o alrededor de la avenida Diagonal. No es la única ciudad donde pasa. También se ven de vez en cuando paseando por Lleida y por Girona, y en otras poblaciones de medida mediana como puede ser, por ejemplo, Platja d'Aro, además de muchas otras más pequeñas.
En Barcelona, como paradigma de gran ciudad, también parece que es cada vez más habitual ver pájaros de presa como halcones, y animales del bosque como erizos, entre otros. En el caso concreto de los jabalíes, sin duda la superpoblación de estos animales se debe a la alta tasa de natalidad, por un lado, y a la falta de depredadores naturales, como podría ser el lobo, por el otro. Pero hay más causas de este acercamiento. Se ha visto que los animales salvajes adaptan con cierta facilidad su comportamiento y sus hábitos para aprovechar al máximo los recursos que les ofrecen las zonas urbanas como parte de la dinámica natural de las interacciones ecológicas.
Lo ha estudiado y cuantificado un grupo de investigación formado por investigadores de varias universidades y centros de investigación norteamericanos, encabezados por la ecólogo Trabes Gallo, especialista en ecología urbana, comportamiento animal y biodiversidad. Según las conclusiones del estudio que estos científicos han presentado en la revista eLife, a la hora de establecer programas de conservación y protección de la naturaleza se tienen que tener muy en cuenta la capacidad y las dinámicas de los diferentes grupos de animales para adaptarse a los entornos humanizados y urbanos, dado que, según los autores, muchas de las estrategias de conservación que se han usado hasta ahora no han sido suficientemente efectivas porque no han valorado adecuadamente las oportunidades que ofrecen estos entornos a la vida salvaje, que los animales, por instinto, aprovechan.
Un conjunto de relaciones dinámicas
Los ecosistemas son sistemas naturales formados por un conjunto de organismos, por el medio físico donde viven y por las relaciones que establecen entre ellos y con el medio. Estas relaciones pueden ser muy complejas y también dinámicas y adaptables. Por ejemplo, si un determinado depredador presenta unas preferencias de temperatura y luminosidad para cazar, sus presas tienen la tendencia a readaptar su comportamiento para limitar al máximo las posibilidades de un choque fortuito. También hay animales que alteran su comportamiento para evitar el contacto con las personas. Se ha visto, por ejemplo, que la presión del turismo fotográfico en la sabana africana ha hecho que muchos grupos de leones aprovechen para cazar a mediodía, coincidiendo con el rato de comer de las personas, cuando por cuestiones climáticas, para evitar el fuerte calor de la canícula, tradicionalmente cazaban por la mañana o por la tarde.
En este trabajo, Gallo y sus colaboradores instalaron cámaras en diez ciudades norteamericanas para capturar imágenes de las incursiones que hacen los animales salvajes que viven relativamente cerca para buscar comida o para refugiarse, y las han comparado con el comportamiento de los que viven únicamente en entornos poco o nada humanizados. En concreto, examinaron depredadores como coyotes, zorros y linces; animales que tienen una dieta más flexible, como mapaches, mofetas y didélfidos, y, finalmente, herbívoros como ciervos y conejos.
Los resultados que han obtenido indican que los depredadores de medida más grande, como los coyotes y los zorros, tienen tendencia a atrasar su ciclo biológico diario y se vuelven más nocturnos en entornos humanizados y urbanos. De este modo pueden buscar restos de comida entre los desechos al mismo tiempo que reducen la probabilidad de encontrarse con las personas, que normalmente los echan. En cambio, los ciervos, los conejos y los mapaches avanzan su ciclo biológico dado que, a diferencia de los carnívoros, las personas no los suelen echar. Además, teniendo en cuenta que los carnívoros atrasan sus horarios, al avanzar su actividad en estos entornos urbanos, los herbívoros disminuyen las posibilidades de un encuentro casual con sus posibles depredadores.
El efecto urbano en la conservación
La principal conclusión que los investigadores extraen de este trabajo es que, en un ambiente cada vez más humanizado y urbanizado, cuando se establecen programas de protección, conservación y gestión de la naturaleza se tienen que tener en cuenta estos cambios de comportamiento y de hábitos de los animales, dado que influyen en la dinámica global de los ecosistemas y la hacen todavía más compleja. Según dicen, el hecho de no tenerlos en cuenta puede explicar, como mínimo en parte, la poca efectividad de muchos de estos programas y las dificultades de gestión que se derivan de ello. Posiblemente también se produce un efecto similar con los jabalíes que pasean por la noche por muchos pueblos y ciudades de nuestro país.