Astronomía

Ann Druyan: "Teníamos la confianza ridícula de que 'Cosmos' cambiaría el mundo. ¡Y así fue!"

Escritora y coguionista de la serie de televisión 'Cosmos'

Ann Druyan
17/11/2024
7 min

Pocos humanos tienen el privilegio de tener un asteroide bautizado con su nombre. Y sin embargo, a 320 millones de kilómetros de distancia y en órbita perpetua, Ann Druyan (Nueva York, 1949) tiene el suyo, el Druyan 4970, descubierto en 1988. También pocos humanos han conseguido que su obra trascendiera y marcara generación tras generación, que inspirara a miles y miles de vocaciones científicas y que despertara en niños y jóvenes en todo el mundo una curiosidad voraz por el mundo que nos rodea, por quiénes somos, por cómo llegamos a ser. Y esto es, justamente, lo que Druyan ha logrado y el motivo por el que le acaban de conceder el Premio Nat 2024 a la divulgación de las ciencias que otorga el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.

Y es que esta mujer, de sonrisa generosa y energía inagotable, coescribió con su marido, Carl Sagan –que es seguramente el icono por excelencia de la divulgación de la ciencia–, la mítica serie de televisión Cosmos: un viaje personal (1980), una oda inigualable a la belleza de la naturaleza y del Universo y uno de los documentales científicos de mayor éxito de toda la historia. Se calcula que, hasta la fecha, ya le han visto más de 400 millones de personas en todo el mundo.

Fue también Druyan, escritora, guionista, activista, productora y directora audiovisual, quien escogió el contenido del disco de oro que transportan a sus entrañas las naves no tripuladas Voyager 1 y 2, de la NASA, lanzadas en 1977: imágenes y sonidos para explicar a los humanos a posibles civilizaciones extraterrestres. Y en la despensa tiene varios libros de divulgación y novelas, auténticos bestsellers, y películas como Contact, protagonizada por Jodie Foster.

 

Sospechaba cuando escribía los guiones de Cosmos ¿que se convertiría en una serie mítica?

— Era el primer proyecto que Carl [Sagan] y yo hacíamos juntos, y debo decir que sí, que teníamos la confianza ridícula de que aquella serie cambiaría el mundo. ¡Y así fue! El primer día que empezamos a trabajar éramos unas 40 personas reunidas en una habitación; Carl pidió que todo el mundo, desde los productores hasta los que hacían tareas como llevar café, colocara las tablas formando un gran rectángulo y fue preguntando uno por uno cuál era su sueño para este programa. Desde el primer momento quiso imprimir en el proyecto sentido de democracia. Creía en la humanidad, creía que todo el conocimiento científico generado por generaciones anteriores pertenecía a todo el mundo y que era un crimen que muchas personas quedaran excluidas. Lo cierto es que teníamos grandes expectativas para este programa y se cumplieron. Ojalá pudiera contarle ahora, 47 años después de hacerlo, que la gente todavía quiere Cosmos.

¡Y eso que la primera temporada tiene más de 40 años!

— Ahora mismo estoy intentando conseguir financiación para poder preservar las grabaciones originales hechas con Carl y preservarlas, actualizarlas y rehacer los efectos visuales para que toda una nueva generación de personas pueda ver cómo encontramos nuestras coordenadas en el espacio y el tiempo.

¿La vocación científica le viene de pequeña?

— Siempre quise ser escritora. Mis padres eran de clase media del barrio de Queens, en Nueva York, pero muy excepcionales. Mi madre era ama de casa y mi padre trabajaba en la industria de la moda, haciendo jerséis para mujeres. Eran grandes lectores. Desde pequeña tenía que leer el New York Times todos los días. Y por las noches papá se sentaba conmigo y me leía Shakespeare. Soy muy afortunada porque me infundieron el poder del lenguaje, de las palabras. En la escuela tuve un momento de inspiración con la ciencia pero la profesora de entonces me lo aplastó.

¿Qué ocurrió?

— Tenía 12 años, esa profesora, la señora Ramírez, nos estaba enseñando el número pi, que es la proporción que guarda la longitud de la circunferencia de un círculo con su diámetro. Escuchándola tuve una especie de experiencia religiosa; levanté la mano y, temblando, pregunté si esto era aplicable a cualquier círculo en todo el Universo. Porque, de repente, mi cerebro estaba explotando. Y ella me respondió: "¡No hagas preguntas idiotas!" Y me puse a llorar.

Qué maestra...

— Sí, horrible. Salí de la clase y nunca quise volver más. En otra clase, física, un profesor me dijo que era ineducable. Estábamos estudiando los minerales. Tan aburrido... Y años después era como me sentía en la vida hasta que empecé a leer a los filósofos presocráticos y capté esa idea de que todo tiene una razón de ser, y empecé a amar la ciencia de nuevo. Eran los años 60, la atmósfera que se vivía en Estados Unidos era apasionante, la música... Dejé la universidad, escribí mi primera novela, que me publicaron; era joven, me lo estaba pasando fenomenal. Y entonces Carl se cruzó en mi camino.

¿Cómo?

— A través de una amiga común, Nora Ephron, que hacía una fiesta en su casa de Nueva York, donde yo vivía. Recuerdo que estaba en el pasillo fuera del apartamento de Nora, era un poco tímida, y de repente oí aquella risa fantástica, la risa más libre que nunca había oído en la vida, sin inhibición, sin miedo. Yo estaba con mi novio, Tim; entramos juntos y allí estaba Carl, tumbado en la alfombra del salón de Nora, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Nos miramos y nos sonreímos. Esa noche hablamos y fue una de esas conversaciones inspiradoras, que van de un tema a otro, como acróbatas.

Usted fue quien escogió el mensaje que los humanos enviamos a los extraterrestres a las Voyager.

— La NASA encargó a Carl que pensara algo para la misión. Y él, junto a Frank Drake, otro astrofísico, tuvieron la idea de hacer un álbum dorado fonográfico donde grabar digitalmente imágenes y sonidos de las diferentes culturas de la Tierra. Y me pidieron a mí que escogiera qué imágenes, qué sonidos habría que grabar. ¡Los ingenieros nos decían que el disco viviría entre 1.000 y 5.000 años! Vi rápido que sería un arca de Noé de la cultura humana.

Qué responsabilidad...

— Sí, estaba temblando. Era el último testamento de la especie humana. Consulté con muchos músicos, etnógrafos, artistas expertos en distintas tradiciones musicales, con compositores. Solo teníamos seis meses para prepararlo. Desde el principio entendí el encargo como un ejercicio artístico que contara la historia de nuestro planeta a través de los sonidos.

También imágenes.

— Pensamos mucho, en cuáles incluir, porque queríamos ser veraz. Pero ¿cómo de verazes? ¿Enseñabamos imágenes del Congo belga y lo que los belgas hicieron? ¿O de los campos de concentración de Auschwitz? El sentimiento que teníamos era que mejor no hacerlo para no asustar a los extraterrestres, porque quizás podían interpretar una imagen de la seta nuclear como una amenaza o una advertencia.

Aunque encontró una forma de registrarlo.

— Sí, a través de la meditación y mis ondas cerebrales, y de los sonidos de mi corazón. Al final, intenté contar la historia del planeta y las especies que lo habitan.

¿Cuál es el secreto de Cosmos?

— “Cuando estás enamorado, quieres contarlo al mundo”, solía decir Carl, que estaba enamorado de la naturaleza revelada por la ciencia. Hay una fórmula infalible para comunicar esta pasión por la ciencia y son... ¡las historias! Como especie, a los humanos nos encantan. En Cosmos, desde el comienzo hasta esta temporada más reciente, siempre hemos buscado esta pequeña puerta para entrar en la ciencia, que es realmente un trabajo de imaginación, ante todo, de creatividad.

Es también la fórmula que han aplicado en la segunda y tercera temporada de Cosmos?

— Cuando hacía 10 años que Carl había muerto, en el 2006, quise hacer una nueva temporada de Cosmos. Había estado recogiendo historias de ciencia que quería contar. Me fui a ver las principales plataformas en Estados Unidos, la televisión pública, el Discovery Channel... Y todas me dijeron que les había encantado Cosmos, pero no aceptaban que yo me encargara de escribir una nueva temporada, que tuviera el control creativo y muchísimo dinero para hacerlo cinemático, para poner efectos especiales como en las películas y atraer a gente hacia la ciencia. ¡Había dinero para hacer choques de coches, estrellar aviones, hacer explotar cosas pero no para mostrar la majestuosidad de la naturaleza!

¿Qué hizo?

— Continuar intentándolo hasta el 2010 de la mano de otro astrónomo, Steven Soter, coguionista en Cosmos, la serie original, conmigo y Carl, además de científico brillante. Entonces se nos presentó una oportunidad en la cadena Fox. Nos reunimos con el director, le di un DVD con la serie original y me dijo que la miraría y nos diría algo. Y nos citó seis semanas más tarde. Cuando volvimos, nos explicó que cuando llegó a casa le enseñó el programa a sus tres hijos pequeños. Al principio no querían y reían al ver el pelo largo de Carl, porque eran vídeos de 1979 y estábamos en 2010. Al día siguiente, nos contó, recibió una llamada de sus hijos pidiéndole seguir mirando Cosmos. Y le miraron cada noche. Por eso, cuando nos volvimos a encontrar me preguntó cuánto dinero quería para hacer la serie. Yo todavía no había hecho el presupuesto, pero dije una suma ridículamente alta de dinero y me dijo que sí. No necesitamos ni hacer un piloto, nos encargó 13 capítulos.

En esta última temporada de Cosmos habla de posibles mundos. ¿Cuáles son estos mundos?

— No sólo los exoplanetas, sino todos aquellos que podrían existir si pudiéramos dejar atrás nuestra adolescencia y tratarnos unos a otros con humildad y bondad. Estoy obsesionada con lo que está pasando en EEUU, siento ansiedad, miedo. Afectará a todo el mundo. Será una pesadilla. Cosmos para mí siempre ha sido una forma de contrarrestar el pensamiento mágico, la estupidez, las teorías conspiranoicas, el oscurantismo, el misticismo.

Qué paradoja: hoy tenemos más acceso que nunca a información científica y cada vez hay más adeptos a la pseudociencia.

— Terraplanistas, negacionistas del cambio climático... Trump representa a toda esa gente que tiene miedo, que actúa como las personas que tienen pánico, y se aferran a lo que piensan que es un salvavidas. "Trump nos dice qué debemos hacer, lo arreglará todo". Como si esto fuera posible...

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