Meritxell Martí i Xavier Salomó: "Censurar los cuentos clásicos es cómo decir que Auschwitz no existió"
Forman un tándem literario superventas, con un centenar de libros traducidos hasta veinticuatro lenguas
BarcelonaUna casa de miedo (Flamboyant), de Meritxell Martí y Xavier Salomó, se publicó durante la Semana del Libro en Catalán. Solo tres días después, el cuento –una iniciación al problema de la vivienda hecha de humor y giros inesperados– lideraba ya el ranking de la sección infantil y juvenil. En el último Sant Jordi, los más vendidos fueron La misteriosa y sorprendente casa del abuelo (Combel), que justo salía del horno, y La maravillosa y horripilante casa de la abuela, en segunda posición. Juntos, han hecho álbumes ilustrados multipremiados, como Sunakay (Flamboyant) y un montón de cuentos para bebés. Sus Buenos días y Buenas noches (Combel) suman 135.000 ventas en todo el estado. Son pareja en la vida real y tienen un hijo de ocho años. Viven en Sant Llorenç Savall, desde donde compaginan una vida tranquila con presentaciones en todo el mundo.
Lo que llama “terror cuqui” es una especialidad de la casa. ¿Por qué engancha tanto?
— Xavier S.: El asco y el miedo son emociones fundamentales, de las más primarias. Por eso nos gusta el cine de terror. Nos atrae el abismo, pero desde el sofá. Una cena de miedo se inspira en el banquete deIndiana Jones y el Templo Maldito, cuando a Kate Capshaw le sirven una serpiente rellena de lagartos. Es asqueroso, pero no podemos apartar su mirada.
— Meritxell M.: En los bazares chinos el Halloween ocupa cada año más espacio. Lo grotesco y truculento. Es horroroso. Pero hay una etapa de la infancia que los niños dicen "eeeecs" y ríen con ello. Es normal y adaptativo, como las trifulcas entre hermanos y hermanas. Tampoco lo llevamos mucho en el extremo, al fin y al cabo, nos dirigimos a los niños. A veces le digo a Xavi: “¡Que se vea menos este cerebro!” [Ríen].
La defensa del planeta o el cuestionamiento de los roles de género aparecen en el telón de fondo de buena parte de sus libros. En los últimos años, las librerías se han llenado de cuentos que revisan a los clásicos o transmiten las moralidades del siglo XXI. ¿Cómo debe vehicular la transmisión de valores, la literatura infantil?
— MM: Queremos ir fuertes con los cambios sociales. Nos da miedo que las nuevas generaciones cometan ciertos errores del pasado. Hasta ahí, todo correcto. Pero, ¿cómo lo hacemos? Estamos proyectando cosas adultas en el mundo infantil. Los niños aprenden a través del juego, la manipulación. Debe pasar por ciertas experiencias. Con buena voluntad, estamos colonizando la escuela y los textos infantiles. Es un error. No tengo una bola de cristal, pero intuyo que no es ésta la mejor manera de conseguir que sean hombres y mujeres con ciertos valores. Claro que querían educar a los niños con esos cuentos. Pero también contienen arquetipos potentísimos.
— XS: Era otra época, pero no podemos privar de esto a los niños. Si los censuramos, estamos ejerciendo el revisionismo histórico. Es como decir que Auschwitz no existió. No puede decirse que Sant Jordi era una mujer. Además, dar a los niños libros que les enseñan a comportarse es dañino desde todos los puntos de vista. Desde el punto de vista pedagógico e intelectual y desde el punto de vista del vínculo que hará el niño con el libro. Esto no es literatura, es un aburrimiento enorme. Y hará que el niño diga: "Mira, libros no; prefiero una pantalla o jugar con mis amigos". Tenemos la obligación moral de proporcionar historias que les atrapen. Allí están ya las emociones, los valores y los contravalores. Nuestros protagonistas a menudo no son del todo buenos ni malos. Hoy quizás lo hagamos bien, pero quizás mañana lo hagamos mal. Y esto es mucho más rico.
Algunas familias y escuelas optan por no contar algunos de los clásicos.
— XS: No podemos hacer como Winston Smith en 1984. Coger los libros y, todo lo que nos parece censurable, quemarlo, borrarlo y hacer nuevos libros. No podemos desaparecer el pasado. Para mí, Hergé es un autor de referencia. En Tintín en el Congo se nota mucho el colonialismo belga. Pero no puedo negarle a mi hijo, le encanta.
— MM: Él mismo ve que no hay ninguna mujer entre los científicos. Le explicamos que, en aquella época, costaba encontrar a una mujer en ciertos círculos porque no le dejaban entrar. Ahora estamos en otro punto pero no podemos cambiar el pasado. Pero podemos trabajar críticamente. Preguntar qué piensan. También podemos crear nuevas leyendas, generando así una nueva mirada.
El último informe PIRLS y el PISA señalan un estrepitoso descenso del hábito lector entre niños y jóvenes. ¿Cómo lee este problema?
— MM: Pienso que tiene que ver con la pobreza de algunos hogares, pero también con la falta de presencia de los adultos en casa. La escuela lo está haciendo superbién. Pero, claro, si en casa no hay nadie… Los padres están trabajando, o en el gimnasio, o comprando. cena. Y, si no hay oralidad, no hay lectura. Precisamente, nuestra propuesta de valor es proporcionar a las familias una excusa para pasar tiempo juntos haciendo algo bonito.
¿Cómo ha afectado a la crianza en sus cuentos?
— XS: Nuestros bestsellers lo son gracias a nuestro hijo. Es nuestro maestro. Él nos dice si una historia funciona y engancha. Hemos aprendido a leer de otra forma gracias a sus ojos.
¿Cómo es trabajar en tándem, siendo pareja?
— XS: Complicado [Ríen].
— MM: Si no viviéramos juntos no haríamos los libros que hemos hecho. Paso por aquí y veo lo que está haciendo Xavi. A veces él me deja los dibujos y yo le dejo una nota. Empiezo a hervir la olla textual y…
— XS: Entonces, nos encontramos, nos enseñamos qué tenemos y lo hacemos casar. La maqueta de nuestro nuevo proyecto está lleno de garabatos y notas de Meritxell. Viene, vuelve, va. Y todo esto sale mientras cocinamos o salimos a dar un paseo.
¿Sobrevivirán los cuentos en el mundo de las pantallas?
— XS: Por supuesto. Es un objeto perfecto y lo seguirá siendo a lo largo de muchos siglos. La rueda no puede mejorarse, es un objeto ideal.
MM: No sabemos qué pasará dentro de un milenio, yo no pondría las manos al fuego. Pero cuando ya no queden libros, ya no vale la pena vivir aquí.