Escuela

¿Cómo deben ser las aulas del futuro?

Escuelas como Lola Anglada, de Esplugues de Llobregat, transforman sus espacios para adaptarse a las nuevas metodologías educativas

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Escuela Lola Anglada de Esplugues de Llobregat

Esplugues de LlobregatLo primero que sorprende cuando se entra en la escuela Lola Anglada, de Esplugues de Llobregat, es que en las aulas los niños circulan libremente a la hora de realizar las actividades que le proponen las docentes. Lo hacen en un único espacio que comparten los alumnos de varios cursos. Así, en Infantil, los alumnos de E3, E4 y E5 están subdivididos en cuatro grupos de 16 alumnos, un ratio que permite no sólo una atención más individualizada, sino también atender mucho mejor a la diversidad coexistente en el seno del grupo. Lo mismo ocurre en los ciclos inicial, medio y superior de primaria, en los que los alumnos de primer y segundo, tercero y cuarto, y quinto y sexto, respectivamente, trabajan juntos.

Propuestas multinivel

Tal y como señala Marta Riera, coordinadora del ciclo inicial de primaria, “hay que pensar propuestas suficientemente abiertas para que cada uno las aborde desde su nivel”, lo que permite que todo el alumnado, aquellos con más dificultades y aquellos con más facilidad, lleguen a alcanzar los objetivos. Riera apunta que suele haber una propuesta en la que se puede jugar en el suelo, otra que precisa el uso de mesa y silla, “ya que es necesario adquirir hábitos de trabajo, de cómo sentarse bien, coger bien el lápiz, etc .”, y se van alternando. Los niños, de esta manera, tienen total libertad para circular por los espacios, “también para ir al baño y beber agua, simplemente es necesario que nos avisen, no que pidan permiso”. En infantil, a su vez, los niños circulan por un total de cuatro espacios educativos: el ambiente de juego simbólico, el de luz, el de construcción y el de naturaleza. "Allí hay una propuesta de letras, una de números, una de lectura...", explica la directora del centro, Sònia Giménez. Lo que sí comparten todos los niveles es el espacio destinado al corro que sirve para encontrarse al llegar a la escuela o después del patio, para el desayuno, para hacer asambleas o atender explicaciones grupales.

Esta forma de organizar los espacios –que empezó a implementarse en el curso 2016-17 en infantil y ha ido extendiéndose como una mancha de aceite– respondía a una intencionalidad pedagógica. El objetivo, recuerda Giménez, era mejorar el bienestar del alumnado y las metodologías, “lo que implicaba transformar el espacio, ya que aquel del que disponíamos no daba respuesta a las acciones pedagógicas que queríamos que pasaran al aula”. Afortunadamente, un gran grueso de docentes ya tenían esa mirada, lo que, señala Giménez, “ayudó a convencer a aquellos otros que, a priori, no lo veían tan claro”.

Proceso participativo

Las familias de los alumnos también están muy en sintonía con el proyecto del centro. Tanto que emprender la transformación de los espacios no fue ningún problema. "Más bien al contrario", sostiene la directora. Las de infantil, que habían vivido esta forma de trabajar y de estar en la escuela, querían que, cuando los hijos pasaran a primaria, esto continuara. "Esto también fue un punto de fuerza para sacarlo todo adelante", señala. Un proceso en el que han participado docentes, familias y alumnado, algo clave “para hacer suyo cada uno de los espacios remodelados y también para cuidarlos”, y para el que la escuela confió en Smart Classroom Project, un grupo de investigación interuniversitario surgido a raíz de la necesidad de repensar los espacios de aprendizaje para incluir las nuevas metodologías educativas y, sobre todo, para ofrecer bienestar a todo el mundo que lo haga.

Las propuestas internivel que tienen lugar en el seno de estos espacios no sólo buscan que el alumnado alcance unos contenidos, "sino poner estos contenidos en práctica y hacer de ellos y ellas personas autónomas, que sepan tomar decisiones y trabajar en equipo", afirma Giménez, que añade que "esto sólo será un éxito si el alumnado y el profesorado están bien en este espacio y si el entorno acompaña". Se trata, todo ello, de una metodología “que apodera y ayuda a tener más éxito tanto a aquellos alumnos que tienen facilidad como a los que tienen mayores dificultades”, prosigue la directora del centro.

Niños trabajando en el laboratorio de ciencias
Niños trabajando en el laboratorio de ciencias

Evidencia científica

Tal y como apunta Guillermo Bautista, profesor e investigador de psicología y ciencias de la educación de la UOC y cofundador de Smart Classroom Project, es necesario que los espacios se adapten a las necesidades de docentes y alumnado de manera fácil y rápida, que permitan el trabajo grupal e incorporen de forma cómoda el máximo de recursos. En suma, afirma, “que faciliten y acompañen el cambio metodológico”, lo que, a su juicio, “también significa considerar que los espacios de aprendizaje no son sólo las aulas, son los pasillos, el patio, la biblioteca, el comedor, la entrada del centro...”. Que la raíz de todo sea la evidencia científica, en palabras de Anna Escofet, profesora de la Facultad de Educación de la UB y cofundadora de Smart Classsroom Project, sirve para demostrar que la necesidad de modificar estos espacios "no es una moda ni tampoco se hace para que así el centro pueda quedar mejor". Destaca que los cambios deben basarse "en las necesidades de la comunidad educativa de cada centro y en los conocimientos fundamentados en la investigación desarrollada internacionalmente desde hace ya unos años". Una investigación que, tal y como recoge Bautista, revela que “los factores ambientales que configuran el espacio escolar, como la luz, la temperatura, la acústica, la ventilación, las texturas, los colores y las formas, la conexión visual con exterior, etc. afectan a los procesos cognitivos vinculados con el aprendizaje”.

Desde Smart Classroom Project son conscientes de que "no hay una solución universal para todos los espacios ni todos los centros", lo que se ha puesto de manifiesto en la treintena de trabajos llevados a instituciones educativas de diferentes niveles, desde escuelas de infantil y primaria hasta universidades, así como en el diseño de un aula de radio y televisión en una escuela de alta complejidad y de un HUB de investigación de una universidad.

La chispa del cambio: la biblioteca

Si hay un espacio que materializa el inicio de la colaboración entre la escuela Lola Anglada y el 'Smart Classroom Project' es el espacio polivalente creado donde antes había un porche. El departamento de Educación autorizó al centro a construir un espacio extra de 140 m 2 arriba, que se ha utilizado para hacer una biblioteca, un espacio para leer y para trabajar en grupo y un salón de actos para realizar reuniones, con un pequeño escenario. Los 140 m2 de abajo se destinaron a construir un gimnasio. El espacio está aprovechado al máximo: hay taquillas con ruedas en las que se guardan hasta 100 sillas, bajo el escenario hay más espacio de almacenamiento, las columnas se transformaron en librerías y todo el mobiliario tiene ruedas para desplazarse lo fácilmente. Al mismo tiempo, es un espacio muy conectado a las aulas y con frecuencia el alumnado sale a trabajar. "A partir de la cocreación de este espacio y de la transformación que ya habíamos hecho en infantil, generamos un método de diseño de espacios que nos permitió transformar dos aulas de primaria cada curso", recuerda Sònia Giménez, quien también explica como este verano la que era el aula de informática se ha desmantelado para crear un espacio de cocreación de arte, y todavía quedarán espacios, como el laboratorio, pendientes de transformar.

Cooperación y autonomía

"Hay que plantearse qué tipo de dinámicas se quieren implementar en la escuela y, después, transformar los espacios", dice Alba Barranco, especialista de lengua extranjera de inglés y representante de ciclo medio. La también coordinadora digital del centro apunta a que las mesas “no se necesitan todo el día”, por lo que, al tener ruedas, pueden moverse y apartarse, “haciendo que el espacio sea más flexible y se adapte mejor a lo que se está haciendo en cada momento”. El covid obligó a los alumnos de primaria a trabajar en grupos reducidos multinivel, tal y como ya hacían en infantil. Al retomar la normalidad, el curso pasado, se preguntó a las familias cómo creían que funcionaban estas comunidades, y la respuesta puso de manifiesto su satisfacción. “Valoraron positivamente que los grupos se mezclaran porque así podían romperse determinadas dinámicas que se crean en el seno de los grupos-clase”, afirma Barranco, para quien trabajar con grupos de aprendizaje de 17 alumnos “es una maravilla”. Que convivan niños de dos niveles hace que los alumnos cooperen entre ellos: "Un año tú tienes el rol del pequeño de ese ciclo y al año siguiente, ya tienes las dinámicas muy integradas y puedes ayudar y acompañar a los pequeños".

Marta Riera, a su vez, explica cómo ha vivido de primera mano la evolución. "Ahora es mucho más relajado y las criaturas no necesitan contención, se autorregulan muy bien." Todo fluye porque las propuestas educativas ya les permiten moverse en el aula, una dinámica que también ha comportado "que la figura del maestro haya pasado de dirigir a acompañar", destaca. La parte positiva de todo esto, prosigue Riera, es que los niños trabajan “sin la necesidad de una figura adulta que les marca todo el rato lo que deben hacer”, por lo que “ya saben que cuando acaban una tarea , pueden ayudar a un compañero, ir al espacio de cuentos, dejar un mensaje, etc.”

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