Es imposible ser El Padre
Desde la llegada de Aran, todo es una exageración
BarcelonaLa primera noche en el hospital ya estaba agotado. Sandra, con la cesárea recién hecha, me llamaba desde la cama y yo, encajado en el sofá más incómodo de todos los tiempos, no la oía. Dormía. Tuvo que llamarme al móvil para despertarme y pedir ayuda. Mi primera derrota como padre había llegado cuando el bebé no tenía ni 12 horas.
Siempre pensé que ser padre era una categoría, no una circunstancia. No es que haya tenido un hijo, sino que me he convertido en padre. Una diferencia sutil que me ha generado unas cuantas crisis de identidad durante el embarazo y el posparto, más aún cuando todo ha pasado antes de cumplir 30 años. Cuando supimos que venía Aran pensé que debía ser El Padre (el de la voz grave, el de la mano fuerte, que paga un vermut y que arregla una puerta). Me ha costado unos meses ver que iría de derrota en derrota si no intentaba todo lo contrario.
El terapeuta Albert Pons, coordinador del grupo Entre Pares, me explicaba que ha inventado el término parescencia. La tesis es que, al igual que en la adolescencia, cuando te conviertes en padre estás en una transición vital que te obliga a reconfigurar tu identidad bruscamente. Es necesario repensar quién eres, qué quieres hacer, dudas de si te estás rodeando de quien toca, de si estás donde quieres. Es así: estoy en plena inmersión en la parescencia. De momento, he dejado de querer ser El Padre. Desde la llegada de Aran, todo es una exageración. El amor, el cansancio, la intensidad, todo es una hipérbole que también me lleva a los extremos de mí mismo. De las inseguridades (¿estoy a la altura?), de luchar contra mí mismo (¿puedo poner a otra persona por delante de mí todo el rato?), de cuidar sin esperar nada a cambio (amor, ¿qué necesitas?) y cómo a hombre aceptó ser satélite, lejos del centro.
Padre antes de los 30
Hace poco celebré los 30 años. Con mis amigos, mi pareja, mi familia y con Aran. Necesitaba que él estuviera allí. Necesitaba una noche de fiesta y cierto descontrol. Mis padres nos vinieron a ayudar para que Sandra también estuviera en cuerpo y alma durante la noche. No puedo fingir que soy El Padre. No con mi hijo. Solo queda jugar a la honestidad y la autocrítica constante. Y al amor y al cuidado como filtro para mirarlo todo. En Aran, Sandra y todos los que nos están ayudando en este camino duro y precioso.
La única manera de digerir los errores, los defectos que mi hijo absorberá de mí y la tendencia a querer ser El Padre será ser una exageración de mí mismo. Iré averiguando qué significa esto durante mi parescencia.