Angelina Jolie ilumina la memoria de Maria Callas
'Maria', el 'biopic' del chileno Pablo Larraín sobre la soprano, aspira al León de Oro de la Muestra de Venecia
Enviado especial a VeneciaHace sólo un año, el cineasta chileno Pablo Larraín presentaba en la Muestra de Venecia El conde, una sátira de terror en la que el dictador Augusto Pinochet se paseaba por el mundo actual convertido en un vampiro. Ayer el director de El club regresó al Lido veneciano para presentar María, una película que puede leerse como la antítesis de su anterior trabajo. En contraposición al estudio descreído y lapidario de una realidad corrompida –el Chile contemporáneo de El conde–, Larraín construye con Maria un retrato cómplice y devoto de “la mayor voz de la historia”, según la descripción que el propio director ha hecho de Maria Callas (1923-1977) en un encuentro con la prensa.
Maria no oculta su condición de réquiem cinematográfico –la primera imagen del filme se centra en el cuerpo sin vida de la gran soprano–, pero, según Larraín, estamos ante una película que va más allá de la tragedia. "Es verdad que la vida de Callas fue dramática, y en el filme jugamos con la idea de presentar al personaje como la suma de los papeles trágicos que ella llevó a escena, pero Maria no es una película oscura. En esencia, mostramos a una mujer que, después de pasarse toda su vida interpretando por el público y cuidando a otras personas, finalmente decidió ocuparse de ella misma y encontrar su destino", asegura Larraín.
Planteada como una especie de ópera en tres actos, a los que se suma una apertura y un epílogo, María completa una trilogía de filmes biográficos con los que Larraín ha explorado la turbia existencia de varias de las mujeres más célebres del siglo XX. Después de Jackie y Spencer –dos obras que ponían el foco en la cara más macabra de las vidas de Jackie Kennedy y Diana de Gales–, el director de Ema eleva el listón de su cine para adentrarse, con un enorme respeto y pudor, en la última semana de vida de Maria Callas.
En 1977, después de cuatro años alejada de los escenarios, y con el corazón y el hígado afectados por la adicción a los barbitúricos, la gran dama de la ópera sucumbe a la soledad entre las grandes estancias de su apartamento parisino y las avenidas de la Ciudad de la Luz. Este resumen de la trama podría hacer pensar en otro de los espectáculos flagelantes que abundan en la filmografía de Larraín. Sin embargo, de entre las tinieblas de María –iluminadas por el gran director de fotografía Ed Lachman–, emerge la indomable figura de Callas, que con su rebeldía y genio artístico se enfrentó a los valores patriarcales de su época y a su propia fragilidad emocional. Así, Larraín se desmarca de la sordidez habitual de su cine para homenajear al fulgor creativo de la gran diva greco-estadounidense.
María y Callas, la mujer y el mito
En una escena reveladora de Maria, un colaborador musical recrimina a la soprano que no está dando lo mejor de sí misma: “La que ha cantado es Maria. Yo quiero escuchar a Callas”. Y es justamente en la frontera entre la mujer y el mito en el que surge la monumental interpretación que ofrece, en la piel de Callas, una Angelina Jolie que llevaba años alejada de los proyectos de gran envergadura artística. "En los últimos años, he tenido que pasar más tiempo en casa con mi familia, y en este período he aprendido a valorar lo que implica ser una artista y disfrutar de la interpretación", ha declarado Jolie ante la prensa acreditada en Venecia.
En Maria, Jolie se sumerge de forma tan llena en el dolor, la alienación y la belleza de Callas que el espectador acaba olvidando el escaso parecido físico entre la actriz y el personaje real. Da la impresión de que Jolie trabaja desde una comunión visceral con Callas. Cuando, en un encuentro con John F. Kennedy, la diva reconoce que pertenece al reducido grupo de personas “que pueden ir donde quieran, pero que nunca podrán escapar”, resulta casi imposible saber si quien habla es Callas o Jolie. "Más que ninguna otra cosa, comparto con Callas su vulnerabilidad", ha admitido la actriz californiana, que sabe otorgar a su personaje una dignidad infranqueable. De hecho, es la reticencia de la actriz a dejar que María caiga en el pozo del patetismo lo que acaba inmunizando la película contra el paternalismo y la crueldad. Así, gracias a la admiración de Larraín y Jolie hacia Callas, Maria se convierte en un valioso estudio sobre una forma de grandeza que puede tambalearse en el tiempo de lo real, pero que resiste incólume y eterna en el panteón de las artistas convertidas en mitos.