No es buena idea pasar un fin de semana en la cabaña del bosque

Era febrero cuando The monkey llegaba a nuestras salas para invitarnos a una fiesta alocada de muertes en cadena: para los fans de Destino final significaba la antesala perfecta de la última entrega de la saga, que llegaría tres meses más tarde. Con esta nueva película —la tercera en menos de año y medio—, el director Osgood Perkins no abandona el terror sobrenatural que le caracteriza, pero sí se aleja del tono cómico del anterior trabajo, habitando un escalofriante escenario que gustará tanto a los amantes del folk horror como a aquellos que disfrutan con las historias de brujas.

Trazando una descripción de los personajes y el espacio construida a base de planos detalle y con la prominencia de un silencio casi hipnótico —pocas veces rasgado por la fuerza de un agua de río cristalina que parece transportar algo más que sedimentos—, Perkins introduce al espectador en un estado de incomodidad. cabaña del bosque de Malcolm, el misterioso hombre con el que sale hace un año.

Lo real y lo imaginario se mezclan en esta siniestra fábula sobre relaciones vampíricas que recuerda la hostilidad atmosférica del tándem austríaco Franz-Fiala (especialmente en The lodge). Asimismo, Perkins parece querer replicar los terroríficos mecanismos del J-horror en la construcción de sus criaturas. Si a Longlegos nos desafiaba a enumerar demonios, aquí nos lleva de viaje por una bucólica pesadilla llena de trampas aterradoras.