La reapropiación del mito de Drácula por parte del cine rumano
Radu Jude presenta en el Festival de Locarno una revisión de las ficciones de vampiros desde la tierra donde se originó la leyenda
Locarno¿Por qué Rumanía, país de origen del mito de Drácula, no ha generado ninguna película sobre vampiros? Ésta es la reflexión que parece impulsar Drácula, la nueva película de Radu Jude, responsable de títulos imprescindibles como Un clavo desafortunado o porno loco y No esperes demasiado del fin del mundo. Pero, lejos de proponer una nueva adaptación de la novela clásica de Bram Stoker o un relato más acorde con la base histórica del personaje, Jude se empuja una deconstrucción de las apropiaciones (¿vampirizaciones?) comerciales de Drácula y reivindica unos relatos vampíricos con sello local en una película que son a la vez muchas películas elaboradas a partir de tradiciones. En este largo de tres horas caben una fábula popular sobre un árbol en el que crecen pene; una historia de amor trágica entre trabajadores rurales en la Rumanía comunista; una revisión de la figura de la doctora Aslan, la primera estrella médica en la lucha contra el envejecimiento que atrajo a su clínica rumana famosos de todo el mundo; relecturas irónicas del Nosferatu de FW Murnau y de Film de Samuel Beckett; un cabaret eroticovampírico para turistas en el corazón de Transilvania; y un relato de ciencia ficción sobre revuelta obrera, entre otros. El filme se estructura como una obra Frankenstein construida a partir de historias diversas, servidas por un guionista que va requiriendo a un programa de inteligencia artificial que le genere diferentes relatos en torno al famoso vampiro.
Pocos directores leen tan bien los tiempos presentes como Radu Jude, que esta vez ha decidido incorporar la IA generativa como tema y al mismo tiempo como herramienta de creación en su filme. Aparte de la lectura de la inteligencia artificial como voraz depredadora de la creatividad y la investigación ajenas, Drácula integra constantes imágenes fantasiosas surgidas de la IA a partir de los diferentes escenarios planteados, salpicaduras kitsch y deformes que contrastan con la propuesta estética del filme, situada voluntariamente en el lado del cine de bajo presupuesto, de las imágenes pobres, de la serie Z no estilizada, de las realizaciones televisivas de vieja escuela y del teatro. Si hablamos de cine de vampiros, el Drácula de Jude se alinea junto a Ed Wood y de Jess Franco, y se distancia de las visiones de Francis Ford Coppola y de las series para el público joven.
El epílogo del filme, protagonizado por un basurero al que desprecia tanto a un intelectual pomposo como a su propia hija, que ya encarna una nueva clase social, parece explicitar esa voluntad de ponerse en el lado de la cultura popular tradicionalmente menospreciada por las élites, y también por los estilos hegemónicos contemporáneos. Este distanciamiento explícito del buen gusto por parte de Jude se manifiesta igualmente en su cultivo del erotismo procaz y del registro vulgar. En esta película como en ninguna otra, el rumano entronca en parte con la Trilogía de la vida de Pier Paolo Pasolini en su exaltación de una cultura popular y desvergonzada, sin filtros intelectuales ni románticos. Fruto de la mente genial e hiperactiva de uno de los directores más estimulantes de la contemporaneidad, Drácula también se ubica en algunos momentos más cerca de sus piezas más experimentales que de sus títulos más conocidos.
Una competición de nivel
El Drácula de Radu Jude comparte carrera por el Leopardo de Oro con otros títulos muy potentes. Como la maravillosa Phantoms of july (Sehnsucht in sangerhausen) de Julian Radlmaier, un cineasta marxista que reflexiona sobre la pervivencia del romanticismo en la Alemania actual, marcada por la precariedad y los discursos del odio, en un filme delicioso que abraza la herencia de los cuentos de verano de Éric Rohmer. O la imprescindible With Hasan en Gaza, la nueva propuesta de Kamal Aljafari, a partir de un material de archivo del 2001 que nos permite adentrarnos en un viaje casi espectral por la Gaza más cotidiana y escondida de principios de este siglo, un país que se afana por no desaparecer tampoco de las imágenes.