El Festival de Canes empieza con una película extraordinaria de Leos Carax
'Annette' genera división y desconcierto entre la crítica, excepto por el elogio unánime a Adam Driver
CanesPara eso sirve un festival como Canes. Para reservar la gala de inauguración a Annette, una película extraordinaria en un sentido literal, el de escaparse de las convenciones establecidas, en la que confluyen los talentos de tres artistas, el cineasta francés Leos Carax y los hermanos Ron y Russell Mael, Sparks, compositores y guionistas, para dar a luz a un musical a la vez reconocible y heterodoxo, un descenso al abismo del lado oscuro y tóxico de la figura del artista atormentado, a quien da vida un Adam Driver superlativo.
El film arranca con un número metacinematográfico en el que los creadores y los protagonistas van reuniéndose mientras avanzan por Los Angeles al ritmo de So may we start. Aquí Annette desprende esa energía propia del musical que eleva los ánimos, se contagia a la audiencia e impulsa el resto del film. Pero... A priori nos encontramos ante otra historia de amor romántica atormentada, la que protagonizan Henry (Adam Driver), un monologuista de éxito con sus números de humor siempre al límite, y Ann (Marion Cotillard), una célebre soprano. El nacimiento de una hija, Annette, se convierte en el elemento disruptor que trastoca un escenario quizás no tan ideal. Que el bebé esté representado por una marioneta marca la estética de un film que en algunos aspectos se mueve entre la belleza naif y lo grotesco.
En el cine del director de Mala sangre y Los amantes de Pont-Neuf, la noche siempre ha sido el refugio del amor y de la diferencia. Annette es también una película sobre todo nocturna, pero aquí la oscuridad adopta progresivamente un sentido más sombrío y turbio, el mismo tono que va empañando los imaginarios románticos o de cuentos de hadas del film llevados al extremo a través del artificio. En Annette se convocan los arquetipos románticos del melodrama, la ópera y la tragedia para acabar impugnándolos. El de las mujeres que aman y mueren. Pero sobre todo la figura complementaria del artista maldito, "los hombres que se odian pero esperan que los adoremos", como lo definen un coro de chicas en una escena. Henry entronca en parte con personajes caraxianos como Mr. Merde, en su encarnación de una masculinidad primitiva, casi simiesca, que siempre ha encontrado en el arte el territorio donde excusar su toxicidad. El film acaba desmontando la romantización de este tipo de personaje. Al final, al fondo del abismo no se encuentra una belleza oscura fascinante, sino simplemente el vacío, parece decirnos Carax, como si recapitulara sobre su propia trayectoria. Como sucedía con el anterior Holy Motors, Annette es una obra extrañamente anacrónica que a la vez sabe recoger inquietudes plenamente contemporáneas. Henry también refleja la inquietud de tantos artistas que contemplan cómo los nuevos públicos ya no están pasivos ante el espectáculo sino que se convierten en los nuevos corazones griegos que interpelan, acusan y juzgan.
La secuencia final de Annette rompe con el tono de lo que se espera de la conclusión de un musical y supone la emancipación del personaje que da título al film, que se distancia de todo lo que han representado sus padres. Y también provoca que la aparición puntual al inicio de la película de Nastya, la hija de Leos Carax y la desaparecida actriz Yekaterina Golubeva, que se suicidó este agosto hará diez años, se rellene de significado.