'First cow': Un 'western' como no habíamos visto nunca
Kelly Reichardt lleva al espectador a la época de los pioneros en la película ganadora del premio del público del D'A
'First cow'
(4 estrellas)
Dirección: Kelly Reichardt. Guion: Kelly Reichardt y Jonathan Raymond a partir del libro de Jonathan Raymond. Estados Unidos (2019). 121 min. Con John Magaro, Orion Lee y Toby Jones. Estreno en cines
First cow empieza con una chica paseando el perro por un bosque, un inicio que remite inevitablemente a un film anterior de Kelly Reichardt, Wendy & Lucy. El eco se para en el momento en el que el chucho desentierra un hallazgo macabro: dos esqueletos que yacen el uno junto al otro, como si hubieran elegido aquel punto para descansar eternamente, mirando los árboles. Entonces, un corte de montaje nos transporta a un tiempo pasado, cuando todo tipo de inmigrantes recorrían unos Estados Unidos todavía en formación para buscar oro y prosperidad. De camino a un campamento situado en Oregón, un cocinero (John Magaro) se hace amigo de un vagabundo chino (Orion Lee) que se esconde de un individuo que ha puesto precio a su cabeza.
La época de los pioneros y el retrato de los afectos masculinos remite también a dos otros pilares maestros en la filmografía de la directora, Meek’s Cutoff y Old joy; un paralelismo matizado por las diferencias de paisaje (del desierto a unos árboles frondosos) y tonalidad. Si Old joy se centraba en un vínculo herido por sepultadas grietas vitales, First cow posee la luz de una complicidad que apenas empieza, animada por el emprendimiento: los protagonistas hacen el agosto cocinando buñuelos que preparan ordeñando a hurtadillas la vaca que pertenece a un británico acomodado. Pero, en un territorio que todavía carece de leyes definidas, esta picaresca comporta un gran riesgo, anunciado en el prólogo del film. Aun así, Reichardt no permite que los ánimos luctuosos tiñan la adaptación destilada de la novela de Jonathan Raymond The half-life, sino que consigue su film más cálido, donde el minimalismo dramatúrgico no es un gesto posmoderno, sino una manera de limpiar la mirada, asustar los códigos de género –que estamos viendo, ¿un western? ¿Un drama? ¿Cine de aventuras?– y dejar que sean las acciones de los personajes las que abren las posibilidades de la narración.