Literatura

Haciendo un artículo al día (y muchos en castellano): así se ganaba la vida Joan Fuster

En sus periodos más prolíficos, era capaz de escribir un artículo al día para publicaciones muy diversas y sobre un amplio abanico de temas

Pere Antoni Pons
3 min
Joan Fuster, trabajando
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Campanet“Soy un gran trabajador –esta virtud no quiero que me la nieguen”, escribió Joan Fuster en una carta a Josep Pla, otro gran trabajador. Ni al de Sueca ni al de Palafrugell les quedó más remedio. Desde muy pronto, se la jugaron a todo o nada y miraron de profesionalizarse como escritores, una decisión que en un sistema cultural como el catalán (e incluso el español) es un gesto heroico y una temeridad insensata. Es decir, complicadísimo. Y lo fue mucho más en el caso de Fuster -que entró en la edad adulta en la negra posguerra y que trabajó toda la vida desde un País Valenciano que le era mayoritariamente indiferente u hostil- que no en el de Pla, que siempre tuvo más o menos un país detrás.

Baltasar Porcel, otro trabajador constante e infatigable, autoesclavizado por él mismo y por su ambición, solía explicar a los escritores principiantes que lo frecuentaban que Pla le había hecho ver de joven que tenía que considerar importante todo lo que escribía. Lo tienes que hacer así, nos decía Porcel que le había dicho Pla, porque de todo podrás sacar un rendimiento: un artículo será el embrión de un ensayo, una crónica la podrás convertir en cuento, los artículos los podrás recoger en volumen. Es una manera de proceder que, según explica Antoni Martí Monterde, Joan Fuster aplicó toda la vida: muchos artículos de prensa eran extractos de sus dietarios.

Un artículo cada día

Para Fuster, era impensable ganarse la vida solo a partir de los derechos de autor que le daban los libros, igual que antes también había sido impensable para Pla y que después lo sería para Porcel. En sus años de plenitud, la producción articulista de Fuster fue espectacular: podía escribir un papel cada día. O más. Muchos eran en castellano: a regañadientes, pero qué remedio. Un vistazo a la larguísima lista de publicaciones donde colaboró (Levante y Jornada en los inicios, después en Destino, La Vanguardia, Correo Catalán, Serra d'Oro y también en cabeceras más excéntricas, como la revista médica Jano) ilustra bien su omnipresencia.

Escribía en todas partes, pero el dinero escaseaba. Todo el mundo pagaba poco. Por eso necesitó complementos: las traducciones (sobre todo de Albert Camus, a medias con Josep Palacios), las conferencias, el ejercicio como jurado en premios literarios, la asesoría en editoriales como 3i4... Muerto el dictador, cuando las fuerzas ya no daban para mantener el ritmo de producción de décadas atrás, Fuster también fue acogido por las instituciones. Y acabó siendo catedrático de filología catalana en la Universitat de València.

Escribir de todo

A pesar de que se licenció en derecho, pagó durante años la cuota del Colegio de Abogados de Valencia y puso una placa profesional con su nombre, Fuster solo ejerció durante un tiempo de pasante. Pronto la escritura lo absorbió. Gustau Muñoz recuerda que sobre todo cultivó la crítica literaria y el articulismo de opinión, pero que tocaba todos los temas: política, vida, sociedad, cultura, arte... Tener que escribir mucho obliga a escribir de todo, si no quieres acabar ahogado en la copia de ti mismo. Fuster no se copió nunca. Lo aprovechaba todo tanto que uno de los temas que más lo obsesionaron fue justamente el de la profesionalización de los escritores: creía que un escritor tenía que poder vivir de lo que escribía para sacar todo el jugo de su propio talento y creía, también, que un país sin escritores profesionales era defectuoso e incompleto.

Ni siquiera autoexplotándote tienes garantizado poder vivir de la pluma, sin embargo. A Fuster lo ayudó poder vivir en la casa familiar heredada de los padres y llevar una vida espartana. Solo necesitaba dinero para comprar libros, tabaco y alcohol. Jaume Pérez Montaner recuerda que Fuster se levantaba tarde por la mañana porque por la noche siempre se iba a dormir cuando ya casi amanecía: se pasaba la tarde y la noche leyendo, escribiendo, haciendo tertulia con los que lo visitaban. ¿Le gustaba, a Fuster, aquella vida de “jornalero de la pluma”, tal como se definía a si mismo? Claro que le gustaba. Es la única manera de resistirlo. Y de hacerlo bien.

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