El Fuster redescubridor de un país y unos países

El escritor popularizó la expresión País Valenciano e indignó al poder

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22/04/2022
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BarcelonaLos valencianos tienen un padre fundador, el rey Jaime, y un padre redescubridor, Joan Fuster. Esta sería la típica boutade que haría sonreír a Fuster, siempre amante de los saltos históricos y los silogismos filosóficos. Pero es cierto que el caso de Fuster es único en el ámbito europeo. Un Montaigne de pueblo (Sueca) que escribe en pleno franquismo en una lengua minorizada y que tiene un impacto decisivo en su sociedad. ¿Cómo? Construyendo una visión alternativa al españolismo identitario oficial que acabará impregnando, por adhesión u oposición, todos los programas políticos posteriores.

A pesar de que sus reflexiones sobre la condición nacional de los valencianos, y por extensión de los catalanes, empiezan a finales de los 40 en la correspondencia que mantiene con el exilio catalán de México, no será hasta la publicación de Nosaltres els valencians en 1962 que Fuster se convertirá en el padre redescubridor que comentaba hace poco, puesto que será a través de su lectura que muchos jóvenes valencianos aprenderán a pensarse a sí mismos como valencianos. Y descubrirán, de rebote, que algunos de los rasgos fundamentales de esta identidad hasta entonces sepultada son compartidos con una comunidad más amplia: la catalanoparlante. "Ser valencianos es nuestra manera de ser catalanes", escribirá Fuster, en una afirmación que caerá como una bomba nuclear en una sociedad adocenada y dominada por unas fuerzas vivas claramente hostiles a cualquier amenaza al statu quo.

Acusado de herejía, quemado simbólicamente

Fuster, pues, redescubre un país, y de hecho populariza la expresión País Valenciano, que será adoptada por todas las formaciones de izquierda valencianas y que será, precisamente por lo que contiene de proyecto político, anatematizada por la derecha indígena, desde Abril Martorell hasta Carlos Mazón hace unos días en Sevilla. Pero Fuster va más allá. Defiende la unidad de los Países Catalanes, fórmula que también ayuda a poner en circulación en panfletos como Qüestió de noms (1962) o Ara o mai (1981). Como ya le pasó a Lluís Vives en el siglo XV, Fuster es acusado de herejía, quemado simbólicamente como un muñeco de falla y objeto de dos atentados terroristas que no acabaron con su vida de pura casualidad durante la Transición. ¿Qué tecla había tocado aquel hombre de Sueca, aquel lector impenitente de los franceses del XVIII y de los filósofos alemanes del XIX, para indignar de este modo a los que dirigían el cotarro? Fuster había creado un universo simbólico alternativo, estaba despertando las conciencias de los mejores jóvenes universitarios, estaba poniendo las bases del resurgimiento nacional de un país...

Pero algo falló. La primera cosa es que Fuster no era un ideólogo; de hecho, su obra es profundamente antiideológica. En ella encontraremos más preguntas más respuestas, más dudas que certezas. Por eso, no hay nada más antinatural que coger los textos de Fuster e intentar convertirlos en una Biblia porque él mismo dejó por escrito aquello de que "todas mis ideas son provisionales". Una parte del nacionalismo valenciano, sin embargo, cayó en el error de hacer una lectura dogmática de Fuster y esto le impidió ser un movimiento de masas. Afortunadamente, el mismo movimiento fusteriano fue capaz de cuestionar a su padre y adaptarlo a la realidad. Primero con intelectuales como Joan F. Mira y sus Crítica de la nació pura y La nació dels valencians, y después con los miles y miles de trabajos académicos que acabaron de dar forma o directamente refutar muchas de las ideas que Fuster había ensayado (porque esto es lo que hacía, ensayar) en sus escritos. Hoy en día se puede ser fusteriano y discrepar con Fuster. Y no pasa nada.

En Catalunya, Fuster también tuvo un fuerte impacto e hizo que una pequeña élite del nacionalismo se considerara pancatalanista y, por lo tanto, de alguna manera superior al resto. Estos mismos pancatalanistas fueron los primeros en abandonar a Fuster y la teórica unidad de los Países Catalanes cuando se puso en marcha la reforma del Estatut o el Procés. Los valencianos, en este sentido, nunca hemos dejado de ser unos vecinos incómodos. En los últimos años de su vida Fuster guardó un silencio que cada cual ha interpretado a su conveniencia. Pero parece que era consciente de que cualquier intento de catalanización del País Valenciano pasaba antes por una necesaria revalencianización. Y en esta tarea formidable él puso la primera piedra.

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