Un gallego y un madrileño que quieren a los catalanes
Juan Tallón y David Trueba conversan sobre sus novelas, la política y el tiempo
Barcelona“Al contrario de Umbral, creo que hablar del libro que has escrito es la cosa más pesada del mundo. Por eso lo has escrito, para no hablar”, afirma David Trueba (Madrid, 1969). Y a pesar de eso, estamos en un Diálogo de Sant Jordi en el que el escritor madrileño tiene que conversar durante una hora con el gallego Juan Tallón (Vilardevós, 1975) sobre sus últimas novelas respectivas, Queridos niños y Obra maestra, las dos de Anagrama. Un centenar de personas han venido a escucharles –muchos aún enmascarados– y, desde primera fila, se los miran la editora Sílvia Sesé y la alcaldesa Ada Colau, que llega por sorpresa a última hora. Las dos se quedarán para firmar durante el día: a pesar de que los catalanes seamos los más antipáticos del Estado, todavía quedan autores que nos quieren, al menos un día al año (y el aprecio es mutuo). O quizás es que tampoco quieren a España: "La verdadera razón por la cual uno está en la tierra es para encontrar cuán ridículo y espantoso es aquello a lo que pertenece y para desacreditarlo. Para intentar morir no siendo un impostor", dice Trueba sobre la patria.
Lo más divertido, en efecto, será escucharles cuando no hablan de sus novelas, sino de la vida. Por ejemplo, del miedo al cambio, que es lento pero constante e inevitable, como demuestra la historia: “Hay una falsa sensación de aceleración del tiempo. La gente vive 15 años más que hace 30 años, es imposible que tanta gente ahora diga que no tiene tiempo para nada. El problema es que quieren estar en todas partes y nadie se sienta a hacer lo que realmente quiere hacer. Falta pausa, no aceleración. Cuando encuentras que el tiempo va deprisa no tienes que correr, sino parar”, afirma Trueba. Y Tallón le da la razón: "Estamos obsesionados con tener más experiencias. La gente quiere hacer cosas, se somete a la velocidad endemoniada de la vida contemporánea. ¡Tienen que parar y aburrirse!" "Aburrirse es imposible", rebate Trueba.
Guiados por el periodista David Guzmán, también hablan de la verosimilitud a partir de los argumentos de sus novelas, que parecen increíbles: en una desaparece una obra de arte de 38 toneladas de Richard Serra, y en la otra asistimos a una campaña electoral de un partido de derechas que ha normalizado la corrupción. Trueba quería poner a cuerpo descubierto los engranajes del establishment: “¿Cuál fue la maquinaria genial que hizo que americanos empobrecidos de Detroit votaran a la élite inmobiliaria de Nueva York pensando que solucionaría sus problemas? ¡Esto es un milagro! ¡Yo alucino!”
El madrileño asegura que detrás de sus personajes tramposos no hay nombres reales, ehem, y el autor gallego, con su ademán serio pero, intuimos, irónico, le dice: “David huye de la tentación de los parecidos con la realidad porque no se quiere poner en problemas. Este es el punto que marca la decadencia. Yo soy unos años más joven que él, yo aspiro a meterme en problemas aunque en el momento que surgen salgo corriendo y me meto debajo la mesa". Y continúa: "No estoy dispuesto a pedir permiso a nadie para poner en boca suya una cosa que quiero decir. Es mi soberbia: yo soy novelista, me lo invento y lo puedo hacer”. Trueba, bonachón, agacha la cabeza: "Yo huyo de los problemas y esto me genera un cariño popular", dice, juguetón. Y demostrando una vez más su mítica mano izquierda, Trueba deja claro que todo es cariñoso: "Los dos somos del Atleti". Eso es saber regatear.