Laura Gost: "Se tendría que desconfiar de los escritores que publican y dicen que escriben para ellos mismos"

¿Ser bulímica implica tener problemas con la parte estética del propio cuerpo? ¿La primera vez en la cama con alguien siempre tiene que ser mágica y especial? ¿Un aborto natural es traumático para todo el mundo que lo sufre? En el espacio de corrección política instalado en nuestros días parece que estas preguntas se responden con un sí, pero la protagonista de la novela El món es torna senzill (Empúries), la segunda de Laura Gost (sa Pobla, 1993), hace que el lector le dé algunas vueltas. “En estas páginas hay un punto de querer cuestionar las grandes sentencias. No quiero decir que no te puedas sentir identificado con ellas, pero me parece interesante poner en entredicho estas ideas categóricas”, dice la escritora.

En esta novela, que es “su carta de presentación” en Catalunya, dice ella, no hay ni rastro del tono “naif ” e “inocente” –que nadie se deje engañar por el título del nuevo libro– que caracterizaba a La cosina gran (Lleonard Muntaner), la primera novela de Gost. Contrariamente, la autora abre, en esta narración, una puerta al lector para hacer de voyeur al flujo de pensamientos de una mujer obsesionada con el control, curiosa, irreverente, emocionalmente distante e irónica.

“En la novela quería plasmar paradojas y contradicciones, sin abandonar la ironía y un punto de humor negro. La protagonista, a la que conocemos cuando es adolescente pero no nos relata su vida hasta que ya es una adulta con experiencias, canaliza su obsesión por el control con el vómito, pero está abierta a que la vida le haga la contra. Tiene una mirada abierta”, explica la escritora. En este sentido, “el libro intenta ser una defensa de la autoindulgencia, el perdón hacia uno mismo”, apunta. Además, en toda la novela hay un juego entre la materialidad y lo intangible, los sentidos figurados y los literales: “La parte emocional y mental siempre tiene una materialización física, visceral, incluso escatológica. Por eso me gusta hablar de dos grandes conceptos: el de plenitud y el de vacío. Se encaran desde el sentido figurado, que podemos asociar a la satisfacción, o a estar harta. Y también desde el sentido más literal: qué comes, qué expulsas, qué penetra dentro de ti y qué sale. O bien qué se queda, en el caso de un embarazo”.

Saberse los monstruos

El lector conoce los “miedos”, las “partes más oscuras” y los “monstruos interiores” de la protagonista al mismo tiempo que lo hace ella, a través de un monólogo interior desacomplejado que no pierde el ritmo gracias a la combinación de “párrafos largos de pensamientos más profundos y complejos con diálogos breves, sin guiones”, describe Gost.

Esta parte es importante, porque es con el autoconocimiento que la vida –o el mundo– se vuelve sencilla: “Pienso que las personas que no conocen ni analizan sus monstruos, las partes oscuras de la vida, pueden llegar a ser más vulnerables y peligrosas que las que han detectado sus carencias, o sus sombras. Saber dónde están les permite domesticarlos”, apunta. La acumulación de experiencias duras y dolorosas, o bien, simplemente, vivencias más banales, que permiten a alguien entenderse, perdonarse, conocerse, descontrolarse en algún sentido, permite que cada uno “desarrolle sus mecanismos para hacer que el mundo se vuelva sencillo”.

Los lectores que ya conozcan a la mallorquina por La cosina gran descubrirán en las páginas de este nuevo libro una escritora más “desatada”, que se ha “dejado llevar más” durante el proceso de escritura. Hay, por lo tanto, “un punto queridamente genuino”, puesto que no hay mucho “artificio”, en este título, dice la escritora. Desarrolla el oficio, dice, “con máximo respeto hacia el lector” y con “el anhelo de que empatice y disfrute”. Y dice, para sentenciar la conversación, que “se tendría que desconfiar de los escritores que publican y dicen que escriben para ellos mismos”. Evidentemente, no es su caso.

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