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'Deseando amar'

BarcelonaEsta semana, me escribió en X (aunque yo todavía lo llamo Twitter) una chica que me decía que tenía un mensaje muy especial para mí. No tenía ni idea de quién era, y de entrada tuve una curiosidad relativa, pero cuando lo recibí vi que, efectivamente, el mensaje era muy especial: me enviaba muchos recuerdos de su tía, que había sido mi profesora en la escuela. ¡Qué ilusión me hizo! No sabría decir cuántas veces he pensado en aquella maestra, con la que hacíamos literatura, ya la que recuerdo diciéndonos que no nos preocupáramos si nos perdíamos con la cantidad ingente de miembros de la familia Buendía que aparecen en Cien años de soledad. "Disfrute de la lectura, déjese llevar, y los personajes ya se pondrán en su sitio". También fue con ella que me maravillé con la escritura de Mercè Rodoreda, leyendo Espejo roto por primera vez. Fui lectora desde muy pequeña, pero estoy convencida de que una parte de mi pasión por los libros viene de la que nos transmitió ella, Marga. Saber que, después de tantos años, podré ponerme en contacto con él, que le podré dar las gracias, me ha hecho muy feliz. Además, se ha producido una coincidencia de esas bonitas: el mensaje de su sobrina me llegó el día después de entrevistar al catedrático de filosofía Josep Maria Esquirol, que recientemente ha publicado La escuela del alma: de la forma de educar a la forma de vivir (Cuadernos Quema). Ni hecho expresamente.

El ensayo habla, precisamente, de la figura de los maestros. Iba a decir de los buenos maestros, pero, en las páginas de Esquirol, ya se entiende que si decimos "maestro", no hace falta añadir el adjetivo: el uso de la palabra ya lo contiene, ya lo presupone. Nos dice que "educar tiene que ver con indicar e iniciar el camino que lleva hacia la madurez". Una idea recurrente, una de las que más me han gustado, es que los maestros son aquellas personas que nos enseñan a prestar atención. Ardilla nos habla de nuestra situación en el mundo, que "se nos manifiesta"; estamos, formamos parte, pero "hace falta atención". ¿Y qué es la atención? "La primerísima práctica espiritual", y "la disposición que deja que algo bueno nos llegue, como si fuera un regalo". Prestar atención para ver el mundo, para maravillarnos de su belleza. También hay que entrenarnos en la atención a los demás: el autor explica que, a pesar de ser únicos, "nos mantenemos de pie gracias a los demás". Ardilla habla de interdependencia, y mi primera lectura es temerosa. Por decirlo rápido: viendo cómo va el mundo, no sé si me entusiasma la idea de depender de los demás. Él, en cambio, está convencido de que esto es bueno: "hay que entenderlo como un regalo y una suerte". Y añade: "Que dos personas se encuentren: que un alma toque a otra alma... no sé si alguna vez llegaremos a entender ya valorar suficientemente el sentido de esta experiencia".

Leer Ardilla, la forma en que se maravilla por cosas que muchas veces nos pasan desapercibidas, es reconciliarse un poco con el mundo. Nos habla de una forma determinada de vivir, de ir hacia la madurez, que estoy convencida de que él cree posible, y que yo quiero practicar desde que cerré el libro. Sin prisa, sin dañar a los demás, sin indiferencia, con agradecimiento. Y aún recupero una última frase que subrayé: "Ama, ama mucho".

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