Un camino para ganarse la eternidad

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Dos buenas noticias y una excepción

BarcelonaA modo de orden en sus traducciones deEdgar Allan Poe, Stéphane Mallarmé escribió un soneto que comienza con estos cuatro versos, que traduciremos enseguida: “Tel que en Lui-même la eternidad le change, / Le poëte suscite avec un glaive desnudo / Son siècle épovanté de no tener connu / Que la muerte triunfait dans cette voie étrange!” (Es posible que siéculo quiera decir aquí lo mismo que saeculum en latín: el tiempo de nuestras vidas.) Aproximadamente: “Como a sí mismo la eternidad transforma, / el poeta suscita, con glavi desnudo, / ¡un siglo asustado por no haber conocido / que la muerte triunfaba en una vía extraña! ”

Éste era todavía un propósito frecuente entre los escritores y los artistas del siglo XIX: un poeta —ellos, sobre todo— hace una obra con el anhelo no exactamente de “vivir o ser recordado eternamente”, sino con la idea de que algo de eternidad se haga presente, por el propio lenguaje, contra el triunfo de la muerte del poeta, del poema y del lector.

Es un propósito que hoy nos resulta casi inconcebible porque la eternidad no procede ni siquiera al universo, y la muerte no preocupa demasiado a la gente, todo el mundo adeleado hacia un divertimento u otro.

Rilke escribió un Réquiem para un poeta en el que comparaba a los poetas torpes o sentimentales con los que esperan hacer una obra en la que las palabras los transformen a sí mismos en algo tan firme como la piedra y como el cantero que la ha afeionado. En traducción: “...como los enfermos, / despendan un lenguaje hecho un lamento / para explicar donde les duele, / en lugar de convertirse, firmes, en palabras, / como la molleja de una catedral, firme , / se transforma en la calma de la piedra”. Son ideas que vinculan la firmeza de una obra literaria con la propia firmeza de quien las ha escrito, y en la que la eternidad no se gana por la obra misma, sino por la firmeza de la materia artística.

Nada de eso, o casi nada ha resistido el paso del tiempo y el auge del jolgorio sin sustancia, el movimiento, el ruido, la obsolescencia, la trivialidad o la desaparición de la artesanía. Claro que, cosas sin sustancia, ya había muchas al tiempo que escribieron Mallarmé y Rilke; pero en aquel momento todavía estaba viva una poética del ”trabajo bien hecho”, delostinato rigore —lema de Leonardo da Vinci— y del estilo con “glavi desnudo”. Así lo creyeron Poe y Mallarmé; también Kafka, que creía que la literatura debía ser como un hacha que rompiera el hielo que llevamos dentro.

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