Literatura

Un canto de amor incondicional y desesperado en Simone de Beauvoir

'La afamada' narra la obsesión de Violette Leduc por la influyente autora de 'El segundo sexo'

SIMONE DE BEAUVOIR
2 min
  • Violette Leduc
  • LaBreu ediciones
  • Trad. Míriam Cano
  • 168 páginas/ 18 euros

Corría el año 1948 cuando la escritora francesa Violette Leduc (1907-1972) publicó La afamada. Nacida en provincias, Leduc se había trasladado a París poco antes de cumplir los veinte años y, en plena Segunda Guerra Mundial, conoció Simone de Beauvoir, que se erigió en su protectora. Fue gracias a ella que pudo publicar nada menos que en la editorial Gallimard. Ciertamente, nunca lo habría soñado. Allí apareció en 1946 su primera novela, La asfixia. Justo después vendría La afamada.

Leduc estaba perdidamente enamorada de Beauvoir y es esa adoración la que relata en este canto monotemático y desesperado. Ya puede reírse de los embadalidos malsanos ante la devoción arrastradora de Violette, capaz de soñar con su adorada día y noche. En su caso, la diferencia con cualquiera de aquellos que esperan en el portal con un ramo de flores es que ella supo sublimar su afán literariamente: “Ella es mi paisaje preferido.” “Es hermosa, es libre, es inteligente. Yo soy la larva que le quita, sin palabras, una invitación. Toco su silla, su taza. Me arrastro los dedos, como una babosa”. "Bajo la cabeza delante de ella porque soy como un campesino agachado por el Ángelus del mediodía".

Imaginemos Beauvoir leyendo las páginas de La afamada con una copa de vino en la mano. ¿Qué pensaría ante tal manifestación desacomplejada de amor incondicional? ¿Se sentiría halagada o, por el contrario, aterrada? Beauvoir creía en la literatura por encima de todas las cosas y el texto le pareció genial, por lo que lo recomendó a Camus –director de la colección Espoir–, prescindiendo del pequeño detalle de que el objeto de deseo fuera ella y bien consciente de que su persona exaltaba la vocación literaria de Leduc: “Trabaja mucho, ella el día a día no la distraeré. lencia: estoy salvada de antemano. Si trabajo, estaré más cerca” Desde el fondo de su soledad –Beauvoir dixit–, la voz narradora negocia con la presencia y la ausencia de la amada, convertida en su único horizonte de expectativas, con una prosa díscola, imaginativa y contundente que envuelve a quien la lee como la araña hace con su presa. leer dosificadamente. dosificaba a la autora, con quien quedaba de vez en cuando en Flore o en Les Deux Magots. El bastardo no busca ningún consuelo fuera del flujo de este torrente verbal que no lleva a ninguna parte más que a la constatación de la imposibilidad. Huimos de los amores tóxicos, pero celebrémoslos levantando el cáliz de la literatura.

“Ha hablado amablemente de mi peinado. Me trata como a una niña pequeña. Me da vergüenza. Asigo y sudo. Coger dos revólveres, redondear bien los brazos, poner los orificios refrescantes en las sienes, correr hasta su café. Clavar patadas a los perros cazadores, empujar a los agentes, derribar a los ciegos, aparecer en el café, detenerme en su mesa, recordarme de no salpicarle las sandalias, mantenerme a distancia. Disparar los dos disparos a la vez. Ella sabrá que mi sangre se cuela por ella.” Qué exceso, qué fiesta literaria.

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