Àlex Susanna, en la Fundación Vila Casas
24/01/2024
3 min

Àlex Susanna tiene cáncer. Ni lo exhibe ni lo esconde. Es imposible leer su último dietario, que acaba de salir y que está escrito antes de la enfermedad, sin tener presente esta mala jugada biográfica, que sin embargo no le ha detenido. Las letras le cobijan. A él ya nosotros.

Poeta, dietarista y editor, apasionado del arte y gran aficionado a la música clásica, ha sido siempre un tejedor de relaciones culturales. Ávido de amistades literarias, plásticas y musicales, su misión u obsesión o forma de estar en el mundo consiste en ir al rescate de personajes de primer nivel relegados a una segunda fila, aquellos que, al margen de las corrientes dominantes y de las figuras capitales, por aluvión dan calado a una cultura.

Contra la tendencia catalana a tener en todo momento un poeta nacional, un pintor, un arquitecto, etc., Susanna ha tejido un extenso tapiz de creadores de antes y de ahora. La dansa dels dies (Proa) refleja este tozudo trabajo de sabia hormiguita cultural –desde la erudición y la gestión– durante un año de su vida, el de la salida del covid: de febrero de 2021 a febrero de 2022.

Àlex Susanna es un clásico escurridizo, que no se deja clasificar. Se siente confortable en un educado elitismo civilizado y no renuncia a una pincelada de nacionalismo cosmopolita. En términos históricos, entre la Renaixença y la vanguardia debería situarse en el Novecentismo (más el pictórico que el literario, más en la actitud que propiamente en la estética), del que sobre todo ha hecho suya la voluntad ideológica de dar consistencia cultural al país. En esta tarea, él y todos hemos avanzado sólo a medias. Ni el pujolismo ni el maragallismo han sido suficientes. Y al independentismo no le ha interesado la gestión del presente. Ferran Mascarell, otro aspirante a dar continuidad al Novecentismo institucional, acuñó el término Deucentisme. El país, culturalmente hablando, todavía está por hacer: de la escuela a la academia, todo se tambalea.

En el libro, hay un momento en que Susanna hace el balance generacional: "La democracia llegó cuando éramos unos jóvenes que nos queríamos comer el mundo y, en este sentido, hemos sido unos auténticos privilegiados: hemos tenido la oportunidad, desde el sector público y el privado, de sacar adelante todo tipo de proyectos, de ocupar todo tipo de responsabilidades, de contribuir a la reconstrucción de Cataluña y a la proyección nacional e internacional de su lengua y cultura, pero cuando más felices nos las prometíamos de repente nos estrellamos contra los aparatos del estado, después embarrancamos y ahora nadie sabe ni cómo ni cuándo saldremos adelante, si es que lo logramos". Exacto.

La lista de nombres con los que se encuentra a lo largo de este año es un cierto retrato del país y un muy autorretrato del autor. Predomina gente del arte porque entonces estaba al frente de la Fundación Vila Casas: el propio Antoni Vila Casas, Joan Francesc Yvars, Óscar Tusquets, Antoni Llena, Daniel Giralt-Miracle, Txema Salvans, Santi Moix, Joan Fontcuberta, Francesc Fontbona, Francesc Miralles, Jaume Plensa, Carlos Pazos, Francesc Artigau, Jean-Marie del Moral, Jordi Esteva, Jordi Pausas, Enric Pladevall, Alberto García Demestres, Josep Minguell, Naxo Ferreras, Elisa Arimany... Entre los del ramo de la escritura, Feliu y Clara Formosa, Carles Casajuana, Marta Pessarrodona, Amadeu Cuito, Francesc Parcerisas, Vicenç Villatoro... Y los leídos: Núria Bendicho, Martin Amis, Maggie O'Farrell, Philippe Jaccottet, Joan Margarit, Joan Vinyoli, Baltasar Porcel, Walter Benjamin, Nelly Sachs, Josep Igual, Ramon Ramon, Cees Noteboom, Lluís M. Todó, Toni Sala, Zbigniew Herbert, Marc Granell, Miquel Berga, Maite Salord, Philip Larkin, Narcís Comadira y muchos otros. A efectos prácticos, al libro sin duda le falta un índice de nombres.

Y entre tanta relación y activismo cultural, la intimidad tiene nombre de Núria y se despliega en cuatro escenarios: Queralbs, Gelida, Calaceit y Fornells. Caminatas tamizadas por una luz bruñida, comidas amistosas en mesas bien paradas como signo de civilidad. De madrugada, en "las horas pequeñas", lectura y música. Todo en busca de una sensata y militante aura mediocritas.

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