Literatura

El deseo de saber tiene una pérfida recompensa

Tras debutar con 'El consentimiento', Vanessa Springora bucea en la turbia historia del abuelo paterno en su nuevo libro

Adolf Hitler durante una visita a Brno en 1939
05/09/2025
3 min
  • Vanessa Springora
  • Empúries / Lumen
  • Trad. Marta Marfany
  • 368 páginas / 21,90 euros

Conocemos Vanessa Springora por el impacto que supuso su primer libro, El consentimiento (publicado en francés en 2020 y en catalán en 2021). El volumen narra su seducción por parte del escritor Gabriel Matzneff cuando ella era adolescente. Ella estaba enamorada, su madre consintió la relación (de ahí el título) y él era un conocido propagandista de la pedofilia. En ausencia de padre, viviendo con su madre separada, Springora fue víctima fácil de un coleccionista de jovencitas –y jovencitos– que no dudó en convertir muchas de sus obras literarias en una apología de la pederastia.

Se da la circunstancia de que Springora trabajó en la editorial que publicó uno de los títulos emblemáticos de Matzneff, Las moins de seize ans [Las menores de dieciséis años], inencontrable ahora en la edición original y también en ninguna traducción… excepto en internet. Hace una vindicación extrema de la pederastia, sin subterfugios: "Coucher avec un/u enfant –escribe–, c'est une expérience hiérophanique, une éprouve baptismale, une aventure sacré[[Acostarse con una criatura es una experiencia hierofánica, una prueba bautismal, una aventura sagrada].

Springora salió tocada de esa relación, no mientras se producía, sino reelaborando mentalmente con el tiempo. Escribió El consentimiento para exorcizarla. Y entonces, pocos días después de la publicación de esta memoria desgarradora, recibe una llamada de la policía que le avisa de que su padre está muerto.

El padre, ausente durante el romance pedófilo, ausente por lo general de su vida, ahora se presenta ya como un reto de la memoria. Springora, que le ha sabido a la introspección literaria, se va a vaciar el piso de su padre y muy pronto empieza a imaginar su próximo libro, El nombre del padre. Lo que no esperaba es que, buceando en los papeles de su padre, descubriendo su sexualidad ambigua y una mitomanía exacerbada (en el sentido psiquiátrico de esta palabra, es decir, la mentira patológica), encontraría también un rastro que no esperaba: el de su abuelo.

¿Nazi por obligación o por convicción?

Springora siempre se ha preguntado qué clase de apellido es el suyo. Técnicamente es un hápax, el término filológico que define una palabra que sólo aparece una sola vez en una lengua. El abuelo Joseph se supone que era un refugiado checo que entró en Francia al final de la Segunda Guerra Mundial y conoció a su abuela, así que Springora pensaba que la rareza de su apellido tenía procedencia eslava. Pero sí y no. Poco a poco, el nombre del abuelo –y del padre– la lleva a desencadenar una historia muy diferente a la oficial de la familia. Joseph Springora se llamaba en realidad Josef Springer y había nacido en Moravia, pero no era un ciudadano checo. Era un habitante de Els Sudets, de nacionalidad germánica. El descubrimiento de unas fotos del abuelo con la cruz gammada la desquicia. Los sudetes de cultura alemana, en efecto, acogieron a Hitler con efusión cuando éste se anexionó Checoslovaquia. Entonces Springora comienza una serie de viajes y de consultas en archivos en busca de la verdad sobre Josef. ¿Llevó emblemas nazis por obligación o por convicción? Y, lo que es peor, ¿colaboró ​​en la Solución Final?

Como el cáncer, pero en positivo, a menudo el deseo de saber se salta a una generación. Por eso Vanessa se interesa por el padre de su padre, y por eso tanta gente en Europa ha buscado la memoria de sus abuelos en las cunetas, en los crematorios, en las prisiones, en las fosas comunes. Quizás lo interesante de este libro no sea el resultado de la pesquisa que lleva a cabo la autora (no haré spoiler), sino el proceso en sí. Al fin y al cabo, Edipo (el primer protagonista de una novela policíaca) se horroriza cuando certifica su destino y se saca los ojos. El deseo de saber tiene esa pérfida recompensa.

Ahora bien: ¿es mejor no saber?

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