Literatura

El fracaso de Eva Baltasar

La autora de 'Permagel' trata temas que nos interpelan, pero se aferra a unos personajes enfermizos ya unas historias morbosas que no les dejan respirar

3 min
Eva Baltasar, en la librería Calders de Barcelona
  • Eva Baltasar
  • Club Editor
  • 144 páginas / 18,50 euros

Cuando Eva Baltasar (Barcelona,1978) publicó su primera novela, Permagel, me pareció sugerente, aunque deficitaria, aunque no más que la mayoría de primeras novelas, casi siempre cojas de alguna pata. Había elementos que la hacían atractiva, entre otros, el tratamiento de la feminidad desde los márgenes y una lengua poéticamente afilada. La segunda, Boulder, me defraudó y me sorprendió muchísimo que fuera finalista del Premio Booker, hasta el punto de que recé para que no se lo dieran: le habrían hecho un mal servicio a la autora. En cuanto a la tercera, Mamut, yo sinceramente no la habría publicado, porque es una novela fallida: una mala versión deUn amor, de Sara Mesa.

Me diréis que tantas cabezas, tantos sombreros, me diréis que esta trilogía ha sido muy aplaudida, leída y comentada en los clubs de lectura. Sólo puedo atribuirlo a dos razones: a la patente necesidad –más viva que nunca– que la literatura se zambulle en la vida de las mujeres y en la condescendencia de nuestro sistema literario, que hace tiempo que ha perdido grados de exigencia. Dicho esto, ahora que me he convertido en una chafaguitarras, remacharé el clavo: Ocaso y fascinación, su cuarta novela, no mejora el balance anterior sino que la empeora.

La protagonista es una víctima de la precariedad laboral a la que la sociedad actual condena sin paliativos a los jóvenes. Ha estudiado pedagogía –como la autora– y ha terminado dedicándose a la limpieza de casas –trabajo que también comparte con la autora–. Deja los vaqueros en el suelo cuando se los quita y escupe los chicles. “¿En qué momento pasé de compartir piso con amigas a alquilar una habitación en el piso de un desconocido? ¿En qué momento esa habitación dejó de tener ventana?”. Desarraigada de todo y de todos –un elemento recurrente en los personajes centrales de Baltasar–, es expulsada de su alquilada cámara: “Me habían robado la cama. Me habían robado el techo y el derecho a baño y cocina. Me había quedado sin ordenador, sin móvil y sin cepillo de dientes. Tenía veintisiete años y estaba terminada”. Y aquí comienza su particular bajón en los infiernos.

Un engranaje que no funciona

Tanta soledad nos escama desde el primer momento y tanta incapacidad para superar las dificultades también. Si te ha gustado Perfect days, la peli de Wim Wenders en la que el protagonista limpia lavabos públicos en Tokio, no te gustará Ocaso y fascinación. Lo mejor del libro es el título: redondo, sonoro y bien hallado. Lo que menos: la creciente patologización de la protagonista. No ayuda la falta de verosimilitud de la trama, que a cada paso se aleja más de la posibilidad de construir una historia plausible que encaje todas las piezas, piezas que se van perdiendo por el camino hasta converger en un despropósito mayúsculo, que no desvelaré aquí por respeto a los fans de Baltasar.

Una novela son palabras –Rodoreda dixit–, pero también un engranaje destinado a contar una historia. Un engranaje que se debe hacer funcionar. A mí personalmente me gusta el estilo literario de la autora, pero esta novela avanza forzadamente a base de frases aforísticas que rompen la pulsión narrativa y no ayudan a construir un relato vivo. Ocaso y fascinación es rebosante de frases lapidarias como estas: “Una noche en blanco en la calle cuenta por cuatro”, “Ser como todo el mundo, que es ser nadie”. Por el contrario, nos dice que la ciudad es sanguinaria, pero no nos enseña por qué, y relata una atracción fatal que sale de la nada. Eva Baltasar trata temas que nos interpelan, pero se aferra a unos personajes enfermizos ya unas historias morbosas que no les dejan respirar.

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