Nicolas Mathieu: "He hecho todo lo inimaginable para traicionar a mi clase social"
Escritor francés
BarcelonaEl escritor francés Nicolas Mathieu (Épinal, 1978), ganador del premio Goncourt en 2018 con Leurs enfants después de eux (publicado en castellano por Alianza), empezó escribiendo textos cortos sobre una relación amorosa clandestina y los publicó en Instagram. Después de reelaborarlos y reorganizarlos, ha hecho una novela, El cielo abierto (AdN), donde habla del amor y del deseo y de todos sus altibajos.
¿Cuál fue el detonante que hizo que decidiera publicar un libro sobre una relación amorosa que, en principio, llevaba en secreto?
— Primero lo publiqué en Instagram. Eran pequeños textos dirigidos a una mujer con la que tenía una relación secreta. Para mí era difícil soportar ese secretismo. Escribir era una forma de hacer existir aquella relación a través de la literatura. Con esta mujer, decidimos que no queríamos que estos textos desaparecieran ni que ese momento muriera, y decidimos publicar el libro. Fue como un regalo, hacer que esa historia escondida se convirtiera en algo distinto. Yo pensaba que esta relación fracasaría, porque soy melancólico, siempre creo que todo está destinado a desaparecer.
En el libro habla mucho de libertad y de lo complicado que es ser libre por todo lo que nos condiciona.
— Sí, hay muchos condicionantes: geográficos, económicos, sociales, políticos… que nos pueden apremiar. La literatura, el amor y el sexo son lugares en los que podemos crear nuestros espacios de libertad. Pequeñas burbujas dentro de la sociedad que debemos intentar hacer crecer.
Usted dice que en ocasiones la literatura es una necrópolis.
— Lo escribí en un momento muy enfadado, un momento de desesperación afectiva. En el libro intento demostrar todo lo contrario.
Aconseja a los lectores no ceder su alegría. ¿A quién no quiere cederla?
— Se nos intenta instrumentalizar, hacernos seguir un camino, llevarnos a un lugar donde seremos productivos, a ir de vacaciones a unos lugares concretos, cómo trabajar y cómo organizarnos familiarmente. Pienso que la alegría de vivir, la alegría, en el sentido de Spinoza, es una pasión que nos hace ser mejores. Siempre debemos intentar preservar nuestra alegría y libertad, y esto, a veces, va en contra de una política que impone su fuerza.
¿Ejercer esa libertad, con el auge de la extrema derecha, es más difícil que hace unos años? ¿Existe una renuncia a esa libertad a favor de gobiernos autoritarios?
— Sí, prosperan las malas pasiones. Las pasiones tristes, como el rechazo a la inmigración, el miedo, la rabia, el resentimiento... Hay una polarización política, pero también es importante que las izquierdas han abandonado las clases populares, y eso lo han aprovechado los movimientos populistas.
En el libro habla de su padre y de su orgullo por ser de clase proletaria. ¿Hasta qué punto cree que esto lo ha definido?
— Crecí en una familia de pequeña clase media, pero mi padre sí venía de clase obrera. Él siempre se identificó. Estaba muy orgulloso de haber trabajado con sus manos. Dejó la escuela cuando tenía 14 años. Hoy yo no pertenezco a este mundo, ya me distancé cuando estudié. No tenía dinero, pero sí capital cultural. Después del premio Goncourt todavía me aleje más. Por todo ello, mis intereses deberían ser burgueses, pero existe una lealtad respecto al mundo del que vengo. Cuando voto, voto por defender los intereses de mi padre. Lo hice cuando me posicioné respecto a la reforma de las pensiones. Esta reforma [el presidente francés, Emmanuel Macron, aprobó alargar la edad de jubilación de los actuales 62 años hasta los 64 sin el voto de la Asamblea Nacional] afectó a muchísimos hombres y mujeres como mis padres. Les perjudicó físicamente, emocionalmente, les acortó la esperanza de vida. He hecho todo lo inimaginable para traicionar a mi clase: he querido vivir mejor que mis padres, no he querido reproducir ni su forma de ser ni sus gustos ni sus opiniones. Sin embargo, ahora que están muertos, oigo sus voces dentro de mí y es algo que me pesa a la hora de decidir mis opciones políticas.
Hay cada vez mayor censura. ¿Cree usted que la libertad de expresión debe tener límites?
— Es normal que esté limitada por ley. En Francia, no se pueden hacer discursos de odio ni antisemitas, por ejemplo. Ahora bien, los límites deben decidirse de forma colectiva y no de forma arbitraria. Estoy en contra de las censuras arbitrarias vengan de la derecha o de la izquierda. La libertad de expresión que tenemos hoy en día, en Francia, es herencia de muchas luchas anteriores y de escritores que batallaron por ser independientes. Debemos resistir las presiones políticas, religiosas, económicas... Debemos hacer que el poder se sienta avergonzado y ridículo por la censura que quiere imponer. Iniciamos un movimiento en las redes sociales para que la gente nos contara cómo la literatura les había abierto la mente y había influido sus experiencias sexuales. Muchos hombres y mujeres nos escribieron. Recibimos mil textos y publicamos un libro. Las ganancias las dimos a centros de planificación familiar.