Historias imprevistas desde la boca del Infierno
George Saunders, que publica 'El día de la liberación', escribe sobre mundos donde han triunfado dictaduras político-tecnológicas aberrantes y oscurísimas
- George Saunders
- Ediciones de 1984 / Seix Barral
- Traducción de Yannick Garcia
- 288 páginas / 19,90 euros
En los cuentos de George Saunders no se entra: se irrumpe. El efecto se parece bastante a la primera vez que entrábamos en Twitter, cuando parecía que estábamos en una sala llena de gente donde todo el mundo gritaba mucho. La cacofonía que provocan las voces múltiples, de personajes o de narradores (o ambas cosas a la vez), es uno de los recursos que más le gusta utilizar al escritor estadounidense para empezar las historias in medias nada, sin facilitar ningún tipo de presentación de nada ni de nadie, como una serie de notas acuciadas de escritura, detalles incoherentes que exigen una lectura atenta y activa. Al poco se disipa la niebla y nos topamos con un muro, en medio del cual ha colgado un espejo negro con una inscripción disuasoria: el futuro no pinta bien, y si te miras en ese espejo, lo verás, porque el futuro seguramente eres tú ahora mismo.
Saunders, a quien a estas alturas ya es un cliché llamar maestro absoluto del cuento, escribe sobre mundos donde han triunfado dictaduras político-tecnológicas aberrantes y oscurísimas. Sólo se permite dejar encendida una llamita de esperanza hacia el final de los cuentos, cuando algún personaje ve la posibilidad si no de salvarse, sí de hacer algún gesto que le honre como ser humano. Porque no nos engañemos, El día de la liberación es un tratado sobre la humanidad y su momento moral, así como el político: ¿cómo hemos llegado a estar abocados en este precipicio infernal? Los personajes son como la rana que hierve poco a poco dentro de la olla, cada vez a un grado más: llevan años atrapados en situaciones de las que no saben cómo salir, y podría decirse que no la han visto venir. La dictadura les ha enganchado pasando la noche en el porche de detrás de la casa, y las ranas hace rato que no cierran.
Los parques temáticos se asemejan a campos de exterminio
Hay imaginarios y situaciones excéntricas, además de distópicas, que se asemejan a los cuentos anteriores: gente colgada en las paredes de las casas, o cadáveres dentro de bolsas de basura escondidas en un rincón de un parque temático, pero ha subido la temperatura y la negrura. Si los parques temáticos de hace diez años eran sólo una excusa para criticar el turbocapitalismo, los de ahora están mucho más cerca de un campo de exterminio. Saunders es un observador agudo y perspicaz de la realidad, aparte de un ciudadano que ya ha sido gobernado por Donald Trump, y sabe que la cultura del espionaje masivo y de la delación como sistema de control y ascenso social para los quienes la practican ya forma parte de los manuales de todo (buen) gobernante de la época que ciertos ensayistas han definido como posthumanista, porque está integrada no por individuos singulares y definidos sino por seres que pueden encarnar diferentes identidades. En la era de las redes sociales, no acaba de estar claro cuando somos más auténticos, si delante o detrás de la pantalla.
Hay varios cuentos que son más tradicionales, y se podría decir que están liberados de una cierta parafernalia que a veces les engaña. Uno de ellos es como un latigazo: una carta que escribe (a mano, para escapar de los controles tecnológicos) un anciano a un nieto que tiene una amiga en apuros con la justicia, y donde se van desplegando muchos argumentos del abuelo –a veces son excusas de mal pagador, a veces explicaciones de lo más humanas– para desanimar al nieto sobre las opciones que le quedan de salvar a la amiga y también para justificar la inacción de él y de toda su generación ante del desastre que llegaba, cuya gravedad nadie supo apreciar: “Tengo la sensación de que debo ser una decepción para ti”, le confiesa. El latigazo duele en el corazón.