Un hueso siberiano ataca a una antropóloga francesa
En 'Creer en los animales salvajes', Nastassja Martin monta un libro que hibrida el relato de supervivencia personal y el documento etnográfico, la historia clínica y la reflexión existencial


'Creer en los animales salvajes'
- Nastassja Martin
- Rayo Verde
- Traducción de Mia Tarradas
- 160 páginas / 18 euros
Sufrir un grave accidente de coche o ser víctima de un atentado terrorista puede romperte el cuerpo y dejarte heridas psíquicas severas y perdurables. Ser atacado por un hueso pardo en medio de la naturaleza prodigiosa e inmensa de la Península de Kamchatka, Rusia, también puede dejarte el cuerpo destruido y te puede marcar con heridas psíquicas que cuestan de curar y no se borran fácilmente. Pero hay otra cosa aquí. El encuentro brutal entre el animal salvaje y el ser humano inerme representa la disolución de la frontera que separa la pura biología de la bestia y el mundo moral y de ideas de la persona. Es el abrazo –antinatural y naturalísimo: maravilla y monstruosidad– de dos mundos, la fusión entre el pasado atávico y el presente moderno. Así lo explica la antropóloga Nastassja Martin (Grenoble, Francia, 1986) en el libro Creer en los animales salvajes.
Martin sabe bien de qué habla porque en el 2016, durante una expedición para visitar el volcán más alto de Kamchatka, sufrió el ataque de un hueso pardo. Aparte de dejarle heridas por todo el cuerpo, el animal le mordió la cabeza y le arrancó un pedazo de mandíbula y dos dientes. Casi la mató. A partir de este acontecimiento terrible y extraordinario –deben ser poquísimos los humanos que, desde el inicio del tiempo, han sobrevivido al ataque de un hueso: difícil imaginar una minoría más especial, un grupo de escogidos más selecto–, Martin monta un libro que hibrida el relato de supervivencia personal y el documento etnográfico viajes y la búsqueda espiritual con un doble cayendo mítico y místico.
Con una prosa rica y evocadora, pero frontal y exenta de filigranas, Martin reconstruye su experiencia como paciente, como mujer, como laboratorio geopolítico y animista ("mi cuerpo se ha convertido en un territorio donde los cirujanos occidentales dialogan con los huesos siberianos"), como hija como a un, como siempre forastera consciente de serlo y que procura entender la alteridad interfiriendo poco y no perturbando) y, también, como ciudadana de unas sociedades occidentales heridas por la angustia, el escepticismo y el desarraigo existencial.
Martin rememora que, agotada de quien era y cansada de su trabajo, sufrió una crisis profunda, y se fue a buscar remedios, soluciones y respuestas a los "bosques del Norte". Lo que encontró fue la mandíbula de un hueso, y una traqueotomía, y un hospital ruso con sus sanitarios particulares, y varios hospitales franceses con sus sanitarios igualmente particulares. Sin embargo, además de todo esto también encontró espíritus y sueños, otra manera de relacionarse con la naturaleza, y la sabiduría milenaria de civilizaciones antiguas cada vez más depredadas por el imperio ruso... "He visto el mundo demasiado alter del animal; el mundo demasiado humano de los hospitales. He perdido mi sitio en el mundo; busco un intermedio. Un lugar donde reconstituirme". El resultado literario y humano de esta búsqueda es sobrecogedor y fascinante.