Stefan Zweig
23/07/2025
Director adjunto en el ARA
3 min

"La Internacional Mediocre". La expresión es de Georges Bernanos, y la habría pronunciado en conversación con Stefan Zweig en 1942, en Brasil, pocos días antes de que el austríaco se suicidara. Bernanos le sobrevivió unos pocos años. Bernanos y Zweig habían huido de la guerra de Hitler: su mundo -el civilizado e idealizado "mundo de ayer" descrito por Zweig- se había hundido. Europa había entrado en una decadencia enloquecida. En el libro ZB (Ed. Mèl·loro Rosso), el filólogo y escritor mallorquín Jaume Capó, a través de los textos de ambos intelectuales, recrea en forma de obra teatral un encuentro que se habría producido en Barbacena, en el hazenda donde se había instalado Bernanos. [El libro incluye la versión catalana y la portuguesa].

Hay un momento en el que Zweig pregunta a Bernanos cómo ve las democracias. "A veces sus líderes me parecen altos comisionados de la Internacional Mediocre, que os decía antes. Pactar con Hitler o no intervenir en España. Jugadas ecuánimes magistrales, pero un fiasco seguro". A lo que Zweig responde: "A la larga, no tomar partido es tomarlo". La falsa neutralidad. No costaría mucho hacer paralelismos con la actitud pusilánime, por no decir cómplice, de las democracias de hoy con Ucrania y sobre todo con Gaza, ¿no? Putin y Netanyahu van haciendo, siguiendo sus planes de conquista y exterminio sin demasiados obstáculos.

Hace ocho décadas, Zweig se sentía culpable y derrotado: "Después de educarme sesenta años como ciudadano europeo, como ciudadano del mundo, ¿qué soy hoy? Sólo un viejo europeo exiliado más". Y le decía a Bernanos, que sufría cojera fruto de un accidente de moto: "Sois cojo y correo por la vida. Y yo que podría correr siento que se me acaban los días". Él mismo acabó.

El católico nacionalista Bernanos, desde Mallorca, donde había buscado la calma para escribir —una calma relativa: le acompañaban seis hijos, la mujer y los perros—, presenció el estallido de la Guerra Civil Española. Inicialmente, se puso junto a los sublevados falangistas nacionalcatólicos. Pero al ver la represión que éstos desataban, y como la Iglesia prefería el rencor a la piedad, regresó a Francia, donde escribió un libro de denuncia: Los grandes cementerios bajo la luna. Una obra que le descolocó ideológicamente. Por eso acabó marchando a América. Era un conservador de espíritu libre. Zweig era un hombre libre nostálgico. Les unía la libertad y la cultura.

Zweig, judío, también se había encontrado pronto no sólo desubicado, sino en peligro. "Mi pasión por Erasmo fue mi salvación. En su actitud contra los fanatismos de católicos y protestantes yo encontraba un cierto consuelo. Como él, atrapado entre dos muelas, yo sentía que solo sobreviviría si podía mantenerme en un pensamiento libre y humanista, fuera de los extremos".

Qué difícil vuelve a ser hoy, en este siglo XXI polarizado, no caer en el extremismo. El populismo de ultraderecha campa alegremente por el mundo. ¿Cómo combatir su ubicua demagogia atizada por los algoritmos de las redes sociales? ¿Dónde huiría hoy? ¿Hay algún rincón del planeta al abrigo de esta plaga corrosiva? Ciertamente, no Brasil de Bolsonaro contra Lula. Si algo une a líderes como Trump, Putin, Netanyahu, o en nuestro país Ayuso, Abascal y Orriols, es su mediocridad humana e intelectual, su vanidosa e inculta falta de compasión por el sufrimiento ajeno, su insidiosa capacidad de atizar el odio.

Es lo mismo que Bernanos y Zweig veían en su época, desengañados de la creencia de que la "fraternidad cultural [era] más fuerte que la diferencia de lenguas y capaz de borrar fronteras", se lamentaba Zweig. "¡Qué engaños de todos y qué mediocridad! Estos mediocres que nos prometen la luna siempre han sido una trampa del demonio", decía Bernanos. Y Zweig, siempre tan autocrítico, le respondía: "Mirémonos a nosotros dos, con qué facilidad nos dejamos llevar por la exaltación y el patriotismo".

Hoy, como entonces, la mediocridad asesina vuelve a igualar a la humanidad por abajo. No aprendemos.

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