Cine

Monumental obra maestra sobre un apocalipsis silencioso

'La carretera' de Manu Larcenet adapta la novela homónima de Cormac McCarthy

Ivan Pintor Iranzo
3 min
Viñetas de 'La carretera', de Manu Larcenet
  • Manu Larcenet
  • Norma Editorial
  • 160 páginas
  • 29,50 euros

Tanto el espectro bíblico del Apocalipsis como la experiencia dramática de guerras, genocidios y barbarie a lo largo de los siglos XX y XXI han investido el imaginario de la catástrofe con el rugido de un final atronador: el ruido de las siete trompetas angélicas que anuncian la antesala de la destrucción, el estruendo de la aviación y la detonación de bombas y misiles que estallan de forma inevitable tras el silbido afilado del lanzamiento. Sin embargo, la extraordinaria reescritura que Manu Larcenet hace de La carretera de Cormac McCarthy muestra el hórrido mutismo del final, la niebla y la ceniza que absorben cualquier sonido, los restos de bosques y las landas despojadas del canto de las aves, del trajín incesante de las bestias. El fin del mundo será silencioso, dice Larcenet.

En las primeras dos páginas del álbum, una sucesión de volutas de humo negro para las que Larcenet estudió con detalle erupciones de volcanes de todo el mundo dan paso a una última viñeta en la que el padre y el hijo protagonistas se acurrucan, vigilantes, bajo una lona en un paisaje devastado. Al igual que en las dos versiones de El Eternauta, escrito por Héctor Germán Oesterheld y dibujado primero por Solano López y después por Alberto Breccia, la diseminación de puntos blancos, sean nieve o ceniza, se convierte en La carretera en una auténtica amenaza plástica para la continuidad visual y narrativa a la que aspiran las viñetas de cualquier cómic. Esquivando el frío, el hambre y los grupos de supervivientes que practican el canibalismo, padre e hijo avanzan por unos Estados Unidos convertidos en alegoría del horror, de un tiempo después para siempre mudo.

Antes que Larcenet, antes que Breccia o que Solano López, Dante fue el primer artista en mostrar que la condición que une dos imágenes discontinuas, en ese gran friso en forma de cómic que es la Divina Comedia, es la mutabilidad, la constante transformación de formas y figuras que arrastran la mirada, que invocan una imaginación capaz de hilvanar el blanco y amenazante espacio entre las viñetas. A través de bosques en los que resuenan los pinceles de Breccia, Ivo Milazzo, Didier Comès o François Bourgeon, lo que nos mira entre las viñetas de La carretera, lo que las mantiene unidas, es el miedo: “No salgas del camino”, la frase con la que todo el mundo imprecaba al protagonista de El informe de Brodeck (Norma), la adaptación que Larcenet hizo de la novela homónima de Philippe Claudel, es casi idéntica al consejo del padre al hijo: “Sigue la carretera”.

La escritura del después

Pero en La carretera no hay rastro del hechizo que exhalan los bosques en penumbra de Breccia, Comès o Bourgeon, sino el testimonio desesperado de un mundo sin mundo, donde Larcenet es capaz de insuflar la materialidad abyecta de la supervivencia. El catálogo de cuerpos mutilados, eviscerados y destripados, las imágenes de canibalismo o la abyección de un muñeco momificado de Homer Simpson son, como advierte el padre al hijo, “imágenes que se quedan para siempre en la cabeza”. Mediante una retícula regular, que facilita la lectura inmersiva, la magnitud sobrecogedora de edificios en ruinas que evocan los de Katsuhiro Otomo en Akira y el pincel siempre tenso de Larcenet, que parece bailar como los caligramas de Henri Michaux, sostienen una precisa escritura del después donde la atmósfera del cine de Bergman, Béla Tarr o Haneke se encuentra con la angustia del lamento desesperado del padre que, en el cuento de Juan Rulfo No oyes ladrar los perros, constata, con el hijo moribundo a hombros y en medio del silencio de la noche: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”.

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