Pequeña despedida a Bernard Pivot, el "rascador de cabezas"

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Bernard Pivot a finales de los setenta poco después de la entrevista que le hizo a François Mitterrand por el libro L'abeille et l'arquitecte.

BarcelonaSi tuviera que contar a alguien quien era Bernard Pivot, que murió esta semana con 89 años, le explicaría que era un rascador de cabezas. Así es como describía el trabajo que realizaba al frente deApostrophes, el programa literario que presentó de 1975 a 1990 en la televisión francesa. Pasaron decenas de escritores, como Marguerite Duras, Simone de Beauvoir, Georges Simenon, Aleksandr Soljenitsin o Vladimir Nabokov (su entrevista es mítica: Pivot le preguntaba de vez en cuando si quería más té, y el autor ruso se hacía llenar la taza, pero de whisky, que es lo que había en la tetera!). Cada viernes, en prime time, reunía frente al televisor entre uno y tres millones de espectadores –dependía, explicaba él, de si hacía un programa más o menos intelectual– y las librerías tenían una mesa con sus recomendados, que eran los más vendidos. Cuando acabó, hizo otros programas, como el Bouillon de culture, pero Apostrophes se mantiene como un programa de referencia, al igual que Pivot, un hombre muy respetado y querido en Francia, que llegó a tener casi un millón de seguidores en X.

Supongo que, precisamente por eso, y víctima también de la mía admiración, estaba nerviosa cuando le entrevisté, en el 2016, en Barcelona. No era necesario: además de ser prácticamente un sabio, Pivot era una persona muy agradable y un conversador generoso y atento (por supuesto). La lección de periodismo que me dio en media hora todavía me sirve los ratos que pierdo la fe en el oficio. Era un hombre que creía en la escucha, que ponía a los invitados en el centro, que se preparaba a fondo las entrevistas y que siempre se exigía más. Quería hacer leer a los franceses, lo decía claramente, y por eso esa idea de gratador de cabezas. "Quería rascar la cabeza de los telespectadores para que la sangre les circulara más deprisa por las neuronas, para que los escritores les atrajeran más. También tenía que rascar la cabeza de los escritores para que respondieran con claridad y pasión mis preguntas. Y yo también me rascaba el ninguna por trabajar más, por encontrar preguntas originales que permitieran a los escritores expresarse de la mejor manera ante los telespectadores". Pivot reivindica la pasión de los escritores, pero yo diría que era su propia pasión, evidente, lo que contagiaba las ganas de leer: querías sentir lo mismo que él transmitía. El periodista francés no había sido siempre tan lector. En su casa, de pequeño, sólo tenían dos libros: las fábulas de La Fontaine y un diccionario, que no paraba de leer, tomando apuntes sobre las palabras nuevas que aprendía. Nunca paró de consultar el diccionario, le gustaba saber la ortografía, el origen de cada palabra: cada día buscaba alguna, y es que él decía que son nuestras amigas más íntimas.

Cuando tuvo que ponerse a trabajar, él quería ir a El Équipe, un diario deportivo, pero no había vacantes, y acabó haciendo una entrevista para el Figaro Littéraire, que no empezó muy bien: "El examen fue un desastre. Yo no sabía nada de libros. Algo sorprendente que recordaré siempre es que me preguntó si había leído Memorias de Adrià, de Marguerite Yourcenar. ¡Ni siquiera había oído hablar de ello! Y veinte años después le hice una entrevista en EEUU para la televisión pública francesa". Afortunadamente, y con la promesa de que los padres de Pivot podían conseguirle buen vino del Beaujolais, el director del suplemento lo contrató. El resto, ya es historia. monsieur Pivote. DPTO.

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