Álex Susanna, el poeta siempre agradecido a la vida

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Àlex Susanna en el 2011 en la sede del Institut Ramon Llull.

Àlex ha sido un hombre culto y sensible, con quien era un gozo hacer conversación. Podías pasar horas haciéndola charlar agradablemente y, cuando quería cambiar de tema, siempre utilizaba una especie de muleta: "Escúchame una cosa". Entonces yo escuchaba la cosa en cuestión y trataba de corresponder con una respuesta. Echaré mucho de menos su conversación, nuestros morosos paseos por bosques de Gelida o de Queralbs, aquella llamada inesperada para recomendarme una lectura...

El primer libro suyo que adquirí, Del hombre cuando no ve, lleva la fecha del día de Sant Jordi de 1985. Era el mismo año en que recuerdo a un Álex muy joven, en el aula magna de la UB: había sido el principal organizador de un homenaje a Joan Vinyoli celebrado en elalma mater. Una firme y prematura vocación literaria le acercó a grandes figuras de la cultura catalana como el citado Vinyoli, Joan Teixidor, Mariano Manent, Tomás Garcés, Jaime Gil de Biedma, Jordi Pere Cerdà... Años después, como editor, va recuperar la obra de muchos de estos poetas, y fue él mismo quien relanzó la poesía de dos gigantes de la lírica catalana reciente: Màrius Sampere y Joan Margarit. Sin Àlex, dudo que la obra margaritiana hubiera tenido el eco del que ha disfrutado en los últimos 30 años.

Lo empecé a leer, pues, en 1985. Por eso cuando se casó con Núria Viladot, su luminosa compañera de vida y madre de sus tres hijos –Biel, Gina y Clara–, y la pareja vino a vivir en Gelida en 1988, enseguida supe que el destino me lo había puesto delante y que, probablemente, de esta feliz ocasión nacería una amistad muy honda entre nosotros dos. Y así fue. Sin embargo, la circunstancia que favoreció nuestro conocimiento fue curiosa: los veranos de la segunda mitad de los 80, yo solía trabajar de cartero en mi pueblo. Esto me permitió romper el hielo y empezar a hablar con él: "Álex, hoy tienes carta de Blai Bonet. ¿Viste, eh, las dos que te dejé anteayer, en el buzón, de Javier ¿Marías y Stephen Spender?". Era el verano de 1988. Así empezó nuestra conversación, que ahora la muerte ha interrumpido.

La generosidad ha sido una de las muchas virtudes de Álex: ayudaba a los creadores, les conmovía, les leía, les sabía dar consejos valiosos. Su obra como editor (en Columna Edicions) fue fundamental. Y también la que ha desarrollado como gestor y promotor cultural: director de la Fundación Caixa Catalunya La Pedrera (2004-2010), del Institut Ramon Llull (2013-2016) y, finalmente, de la Agencia Catalana de Patrimonio Cultural (2016-2017). También hizo una obra ingente en la Fundación Vila Casas, como director de arte (2020-2022). Siempre decía que él habría preferido ser pintor, pero los pinceles se le resistieron. Ha sido un magnífico poeta (y un hombre de cultura completo): para él, la poesía ha constituido una manera de reencontrar lo esencial que comparte con el resto de los humanos. Ha publicado doce volúmenes de poesía – destaco tres, de épocas diferentes: El último sol (1985), Las anillas de los años (1991) y Ángulos muertos (2007)–, y en breve tendremos el volumen de obra lírica completa, que publicará Viena y que incluirá un último título inédito, formado por tankes y haikus, Todo está muy cerca, escrito cuando ya estaba enfermo. Hay también disponible una selección personal de sus versos: Dedos manchados: antología 1978-2018 (Payés editores). Y ocho dietarios, el género –según decía– que le permitía ser más agradecido a la vida. Deja uno, El año más inesperado, que saldrá en septiembre, y otro inacabado: una cincuentena de páginas que redactó hasta pocos días antes de su muerte. La danza de los días (2024), el último que él ha visto publicado, ha disfrutado del aplauso unánime de la crítica y de los lectores.

Álex consideraba que la poesía no debe hacernos perder el mundo de vista, sino que, por el contrario, debe permitirnos "verlo mejor, con todas sus luces y sombras". (Una poesía de Las anillas de los años, Tarde de verano, que ahora releo con un escalofrío, se refería a una muerte en un día de verano: "Por unos instantes pensamos en quién será / el desdichado que ha muerto en medio de tanta luz".) Ahora que, finalmente, se acababa de jubilar, Àlex merecía veinte años más de vida plena, porque era un hombre lleno de proyectos. El destino fue cruel. Nos queda la luz de su obra: sus versos, que tanto quiero; sus dietarios, ¡tan lúcidos! Todo ello, ¡una obra latiendo de vida y de cultura! Dos meses atrás TV3 le grabó, en Queralbs y en Núria, uno Iluminados, el programa dirigido y presentado por el escritor Jordi Lara, que constituye un documento imprescindible para adentrarse en la obra y la vida de Susanna.

"Pero tanto va la muerte al corazón / que el corazón late, insensible, / incluso después de muerte", dicen unos versos de Negra ciudad, de Palacio de invierno (1987). El corazón de Àlex Susanna seguirá latiendo, ¡y de qué manera!, en el recuerdo de todos aquellos –y somos muchos– que nos lo hemos amado, empezando por su familia: su mujer y sus hijos, que, en estos últimos nueve meses, no se han separado ni un momento de su lado. Tengámoslo más presente que nunca en sus libros, honda herencia de su amor por la vida y la cultura, un todo inseparable. Sin embargo, si se me permite, a mí me faltará el hombre, el amigo. Sin Àlex, todo ello costará un poco más. O mucho más. ¡Descansa en paz, amigo amado!

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