Literatura

Recibir la herida de los versos malditos de Arthur Rimbaud

Jaume Galmés traduce con rigor –y por primera vez en catalán– todos los versos del autor francés para Edicions de 1984

La vida aventurera de Arthur Rimbaud (1927)
15/10/2024
3 min
  • Arthur Rimbaud
  • Ediciones de 1984
  • Traducción de Jaume Galmés
  • 432 páginas / 26,90 euros

Con diecisiete años uno no suele ser muy serio. O nada. Ahora bien, a esa edad tan temprana el genio poético deArthur Rimbaud (1854-1891) llevaba ya tres años manifestandose febrilmente. Yo lo descubrí en los dieciséis, porque en mi libro de texto de segundo de BUP había estampado el soneto "Le buffet", que me aprendí par cœur. No es la pieza más conocida del ardenés (autor de poesías tan recordadas como "Tête de fauno", "Las chercheuses de poux", "Voyelles" o "Le bateau ebrio"), pero sí que es muy representativa de su manera poética: la lectura de aquellos versos sobre un mueble lleno a rebosar de recuerdos de todo tipo, de "antiguas antiguallas" (ropa, vestidos, puntillas, pero también medallones, de pelo, retratos...), te hace sentir —y que vívidamente!— el olor del pasado, el peso de la herencia. ¿Quién no ha tenido alguna vez cerca una cajonera? Rimbaud convierten una baluerna familiar en sentido.

Tenía dieciséis años, pues cuando recibí la herida rimbaudiana: la de aquel eterno adolescente creador, poeta maudit, dignísimo heredero de Villon y hermano pequeño de Baudelaire, que le bastó con seis años mal contados para dejar una obra lírica que es uno de los tesoros literarios de la Francia moderna. El poeta que reclamaba a Banville un lugar entre los parnasianos y que, después, de algún escándalo parisino, puso rumbo a África para abrazar una vida de acción (el tráfico de armas, por ejemplo, que es una actividad que encontraría muy alejada de su genio lírico). Es la primera vez que se traduce íntegramente a nuestra lengua la poesía (en verso) del autor (quedan fuera, por tanto, Una temporada en el infierno y Iluminaciones, que, por otra parte, se pueden encontrar fácilmente en catalán). ¡Y qué gozo de traducción, qué trabajo tan escrupuloso, el que ha hecho Jaume Galmés!: de punta a punta, parece que alene la virtud de una obra hecha a fuego lento, sin prisa. Más allá del riguroso traslado del alejandrino habitual de Rimbaud (y de todos sus otros metros), Galmés auna muy bien la literalidad con la adecuación al marco de la tradición catalana. Un ejemplo: la poesía Los asustados, una de las que el autor prefería, nos presenta cinco chiquillos que espían, con deleite, alguien que hace pan (“Escuchan este buen pan cobre”). Rimbaud tenía una cierta predilección por los niños que ahora llamaríamos fuera del sistema (su primera poesía canónica se titula Los estrenos de los huérfanos). Una de las estrofas originales dice: “Cuando, pour algo médianoche, / Plein de dorures de brioche / Donde suerte le pain”, y Galmés traduce: “Cuando, para alguna gran sopada, / con dulce sabor a ensaimada, / el pan ha salido”. El traductor no siempre recurre a la rima, porque debe considerar que, a veces, este recurso puede descarriar el sentido. Pero a menudo lo hace, como es el caso de estas coplas ligeras en las que, además, se permite guiñar un ojo a su origen mallorquín con la justísima correlación entre la brioche de su tierra de adopción y la ensaimada del terruño nativo.

Rimbaud es un poeta intuitivo, pero que, a catorce años, cuando empieza a dar a conocer su vocación genial, ya se siente equipado de una retórica consistente: “Sé el pregonero del deber, / oh nuestro fúnebre pájaro negro!”, escribe en Los cuervos. La elección de personajes para sus pretextos nunca es inocente. Ofelia, bellísima poesía, es un ejemplo: “¡Oh bella como la nieve, palidísima Ofelia! / Morires, criatura, ¡lleva por un río!”. Su constante excursión naturaleza adentro se corresponde con estrictos excursos lengua adentro: “¿De dónde viene, el hombre? ¿Se abisma en el Océano profundo / de los Gérmenes, de los Feto, de los Embriones, al fondo / del colosal Gresol de donde la Madre Naturaleza / debe resucitarla, la viviente criatura, / para que ame en la rosa y crezca dentro del trigo?...” (Sol y carne). ¡Viva, pues, Rimbaud! ¡Y viva la traducción tan rigurosa con la que nos obsequia Jaume Galmés!

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