Literatura

Núria Cadenes: "El mismo tío que yo veía con sotana en casa se había jugado la vida para salvar a otras personas"

Escritora

Núria Cadenas
Literatura
21/11/2025
6 min

BarcelonaEl punto de partida de Quien salva una vida, con la que Núria Cadenas (Barcelona, ​​1970) ha ganado el último premio Proa de novela, es una red real de evasión de aviadores aliados, judíos y fugitivos del nazismo en la Cerdanya de la que formó parte un tío abuelo de la autora, Joan Domènech. A partir de la reconstrucción de las alegrías y el sufrimiento de este familiar, Cadenas levanta una historia coral, donde narra cómo algunos perdedores de la Guerra Civil fueron capaces de colaborar en acciones heroicas que, sin embargo, era necesario mantener en secreto para evitar la represión del régimen franquista.

Leyendo esta novela llegas a la conclusión de que jugarse la vida puede valer la pena.

— Es una novela sobre personas que actúan con coraje. Iba a decir personas valientes, pero no sé si lo son o no: en cualquier caso, les definen estos actos valientes.

Algunos salen adelante, pero en otros casos pagan el atrevimiento con la vida.

— Es muy fuerte, pero así. Melitó, que está inspirado directamente en un hombre que existió, Melitó Sala, acabó detenido por la Gestapo y murió en un campo de exterminio en 1945. Entonces, su familia, que ya formaba parte de las redes de resistencia, en vez de dejarlo correr, siguió salvando vidas.

Remarcas la bondad de muchos de estos personajes. Va ligada a un momento histórico muy concreto: ¿la seguiríamos encontrando en el presente?

— Tenemos libertad de actuar y capacidad de decisión, incluso en las más terribles circunstancias. En Quien salva una vida se explica el caso y, de algún modo, el ejemplo, de personas que ejercen esta capacidad de actuar ayudando a los demás. Los personajes de la novela se jugaron la vida, algunos por ideología, otros por convencimiento, otros por la confianza en la persona que se lo pedía... y algunos incluso sin saber por qué, pero lo hicieron.

Aunque sea una novela coral, despunta el personaje de Joan Domènech, inspirado en un tío abuelo. Quien salva una vida comienza con una paliza que recibe en la rectoría por "comunista" y porque es "el traidor de la medalla francesa". ¿Es una de las primeras historias que te contó?

— Él nunca me explicó ninguna. Murió cuando yo tenía 14 años. Si hablaba de todo esto lo hacía con la madre o con la abuela, aunque nunca presumió de nada. Resulta que el tío abuelo Juan, el mismo hombre que yo veía en casa con sotana, se había jugado la vida para salvar a otras personas. Su historia no era ningún secreto: hay un libro que habla, tiene la Legión de Honor francesa y la Medalla de la Resistencia. Pero habría sido muy fácil que no se llegara a saber, como en otros muchos casos. ¿Cuántas personas habrá que nunca han hablado de su papel durante aquellos años, pero no para esconderse, sino para no alardear de ellos?

Te resiste a decir que son héroes.

— Sí, porque cuando ponemos la etiqueta de héroe nos imaginamos a una persona excepcional o inalcanzable, pero en la novela son personas de muchos tipos y de ideologías diversas. No son especialmente heroicas, aunque se comporten con heroicidad. Hay más gente así de lo que parece.

Una de las últimas veces que lo comprobaste fue durante la dana del 29 de octubre del 2024, que dejó a 229 víctimas mortales y devastó a miles de hogares.

— El día de la tormenta y las inundaciones hubo vecinos y vecinas que se jugaron la vida para salvar a gente que la arrastraba la corriente o que estaba en peligro. La dana fue terrible, pero también me llenó de esperanza.

¿La dana te acabó de decidir a terminar de escribir esta novela? Has explicado que hacía tiempo que le dabas vueltas.

Cuando publiqué Tiberio César [Proa, 2023] ya tenía la carpeta abierta, aunque todavía no me lo había puesto. Su origen fue una serie de reportajes sobre tierras de frontera que había escrito para la revista El tiempo. Cuando me tocó la Cerdanya, hablé de la red de cura Juan a través de algunos testigos que todavía estaban vivos e incluso, si la memoria no me traiciona, de un hijo de Melitó.

Recuperabas a tus padres en uno de los relatos deEn carne y hueso (Ara Llibres, 2025), ¿verdad?

— Era la primera vez que escribía sobre ellos. Quizás la historia de cura Juan forme parte del mismo proceso creativo, no había pensado hasta ahora.

En otras novelas que has escrito has tomado hechos históricos o personajes de renombre y los has bajado del pedestal. Resaltas la humanidad.

— La historia también es esto. En Quien salva una vida hago una mezcla literaria de realidad y ficción. Al igual que cuando pastas agua con harina sale algo diferente, mezclando realidad y ficción ocurre algo similar: hay unos hechos que son comprobables, pero los cuento a través de unos personajes que quieren ser tan complejos como lo somos los humanos.

Si a El banquero (Ediciones de 1984, 2013) excavabas en la oscuridad, aquí pruebas de encontrar la luz a través de la constelación de personajes que rodean a mosén Juan. Para él, la historia de Job de la Biblia es muy importante. ¿Para ti también lo es?

— Aunque sea atea, hay varios episodios de la Biblia que me conmueven. El libro de Job habla de una humanidad muy descarnada, viva y real, de carne magullada y todo. Me gusta mucho cuando, después de sufrir tanto, Job interpela a Dios y le pide que le juzgue. Está convencido de que no ha actuado mal. Por eso se siente capaz de desafiarle. Esta novela también va de eso: aunque me rompas, me mantendré fiel a mis principios.

Quien salva una vida muestra la cara y cruz de la Iglesia: cura Juan salva vidas, pero hay una parte de la Iglesia que actúa de forma muy diferente.

— Parte de la jerarquía de la Iglesia catalana se unió estrechamente con la dictadura franquista. Se dedicó a perseguir a los suyos, aunque en realidad tuvieran una manera muy distinta de entender a la Iglesia. Es la que me interesa: la Iglesia de comunidad, de pueblo, la que va a favor de los desvalidos. Comparte, de hecho, el mensaje del Evangelio y de Jesús.

Hay aquella escena que el obispo de la Seu d'Urgell cita a mosén Joan y debe esperarla durante mucho rato, solo.

— Lo dejan solo y pasando frío y no le ofrecen ni un vaso de agua. No lo tienen prohibido. Adelantarte a los deseos de tu dueño es de gran bajeza. El ser humano puede ser tan cruel como para negarte un vaso de agua.

En Quien salva una vida hay también mucho sufrimiento y dolor. Pienso, por ejemplo, en la historia de Francisco, que es de la FAI y vive en la calle de la Aurora hasta que le detienen.

— Francisco no quiso huir porque decía que no había muerto nadie y que, por tanto, no se le podía acusar de nada. Vivía con su familia en el número 1 de la calle de la Aurora, muy cerca de donde asesinaron al Noi del Sucre, un lugar que ya no existe: lo derribaron cuando hicieron la rambla del Raval. Con una amiga que también tiene raíces en la Cerdanya fuimos un día, y descubrimos que hay una taberna que mira directamente donde debía estar el bloque de pisos de Francesc. Entramos, pedimos un vermut y quisimos brindar por él.

En la novela nos vamos encontrando con fragmentos de la policía e incluso del comandante del piquete que debe aplicar a los condenados "la última pena".

— La vida de los condenados iba pasando de un funcionario a otro. Es horrible, pero lo hacían así de sistematizado, con esa frialdad burocrática iban asesinando a personas. Francisco acabó ejecutado en el Camp de la Bota.

También existe la experiencia de campos de concentración como el de Ribesaltes, donde la enfermera Friedel toma la decisión de salvar a todo el que puede de la muerte.

— Los fragmentos del dietario que cito son reales. Me impresionaron mucho. Escribe: "Solo veo ojos inmensos en rostros marcados por el sufrimiento y la amargura, ojos y más ojos, ojos en desfile, delante de mí, como en un filme". ¡Explica tan bien lo que ella observa y cómo se siente! Lo que me dejó de piedra fue que, pese a estar desesperadas, aquellas personas preguntaban siempre por sus familiares. Eran los demás, quienes les preocupaban. Perdona, ahora me estoy emocionando...

Me da la impresión de que en muchos momentos habrás escrito esta novela con lágrimas en los ojos.

— Cuando escribo a menudo termino llorando. Y más tarde, cuando leo en voz alta el capítulo para comprobar si el ritmo funciona y para evitar repeticiones, también lloro. Hay muchos fragmentos de esta novela que no podré recitarlos en público porque no podría evitar las lágrimas.

¿Recuerdas cuál fue el primer cuento o novela que te hizo llorar de empatía por lo que les pasaba a los personajes?

— Habría que pensar un poco.

En mi caso tengo bastante claro que fue La chica de las cerillas, de Hans Christian Andersen. No podía soportar que la niña acabara muriendo en medio de la calle, congelada.

— Hay un cuento de Chéjov de un niño que escribe una carta que es terrible. Es un niño huérfano que han enviado de siervo en una casa y le maltratan. El niño consigue una hoja de papel y escribe una carta a su abuelo para que venga a buscarla. Pero cuando lo envía te das cuenta de que el niño no tiene la dirección de dónde vive el hombre y sólo pone "mi abuelo".

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