Una experiencia extraordinaria e irrepetible con Paul Lewis
El pianista británico despide a su Schubert en el Palau de la Música
- Palacio de la Música. 15 de abril de 2024
Final de ciclo e integral completada, la que Paul Lewis ha ofrecido desde noviembre del 2022 hasta la noche del lunes en el Palau de la Música: las sonatas completas de Schubert en un periplo iniciático que se ha acabado convirtiendo en mística pura. El pianista de Liverpool es un hombre que no hace concesiones a la galería y que va al trabajo. Acólito del instrumento que tiene delante y alejado de sentimentalismos, ofrece el discurso de las obras que interpreta con una entrega total. Y es capaz de crear un clima único, en el que incluso cuesta respirar para facilitar la inmersión en lo que toca sentado frente al piano.
Para cerrar el ciclo schubertiano, el programa incluía tres piezas mayúsculas del músico vienés: las sonatas en do mayor D. 958, en la mayor D. 959 y en sí bemol D. 960. Es decir, las sonatas que Schubert escribió el último año de vida, como si el autor de La hermosa molinera sintiera que ésta se le colaba sin tener tiempo a decir todo lo que podría legar a la posteridad.
Paul Lewis es discípulo de Alfred Brendel. Y se nota. Pero es esencialmente un maestro. Y también se nota. Porque la herencia brendeliana se deja ver (y escuchar) en la precisa pulsación, impregnada de flexibilidad y de sinuosidades casi mozartianas. Pero el pianista inglés sabe imponer también la maestría del propio acento, de la justa resonancia con el uso magistral del pedal y con el equilibrio de ambas manos, diez dedos que presentan una tímbrica equilibrada: romántico, sí, sin olvidar que Schubert es heredero del clasicismo vienés, quizás más incluso que el propio Beethoven.
Y, aunque nos separan cuatro meses y cuatro días del último concierto presentado por Lewis en el Palau (11 de diciembre del 2023), de nuevo experimentamos lo que publicábamos en la crítica correspondiente: la sensación de volver a casa como si la hubiéramos dejado el día antes, gracias a la coherencia estilística que el pianista inglés sabe infundir a todas y cada una de las sonatas, a todos sus pasajes, aunque en el caso que nos ocupa, se trata de páginas en las que las sombras ocupan mucho más espacio que las luces. Especialmente frente a la inmensa y crepuscular sonata en sí bemol, con sus contrastes sturm und drang. Una experiencia irrepetible y extraordinaria, en definitiva.