Nick Cave, un dios impresionante en el Palau Sant Jordi
El músico australiano ofrece uno de los conciertos del año en Barcelona: salvaje y con las pequeñas dosis de esperanza del disco 'Wild God'
BarcelonaDudas, ninguna. Fue un espectáculo excepcional. Nick Cave deja un montón de momentos memorables en el Palau Sant Jordi en un concierto muy bien cantando y mejor interpretado, y con un sonido de una calidad bastante notable dados los inconvenientes del espacio. Una actuación impresionante, tanto por parte del músico australiano como por parte del público que ocupaba algo más de la mitad del aforo del recinto, cerca de 9.000 personas (con entradas a unos 90 euros). La comunión fue real, porque el público respetó la voz del artista sin pisarla y asumiendo el papel coral en From here to eternity, Red right hand y Into my arms, y porque Cave, comunicativo y agradecido, estuvo a la altura de la estima que demostró la gente. Es una de las grandes diferencias entre un concierto en un festival, donde no todo el mundo está en la misma sintonía, y un concierto en un recinto donde todo el mundo tiene el foco puesto en el mismo sitio.
Las últimas veces que había actuado en Barcelona, ambas en el Primavera Sound en 2018 y en 2022, Cave canalizaba el luto por la muerte del hijo mediante la rabia. Salía al escenario como quien derriba una puerta de una patada. Transformaba el dolor en una violencia sonora que aturdía, y asumía el papel de predicador cabreado con un dios injusto. Sin embargo, este año ha publicado Wild God, un disco que asume el luto con ganas renovadas de vivir. Como siempre a lo largo de su trayectoria, sigue agitando el combate entre la fe y el deseo, pero huye de las catástrofes y la aflicción imposible de consolar. Prefiere dejar de lado la desesperación para explorar el consuelo de la alegría, o de la gracia en el sentido más gospeliano, a través de la sensualidad mística de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, a quien cita explícitamente en el título de la canción Long dark night. El dios airado de revólver en una mano y whisky en la otra ahora es un personaje que atraviesa diferentes temas del disco como un dios viejo, destartalado y falible, salvaje porque se guía más por los instintos que por el dogma, y que ya no es una sombra amenazante. Una de las conclusiones del concierto en el Palau Sant Jordi es que el material de Wild God es mejor en directo que en disco, o al menos que crece gracias a la magia del directo y a las prestaciones de los seis músicos de los Bad Seed, incluido un infalible Warren Ellis, y de cuatro coristas capaces de multiplicarse en el color de gospel que el australiano utiliza en tantas canciones. Cave confía plenamente: en un repertorio de 22 canciones ha incluido 9 del álbum nuevo.
"You're beautiful!"
Las dos horas y media de concierto empezaron precisamente con tres temas nuevos: Frogs, aún con una concesión al lamento de un personaje que implora que debe la mañana; Wild God, que arranca con el piano y crece por acumulación hasta el estallido gospeliano; y Song of the lake, una suerte de canto extasiado del rey David. Después de recuperar O children, que aprovechó para recordar que debemos cuidar de los niños y que culminó con un "beautiful" dedicado al público, Cave, de 67 años, bajó al estruendo salvaje de clásicos como Jubilee street, From here to eternity y Tupelo, sensibilidad a flor de piel y bolas de electricidad punk a la vez que contagiaron la energía al soul-rock de Conversion, la canción del último disco que contiene el verso dilema que se repitió durante todo el concierto: "You're beautiful. Stop!". Por un lado, la exaltación de la belleza; por otro, el profeta demente que reprime el deseo. Especialmente enfrecido sonó Cave cuando insistió vehemente incorporando el verso a White elephant.
A la estridencia, el propio Cave respondía con delicadeza, como cuando cantó Bright horses y Joy, ambas interpretadas gestionando la emoción, rozando la lágrima y mostrando un hilo de esperanza en la tierra de las tristezas. Con la noche entrando en el territorio de los prodigios, Warren Ellis puso el violín al servicio de la melancolía herida de Final rescue attempt y Nick Cave desbordó las expectativas más altas con una interpretación histórica de Red right hand, modulando la tensión, abriendo la puerta a las cuatro voces coristas y descubriendo que el público del Sant Jordi podía ser una masa coral muy emocionante. "¡Fucking beautiful, Barcelona!", gritó como agradecimiento. El australiano no revive sus clásicos ni con indulgencia ni con pereza, sino respetando lo que significan para tanta gente y para la historia del rock.
Los espectadores también fueron protagonistas en los bises: primero aplaudiendo la memoria de la cantante Anita Lane (1960-2021), a quien Cave dedicó O wow o wow (how wonderful she is); después participando en los juegos de manos percusivos que el australiano promovió en una estratosférica The weeping song, con el violín de Ellis luciéndose en la abollada melodía; y finalmente acompañado Nick Cave, que se quedó solo por hacer Into my arms, culminación de un concierto extraordinario. Dudas, ninguna.