Peter Bogdanovich, el cineasta más cinéfilo
Muere a los 82 años el director de 'La última película' y 'Luna de papel'
Barcelona“Antes que nada, soy cinéfilo”. Lo decía Peter Bogdanovich siempre que podía, aunque no viniera al pelo, en todas las entrevistas que le hacían. Este jueves ha muerto, a los 82 años, en Los Angeles, un director importante. Lo fue tanto por su propia obra cinematográfica –profunda, original, creativa– como por lo que escribió sobre la obra ajena, la de aquellos artistas a los que tanto admiraba y con los cuales tanto conversó en su juventud y a lo largo de su fecunda y provechosa vida.
Los miembros de la Nouvelle Vague, mientras eran críticos de cine, sabían que lo que querían por encima de todas las cosas era convertirse en directores. Y con su impulso fulgurante cambiaron la historia del cine. Lo mismo le pasaba al joven Bogdanovich, que en 1967, con veintisiete años, escribió un libro fundamental sobre John Ford y casi al mismo tiempo dirigía su ópera prima, El héroe anda suelto. Pero su estallido definitivo fue La última película (1971), quizás su obra más prestigiosa, más influyente y perenne, un relato de amor al cine y de descubrimiento de la edad adulta. Con sus compañeros de generación –Coppola, Scorsese, De Palma, Lucas...– transformaron Hollywood. Con sus temas, su mirada, su ambición, rompieron tabúes, salieron a la calle igual que sus antecesores franceses que tanto admiraban. Juntos consiguieron lo que se proponían: poner al director de cine en el centro del hecho fílmico, como artista, como creador pensante, no tan solo como artesano que sabe donde colocar la cámara y poca cosa más.
Estava orgulloso de considerar que sus fascinantes entrevistas –los libros sobre Fritz Lang y Orson Welles son de referencia– eran tan buenas como sus propias películas. Y esto es decir mucho. Como cineasta, el trayecto de Bogdanovich ha sido largo e intenso. Tan pronto ha flirteado con producciones intrascendentes y telefilms que no han pasado a la historia como se ha lanzado a proyectos de gran importancia fílmica. Años antes de que Richard Linklater jugara con el tiempo en la trilogía de Antes de... y Boyhood, él se atrevió a volver a los personajes de La última película dos décadas después, con Texasville (1990). La televisión fue también una pasión para él: hizo frecuentes cameos en series como Luz de luna, Los Simpson, Cómo conocí a vuestra madre o The Good Wife y dirigió, por ejemplo, un capítulo de Los Soprano.
Como director abordó géneros variados, siempre con mirada curiosa y promiscua, siempre injertada de raíces clásicas. Ya sea en forma de homenaje a la comedia de Hawks y Lubitsch –¿Qué me pasa, doctor? (1975)–, con dramas sobre padres e hijos –Luna de papel (1973), Máscara (1985)–, con un explícito homenaje a los orígenes del cine –Así empezó Hollywood (1976)– o aproximándose al oficio de actor que tanto estimaba y respetaba: ¡Qué ruina de función! (1992) –adaptación del mítico vodevil homónimo– y Lío en Broadway (2014), su último film de ficción. Claro que todavía le quedaba una última película para poner en marcha, El gran Buster (2018), documental sobre Buster Keaton, rúbrica coherente e impecable a una carrera marcada por la pasión cinéfila y por la decisiva contribución a crear nuevas generaciones de cinéfilos.