Crítica teatral

Un bombón teatral con látigo y queso

'Una casa en la montaña' de Albert Boronat es juguetona y hace giras que crean un clímax de tensión

Una escena del espectáculo
2 min
  • 28 de enero y 4 de febrero

Estrenada en el Festival Griego pasado y representada durante tan sólo dos días, el Heartbreak Hotel de Àlex Rigola recupera sólo por dos domingos (cuatro funciones el próximo y el otro) este bombón teatral. Sí, un bombón, y ahora hablamos de la golosina, que no estaría de más sobre la mesa rectangular trufada de platillos de látigo y queso y de frascos de vino tinto que los tres intérpretes de este cuento entre filosófico y terrorífico comparten con una veintena de espectadores.

Todo es muy natural, falsamente natural, claro, desde que accedes al teatro. Alguien te ofrece un vaso de agua o de vino y otro empieza a relatar lo que parece el fragmento de una novela de ciencia ficción con fero de Matrix. Y efectivamente, él, el segundo alguien, es un escritor (Javier Beltran) que piensa en voz alta y que busca cómo continuar su relato. Pero hay que entrar y sentarse en la mesa.

El autor y director de la propuesta, Albert Boronat, de quien podemos recordar las dramaturgias de Prostitución (TNC, 2021) o Shock 1 y Shock 2 (Teatre Lliure, 2022), entre otros textos, es una especie de maître casero que ordena el diálogo entre el escritor y el propietario (Sergi Torrecilla) de la casa en la montaña del título, que parece cederle para que continúe con su novela. Pero esto sería demasiado sencillo. El texto de Boronat es juguetón y da vueltas que crean un clímax de tensión que vislumbra algún tipo de drama escondido. Y lo hace con un verbo elegante y literario que da igual un ojo a temas filosóficos donde saca hacia Wittgenstein como respalda la intriga y la extrañeza gracias a la excelencia interpretativa de Javier Beltran y Sergi Torrecilla. Dos actores que no pueden sino agarrarse a la palabra, al silencio, al gesto ya encajar las derivas del relato en el rostro, sentados a unos centímetros de los espectadores. Y qué bien lo hacen. Un teatro íntimo para buenos degustadores.

Por cierto, el látigo y el queso son gustosos. Y al fin... tortilla de patatas.

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