El teatro con inteligencia artificial ya está aquí, y da risa
'Ay! La miseria nos hará felices', de Gabriel Calderón, es un gran juego de teatro con un reparto de lujo
- Traducción: Joan Sellent
- Intérpretes: Pedro Arquillué, Daniela Brown, Laura Conejero, Joan Carreras
- Teatro Libre de Gracia. Hasta el 18 de enero.
Todo el mundo habla. Con mayor o menor conocimiento, es uno de los temas que sale en las conversaciones, coronado con un gran interrogante. Ya está aquí, aunque no lo vemos. La inteligencia artificial se infiltra en todas partes. Gran herramienta de presente y futuro para algunos, virus de aniquilación de puestos de trabajo para otros y pandemonio para todos. Incluso algo tan humano como el teatro ha sido devorado por el Gran Hermano tecnológico en la nueva obra de Gabriel Calderón.
Con el irónico título de¡Ay! La miseria nos hará felices, el dramaturgo uruguayo que nos fascinó con Historia de un jabalí (o algo de Ricardo) propone una histriónica e hilarante distopía sobre el futuro del teatro. Un teatro colonizado por los robots, que han relegado a los actores humanos a tareas técnicas de mantenimiento y les han privado de lo que les es propio y primordial: la interpretación. Marginados en un pequeño y desastrado cuarto junto a los lavabos –alerta para las empresas de sanitarios, porque los robots no necesitan– tres humanos –dos actores y una actriz– reciben la visita de una chica –humana o robot, eso habrá que averiguarlo– fascinada por el teatro que quiere ingresar en la compañía. Son humanos pero menos, ya que los robots les han monitorizado los sentimientos.
¡Y qué primera escena! Fabulosa. Con Pere Arquillué y Joan Carreras como herederos de los payasos beckettianos en un registro en el punto justo del histrionismo. Como Laura de Laura Conejero, que sólo piensa en la jubilación. Creo que nunca la habíamos visto tan maravillosamente desatada. Brutal la caída hacia arriba por las escaleras en otra escena, para partirse de risa. Daniela Brown parece ser la más humana –pero ya se sabe que las apariencias engañan– y completa un reparto de lujo. ¡Qué vértigo de texto! Qué velocidad y qué ritmo endemoniado de principio a fin. Solo hay algo de reposo cuando se le da paso a Calderón de la Barca. Si a Historia de un jabalí se encharcaba la vida de un actor con la palabra de Shakespeare, en esta nueva propuesta es el verbo florecido del autor de La vida se sueño, El gran teatro del mundo o El príncipe constante lo que nutre las nostalgias interpretativas de los protagonistas. Aunque el final puede parecer algo confuso, no importa. ¡Gran juego de teatro sobre el teatro!