Enric Cirici y Josep Maria Macip: “Vicens Vives me dijo al oído: «Los cristales de ‘La Vanguardia' tendrían que saltar»”

Fundadores de Edigsa

8 min

El día de Sant Jordi hizo 60 años que salieron los primeros discos del sello Edigsa. Discos en catalán en plena dictadura, elaborados con los mejores músicos, fotógrafos y diseñadores gráficos. En esta entrevista hablan dos de los tres únicos supervivientes del grupo gestor, Enric Cirici Delgado (Barcelona, 1931) y Josep Maria Macip Gich (Barcelona, 1931). El tercero es Josep Espar Ticó, ausente de la entrevista por razones de salud. El testimonio de Cirici y Macip es excepcional por la riqueza de sus recuerdos, proporcional a la intensidad de su vida, y por la lucidez de sus reflexiones sobre el catalanismo de raíz católica que en los 60 escribió páginas destacadas de la lucha contra la dictadura franquista. Trabajaron a cambio de nada, pero con exigencia profesional y mentalidad ganadora, superando el adoctrinamiento totalitario de su infancia: "Nos reconocimos como catalanes y nos sentimos responsables de la reconstrucción nacional de nuestro pueblo". El visionado de la entrevista en vídeo es altamente recomendable. 

¿Cuándo nacisteis?

J.M.M.: En 1931, un mes después de proclamada la República. De párvulos fui a la escuela Blanquerna, con Alexandre Galí, un lugar fantástico. En julio del 36 la FAI mató a mi padre. Acabada la guerra, en la escuela me encontré con un cambio total de lengua y con Formación del Espíritu Nacional. Íbamos a Passeig de Gràcia con Diputació, donde había una oficina de propaganda del Tercer Reich, que tenía las revistas Signal o Der Adler, con fotografías de guerra, e íbamos a leerlas. Queríamos que ganaran los alemanes, para entendernos.

E.C.: Yo vivía en Vallirana y veía pasar los camiones con gente a la que fusilaban en el puente del Lledoner. Pasamos mucha hambre, como todo el mundo. Un anarquista se hizo el dueño del pueblo, pero hizo que todo el mundo pudiera trabajar los campos y, cuando venían de Molins de Rei o de Sant Feliu a buscar a gente para matarlos, él, pistola en mano, los paraba en la carretera. Tanto es así que hoy tiene una calle con su nombre. Cuando entraron los nacionales nos sentimos liberados, porque se había acabado la persecución de aquellas clases medias y esto lo agradecía la gente que no estaba metida en nada. Hasta los catorce o quince años no me di cuenta de que vivía en una dictadura.

¿Cómo te diste cuenta?

E.C.: Por ejemplo, yo tenía siete u ocho años y un día llaman por teléfono a casa: “¿Amparo Casas es la portera de su casa? Comuníquele que su marido ha sido fusilado esta mañana en el Campo de la Bota”. Y ya tienes mis padres dando la noticia a la portera. Y en la escuela recuerdo el día que escribí mi nombre, Enric, y me dicen: “No, es Enrique”. O al final de las sesiones del cine, el himno nacional a todo trapo y todo el mundo con el brazo en alto.

¿Y de donde sacasteis el ímpetu?

J.M.M.: Fueron muy importantes los jesuitas. Podemos discutir ahora lo que representaban, pero nos dieron un estilo de trabajo, de rectitud, el trabajo bien hecho, de insistencia, de eficiencia, que no tenía todo el mundo. Y después descubrimos que en los jesuitas había existido, antes de la guerra, la Academia de la Lengua Catalana. Después pasé al instituto y vino Cases Oms, que era un hombre muy inteligente, un filólogo al que habían desterrado en las Canarias, que no podía hacer nada porque estaba fichadísimo como republicano. ¿Y sabes qué hizo en cuanto llegó? Montó un club de tenis de mesa y para elegir a los directivos nos hizo hacer unas elecciones. Era tenis de mesa, pero con elecciones.

¿Quién más estaba en vuestro grupo?

J.M.M.: Joan Triadú, Albert Manent, Xavier Polo, los hermanos Sayrach, que en su casa, en Diagonal con Enric Granados, había cantado la Coral Sant Jordi, también había venido el abad de Montserrat...

E.C.: La filosofía que dominaba era la de Torras i Bages, porque pensaban que la promoción de la cultura catalana ayudaba a acercarse a la fe. De forma que los universitarios nos proponíamos tumbar el régimen a cambio de nada, sin querer ser políticos. Este tipo de gente es la que estuvo en el Palau de la Música a castañas con la policía.

¿Vosotros estabais?

J.M.M.: Sí. Estaba anunciado que el Orfeón Catalán cantaría El cant de la senyera en un acto con ministros de Franco. Y, cuando fue la hora, no se cantaba. Entonces, Pep Espar empezó a entornarlo y todo el gallinero lo siguió. Los policías saltaban por encima de las sillas, cogieron a Pep y él, con un puñetazo, echó a uno escaleras abajo. Nosotros salimos corriendo y no nos cogieron. A Ignasi Espar lo cogieron y al pasar por detrás de la presidencia vio a un ministro, Camilo Alonso Vega, y empezó a gritar: “¡Don Camilo, que se me llevan!” Los policías no lo torturaron pensando que quizás era importante.

¿Actuabais por convicción religiosa y catalanista?

J.M.M.: En aquel momento, sí.

E.C.: Después, con Pujol en prisión, algunos de los nuestros con formación jesuítica empezaron a flirtear con el marxismo y aquel grupo se deshizo.

J.M.M.: En aquella época, en la universidad, la duda filosófica era: “¿Qué es más importante, la cuestión nacional o la cuestión social?” Para nosotros, las dos cuestiones iban juntas.

E.C.: Y después del Palau, nos preguntamos: “¿Y ahora qué podemos hacer si estamos todos fichados?” Y es cuando empezamos a montar empresas.

Como por ejemplo Edigsa.

J.M.M.: Para hacer discos no solo en catalán, sino con una ideología determinada, porque queríamos un país nuevo, democrático, y por eso hacíamos canción de protesta. Además, bien presentada, con fotógrafos como Oriol Maspons y diseñadores como Jordi Fornas. Es que el gusto de la época no es que estuviera pasado de moda, ¡es que no era gusto!

E.C.: Y musicalmente trabajamos con Ros Marbà y con Oriol Martorell.

J.M.M.: En el verano del 62, ahora hará sesenta años, Eliseu Climent nos dijo: “En la Universitat de València hay un pequeño que canta unas canciones con mucha fuerza”. Y nos envió una cinta. Cuando escuchamos a Raimon cantar Al vent pensamos: “Esto es lo que buscábamos". ¡Era nuestro Bob Dylan! Y lo invitamos a Barcelona. Fuimos al apeadero del Passeig de Gràcia, entonces todavía a cielo abierto con máquinas de humo, y baja del tren Joan Fuster con un Raimon con cara de asustado, con la guitarra bajo el brazo y nos advierte: "Yo no canto, yo pego chillidos". De allí fuimos directos a los Premios de Santa Llúcia, que eran aquella noche, e hicimos el festival Les Noves Veus en el Fòrum Vergés. Había unas mil personas y cuando salió Raimon fue espaterrant.

E.C.: Había un clima social agrupado en las parroquias, donde era más fácil hacer un recital porque no las podían tocar.

¿Tuvisteis algo que ver en el caso del La, la, la?

J.M.M.: Teníamos las canciones de Serrat en catalán y entonces él cogió a un representante que se llamaba Lasso de la Vega, que se las sabía todas, y le consiguió una canción del Dúo Dinámico, el La, la, la, con la idea de que Serrat podía triunfar en castellano en todo el mundo. Pero Serrat se encontraba que iba a cantar a un lugar y había gente que le silbaba y esto era un choque para él. Al final, aceptó escribir una carta a Televisión Española diciendo que, si podía cantar en catalán, sí que iría a Eurovisión, pero que, si no, renunciaba. Entonces se fue a París, Pep Espar fue hacia allí y también fueron Jaume Picas y Guillermina Motta para apoyarlo.

E.C.: La carta la escribió en París y yo la llevé a Madrid. TVE también le envió a dos o tres personas para convencerlo. Artur Kaps, por ejemplo. Hubo una lucha, porque él tampoco las tenía todas con él. Al final, lo conseguimos.

J.M.M.: De Serrat teníamos a punto de salir un LP donde cantaba El ball de la civada. Y el Ministerio nos dice que no lo saquemos porque “el Estado tiene muchos medios para hundir una empresa sin que se note”. Les contestamos que convocaríamos una rueda de prensa con periodistas extranjeros para explicarlo y el disco salió.

Y en los ochenta Edigsa cierra. Haced un balance de lo mejor y de lo peor.

J.M.M.: Cualquier cosa que hiciéramos, aunque fuera enganchar en la pared un cartel de Raimon, nos llenaba de satisfacción. Por cierto, hay una anécdota que solo sé yo. Iba muy a menudo a las reuniones de después de cenar a casa de Jaume Vicens Vives. Galinsoga había dicho aquello de “Todos los catalanes son una mierda” y Pujol lo aprovechó, para que nuestra maduración de activistas culminara por actuar públicamente. Y el día antes de que se rompieran los cristales de La Vanguardia, en enero de 1960, me encontré a Vicens Vives en un entierro, en la rambla Catalunya, y coincidimos en el pasillo de la iglesia de Montsió. Me coge por el brazo y al oído me dice: “Los cristales de La Vanguardia tendrían que saltar”. Que se tenía que dar una señal de rechazo por dignidad, vaya. Claro, allí en medio no podía decirle “Está previsto que salten mañana por la noche”. Y ya no lo volví a ver, porque al cabo de pocos días se fue a Lyon, lo operaron de un cáncer y ya no volvió.

¿Y de lo que no salió bien?

J.M.M: En el campo del disco, no poder continuar porque, claro, no vendíamos suficiente para amortizar la inversión. La gente se pensaba que nos forrábamos y Enric, por ejemplo, estuvo veinte años viniendo a Edigsa, cada día cuando salía del trabajo, a las siete de la tarde, y no solo no cobró, sino que puso dinero. Nunca ningún accionista cobró ni un duro. Y, además, ¡ya lo sabían!

E.C.: La gente empezó a pensar que esto de trabajar a cambio de nada se iba acabando. Las nuevas generaciones no estaban dispuestas a hacer lo que hicimos nosotros, lo cual, posiblemente, es correcta. De todas maneras, todavía sacamos el E.C.: La gente empezó a pensar que lo de trabajar a cambio de nada se iba acabando. Las nuevas generaciones no estaban dispuestas a hacer lo que hicimos nosotros, lo que, posiblemente, es correcto. De todas formas, todavía sacamos el Avui en 1976, pero nuestro sistema ya se estaba acabando, ya entraba una generación nueva mucho más capacitada y parecía que ya no era tan urgente actuar porque, entonces, vino la transición, los partidos, las instituciones... Los rectores de los pueblos también fueron abajo... El nuestro fue un período de energía venida, en gran parte, de fe religiosa más o menos modernizada y de una economía anterior a la Unión Europea en la que una empresa pequeña podía subsistir.

J.M.M.: Y también nos hemos hecho mayores.

E.C.: Hemos cumplido la época que nos tocaba e hicimos lo que sabíamos hacer. Pero ahora le toca a otra, porque han cambiado los signos del mundo.

¿En qué han cambiado más los signos del mundo?

E.C.: Ahora hay un agnosticismo en todo. Nosotros creíamos, teníamos unas fes cerradas. Y unas fronteras cerradas y un pequeño negocio funcionaba. Ahora sería imposible. Lo veo hablando con mis nietos. Tengo un nieto arquitecto con una formación que yo no tenía, mi química era de risa comparada con lo que enseñan ahora. Todos mis nueve nietos hablan inglés. Esto nuestro es imposible traspasarlo hoy. Es que, además, ni convendría.

Enric Cirici y Josep Maria Macip, dos de los tres fundadores de EDIGSA
stats