Perder un clásico en casa escuece mucho: cuesta curar las heridas y digerir el disgusto. Para acabar de aliñar bien el plato amargo, bastaba con añadir las declaraciones a corazón abierto de un competidor nato que acaba de levantar un triplete con, justamente, Pep Guardiola. No es raro que a Gündogan le chirríen algunos usos y costumbres del vestuario azulgrana, porque la historia reciente de su nuevo club nada tiene que ver con el contexto consolidado, pletórico y lleno de petrodólares del Manchester City. Cuando bajas del Rolls Royce y te subes al Panda tuneado, puedes llevarte sorpresas desagradables. La mentalidad imperturbablemente ganadora y obsesivamente perfeccionista de un equipo aspirante a todo no se fragua en cuatro días. Ahora bien, con los dos títulos del pasado curso, los fundamentos deberían ser más sólidos, y los liderazgos en el campo, más claros.
Xavi sabe todo esto y, naturalmente, se irrita un poco cuando en la sala de prensa le hablan de conformismo o autocomplacencia en la derrota: “Nadie debe decirnos qué es la exigencia en Can Barça y menos a mí, que llevo toda la vida aquí”. Lo dice con una sonrisa en la boca, pero lo espeta con contundencia. Tampoco se le escapa que quien se lo juega todo de verdad cada jornada es él: “Es lo primero que te enseñan en el curso de entrenador”. De puertas afuera todo son palabras elogiosas y apoyo hacia el trabajo de Xavi, pero en el interior del palco siempre planearon las dudas, también en la victoria. Algunas, cuidadosamente trasladadas a determinados foros incluso días antes de anunciar su renovación. Hace unas semanas, el foco se ponía en superar la fase de grupos de la Champions y ahora en no dejar escapar prematuramente al Real Madrid en la Liga, lo que se daba por descontado.
Lo que decíamos: perder un clásico en casa escuece mucho y es urgente encontrar el antídoto balsámico que haga pasar la acidez colectiva. El escenario es imponente: reaccionar con un triunfo en Anoeta, por la entidad del rival y por cómo juegan a fútbol, daría al Barça el golpe de autoridad que necesita para mantenerse vivo y cerrar unas cuantas bocas –algunas, dentro del propio club–. La situación actual nos da a todos una lección: quizá Xavi tenía razón y ganar la Liga el curso pasado tuvo aún mucho más mérito de lo que le dimos. En esta montaña rusa emocional que sube, la fina línea habitual entre el cielo y el infierno la puede marcar la película de San Sebastián, y el protagonismo debe tenerlo el compromiso de los jugadores con el equipo. Por cierto: ha vuelto Pedri. ¿Se acuerdan de cuando jugaba en el Barça?