Fútbol - Final Supercopa

El Barça de Xavi es un despropósito

El Real Madrid desnuda a los azulgranas y la final de la Supercopa se convierte en un infierno blanco (4-1)

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Vinicius celebrando uno de los tres goles que ha marcado en el Barça

BarcelonaSer del Barça se ha convertido en una cuestión de fe. Fe al creer que puedes hacer frente al Real Madrid, que no serás un juguete roto en manos del rival que peor te hace que te derrote. Que te humille, que te mire a los ojos y, con una sonrisa burlona, ​​te demuestre y te recuerde lo inferior que eres. Fe al creer que las cosas pueden cambiar. Fe en Xavi Hernández y sus palabras, que cita el fútbol y el modelo de Johan Cruyff, pero a la hora de la verdad su Barça no sabe qué hacer con el balón. No sabe cómo intimidar. Tampoco se acuerda de cómo defender. El clásico de la Supercopa, que el pasado año fue balsámico, ahora es cruel (4-1). El Barça de Xavi no tiene ni alma ni fútbol. El Barça de Xavi es un despropósito.

Cada ataque del Madrid era una puñalada directa a la autoestima de un Barça herido, de un Barça que quería ser valiente, con una defensa avanzada, que subía la línea hasta el centro del campo e intentaba presionar, pero todo ello era un desbarajuste. El Real Madrid parecía reírse del planteamiento de los azulgranas, divertirse ante una estructura defensiva tan débil, tan feria, que los blancos castigaban cada pérdida con contragolpes feroces, una de sus armas preferidas. Buscar la espalda de los defensores se convirtió en el pasatiempo preferido de los de Carlo Ancelotti. De un fallo en la salida de balón azulgrana llegó la primera genialidad de Bellingham, el nuevo héroe del madridismo desde la marcha de Benzema. La pasada filtrada del centrocampista inglés fue un caramelo para Vinícius, un regalo que no desaprovechó. Siete minutos y el Madrid ya ganaba.

Muchos seguidores del Barça debían de ponerse las manos en la cabeza, pensar que el equipo iba por el pedregal, cuando tres minutos después el extremo brasileño volvía a bailar. Esta vez no fue Bellingham quien desactivó la defensa del Barça, sino a Rudiger, con un desplazamiento en largo desde su casa ante la inoperante presión azulgrana. Rodrygo, con un desmarque sublime, de esas que los delanteros del Barça parece haber olvidado cómo se hacen, asistió Vinícius al segundo palo. Segunda puñalada. Sólo habían pasado diez minutos. El Barça era un animal herido, pequeño, ante el arrebato blanco, que tenía el partido donde quería. Tocaba remar como fuese, recuperar algo el orgullo, y Ferran Torres envió un remate al larguero y Lunin negó el gol a Lewandowski en el rebote. Sin Raphinha, el valenciano regresó a la derecha, mientras que Sergi Roberto jugó por la izquierda, como falso extremo.

El ritmo del partido era alto, y era el Madrid quien escribía el relato de la final a placer. El Barça intentaba convencerse a sí mismo de que había mucho tiempo por delante, que aún podía tener algo que decir. Lo volvería a probar Ferran, pero su control fue defectuoso y su remate cruzado, fácil para Lunin. Es la diferencia de atacar con Vinícius o Rodrygo o atacar con Ferran Torres. El único momento de alegría del Barça llegaría con Lewandowski recogiendo un rebote y conectando un remate de película desde la frontal. Fue un disparo talentoso, que recordó a aquel Lewandowski del Bayern Múnich y no la versión de bajo nivel a la que nos ha acostumbrado a Barcelona. Fue sólo un espejismo. Porque el Real Madrid no tardaría en volver a dar una nueva puñalada en el corazón de los azulgranas.

Rodrygo culmina el funeral del Barça

Esta vez no fue a la contra, sino con un centro milimétrico de Tchouaméni y el favor arbitral de Martínez Munuera. El centrocampista francés encontró el desmarque de Vinícius en el segundo palo y un contacto, tan existente como extremadamente ligero de Araujo, acabó con el brasileño dejándose caer. El colegiado picó y, al ser una jugada fiada a la interpretación del árbitro, el VAR no intervino. Tarjeta amarilla a Araujo. Tarjeta roja para Luis de la Fuente, el entrenador de porteros del Barça, por protestar. Tarjeta amarilla a Sergi Roberto por el mismo motivo. Y gol y hat-trick de Vinícius. El Barça ardía en un infierno blanco. La fe de un Pedri atropellado por el ritmo del partido desembocó con un disparo que rozó en el palo a las puertas del descanso.

Nada cambiaría en la segunda mitad, con el Barça insistiendo con una defensa adelantada que nunca funcionó. No hubo reacción azulgrana, ni nada parecido. Los blancos atacaban cuando querían y tenían el partido bajo control en todo momento. Rodrygo haría mayor la herida, alimentaría con el cuarto gol los miedos a encajar una manivela y demostraría, una vez más, lo frágil que es este Barça. Poco antes del gol, Xavi había movido el banquillo: João Félix, Lamine Yamal y Fermín López entraron en el funeral.

Ningún cambio: la pesadilla continuaría con la expulsión de Araujo, que vio la segunda amarilla. Si con igualdad de fuerzas los de Ancelotti ya estaban divirtiéndose contra un Barça que parecía un equipo de patio de colegio, con un jugador más siguieron atacando. Iñaki Peña y la defensa sacaban agua del barco como podían y Lunin negó el gol a Félix, en la única acción clara de peligro del Barça en toda la segunda mitad. Lo mejor que podía ocurrir era no encajar más gol. Creer en el Barça de Xavi es algo de fe.

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